ABC (Sevilla)

Román y los Orgullosos pecadores

El valenciano, hecho un tío, se queda en el umbral de la Puerta Grande en una encastada corrida de Fuente Ymbro, con un bravísimo segundo toro

- ROSARIO PÉREZ MADRID

Qué seria corrida de Fuente Ymbro, con una importanci­a brutal. Por dentro y por fuera. Su trapío y su fondo de casta y exigencia mantuviero­n sin pestañear al tendido, desatado de pasiones con un toro de Orgulloso nombre. Como orgullosos lo contemplar­on los 18.497 pecadores que se citaron en Las Ventas. «La tauromaqui­a es un pecado. Pídele a tu sacerdote que la condene», rezaba la publicidad a toda página en ‘El País’. El padre Víctor, el cura que torea con sotana, nos absolverá por nuestra tentadora afición: un mes de toros pecando.

Casi veinte mil espectador­es mordieron ayer la manzana prohibida del toro, plagada de pecados capitales. Quién no ha envidiado la baraka de otro en el sorteo. Quién no ha tenido la tentación de descargar la suerte. Quién no ha birlado un trofeo a un tieso. Quién no ha ambicionad­o, con suma avaricia, el caché de una máxima figura. Quién no ha sentido un escalofrío de gula pensando en el festín en La Tienta cuando doble el último. Quién no ha visto la lujuria de esa pareja cuya mirada nunca apunta al ruedo. Quién no se ha marchado antes por la pereza de tragarse un atasco... Los siete pecados capitales, uno por uno, saldrán a hombros en el mayo venteño.

Merecedor de la Puerta Grande era Román, que dio la cara siempre. Desnudo, pecando como todos los locos creadores. No se libró de un bravísimo Orgulloso, bien colocado, con la seriedad que dan los pitones vueltos y un impresiona­nte morrillo. Qué manera de empujar en el peto, en una pelea de emociones imperecede­ras, con este 77 metiendo riñones hasta derribarlo con toda su furia brava. En los dos puyazos se entregaría el ejemplar que había nacido en ‘Los Romerales’. Cada embestida prometía edenes, con ese grandioso galope, algo más mermado en las saltillera­s de Leo Valadez. Qué bien le vino ese tiempo entre la lidia y el brindis. Hasta que Román le presentó la muleta en la zona del 7. Y allá marchó Orgulloso, que se despidió kilométric­o. Hasta estancarse un rato en el 5. Era algo tardito, pero cuando acudía y le dejaba la tela puesta y dispuesta, embestía con una codicia que enamoraba. Qué generoso anduvo Collado en las distancias, luciendo siempre al toro, con la emoción desbordada. Más aún cuando acortó espacios y se fajó con mayor intensidad. Cautivador­es unos naturales y soberbia –pecado capital– esa ronda diestra, mandona y poderosa. Todo lo hizo con inteligenc­ia, sin perder el pulso, al que le ha venido divinament­e la preparació­n de su encerrona fallera. El broche por bajo, engarzado ese circular a un cambio de mano de escándalo, incendió más la hoguera. Con más fe que nunca ejecutó la hora final. La espada se enterró pelín tendida y el bravo toro se tragó la muerte. Tan bella, con el torero roto en el estribo de tan sincera honestidad. Sentado cerca del lugar donde un día era su propia vida la que se desangraba. El fuego no se apagó con los dos avisos, pero el público puso freno a la pañolada con la primera oreja de un toro que, de haber reventado con un muletazo más en cada tanda y de doblar más rápido, era de dos. Atronadora la ovación a Orgulloso en el arrastre antes de que la sonrisa de Román se dibujase en cada tendido.

Si bien estuvo en el que será uno de los toros que ocupen el cuadro de honor de la feria, valentísim­o anduvo en el quinto, que puso en aprietos a César Fernández en banderilla­s –arreó mucho la corrida en este tercio–. Sabía Román que estaba a media oreja de la salida en volandas, porque lo del otro había sido de oreja y media. Y se puso a torear de verdad mientras una voz daba el cante en el inicio. Váyase usted a la Feria del Caballo, hombre; que esto no es Jerez, sino los Madriles. Sopló a Oficial valerosos naturales, exponiendo mucho, con una entrega que rendía al gentío. Con disparo por el derecho, respondía agradecido si le dejaba la tela colocada, como único paisaje. Había que tragar y bárbaramen­te tragó con la informal embestida. Otra vez la espada cayó tendida y el descabello enfrió los pañuelos, pero no un caluroso paseo al anillo. Román, el pecador con una década de alternativ­a, se ha ganado el corazón de la capital.

Valadez, dispuestís­imo y jugándosel­a con un geniudo y feote tercero, se tiró a matar o morir hasta sufrir una luxación en el hombro. Estremeced­ora la escena. Por este percance, El Fandi, de piernas portentosa­s y envidiable­s –ay, los pecados–, enseñó sus facultades, el grado de su veteranía y unas ganas de agradar que no siempre calaron en la pecadora parroquia de Las Ventas.

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// PLAZA 1 Román, desatado con el bravo segundo, Orgulloso de nombre, un toro de triunfo al que cortó una oreja
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// PLAZA 1 Brutal imagen de un honestísim­o Leo Valadez tras entrar a matar

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