Ni ‘united’, ni ‘music’

« United by Music» se leía en el escenario en grandes letras y, más que lema, parecía ironía. O súplica. Porque unidos, muy unidos todos, pues no. Veníamos de manifestaciones en las puertas del Malmö Arena pidiendo la expulsión de Israel, de la descalificación del representante de los Países Bajos por «comportamiento inadecuado», Irlanda amenazando con no participar, Israel apartada del resto de delegaciones a la espera del inicio de la gala, la ganadora de Eurovisión 2023 afirmando que de ganar Israel no le haría entrega del trofeo, Finlandia y Noruega renunciando a ejercer el voto… Hasta Greta Thunberg, reconvertida de ecoansiosa en antisemita, era detenida. Una edición movidita, la de este año. Desde aquí, la candidata a eurodiputada por el pecio de Podemos pedía dimisiones y renuncias en redes, que es donde se piden ahora las cosas. Y Yolanda Díaz, que no iba a ser menos, exigía tomar medidas frente a la participación de RTVE en «este acto de propaganda».

Así las cosas, empezaba la gala y la música era lo de menos. La representante de Israel, Eden Golan, era recibida con pitadas y abucheos (y algún aplauso) y lo mismo ocurriría durante su actuación. La de España funcionaba a modo de revientapistas y el respetable se arrancaba a corear «zorra» (que ya no es machista, es empoderador) como si les pagaran por ello o supieran lo que decían. Todo muy ‘go, go, let’s go, discothèque’. Que era de agradecer. Porque entre unas cosas y otras, a nadie le importaba ya la fiesta: unos llamaban en redes al boicot y no ver la retransmisión y, otros, a votar por Israel aunque jamás hubiesen votado por nada. Y en el escenario: licra, satanismo y chiquilicuatres. Como si ni ellos se lo tomaran en serio.