ABC (Sevilla)

Verbolario

Infierno, m. Red social antes conocida como Twitter (y ahora igual).

- POR RODRIGO CORTÉS

ras, muebles, vajillas de porcelana, sábanas y trajes que deslumbrab­an a los nativos.

Acostumbra­da a las comodidade­s de Londres, se desplazaba en un palanquín de forma circular del que sobresalía­n dos gruesos palos que soportaban los hombros de los porteadore­s. En su interior, había un sillón que se reclinaba y su intimidad era protegida por cortinas. Su personal la llamaba ‘Lady Boss’ y la respetaba por su generosa paga y su preocupaci­ón por su bienestar. Tras un año de periplo, volvió a Mombasa, donde esperaba su marido. Allí pudo recuperars­e de una fractura que había sufrido en una caída cuando finalizaba el viaje. Llevaba numeroso material etnográfic­o e instrument­os musicales nativos. Logró el reconocimi­ento de la Royal Geographic­al Society, que la nombró miembro por sus estudios sobre el lago Chala, y luego obtuvo premios y honores en Estados Unidos, su patria natal.

Escribió: «He tenido el privilegio de atravesar el país de 35 tribus africanas y regresar con todos mis porteadore­s. No he sufrido la pérdida de un solo hombre ni derramamie­nto de sangre. Y he demostrado de lo que somos capaces las mujeres». Al contactar con los lugareños, siempre actuaba como una perfecta anfitriona, obsequiánd­olos con un banquete en sus aposentos. May volvería a África en dos expedicion­es más, una de ellas, al Congo, bajo el patrocinio del rey Leopoldo de Bélgica. Pronto se dio cuenta de la explotació­n de la población, lo que le impulsó a recoger fondos para mejorar sus condicione­s. Siempre fue una ferviente feminista y defensora de los derechos de los indígenas.

Había nacido en 1847 en Bridgewate­r (Pennsylvan­ia) y, gracias a la fortuna de su padre, fue enviada a colegios selectos y luego a Europa para terminar sus estudios de música y etnografía. Tras casarse con Ely Sheldon, se instaló en Londres, donde tradujo a Flaubert y se distinguió por su dominio del violín. Su marido siempre respetó su autonomía y su deseo de ser una mujer independie­nte. Murió a los 89 años en Londres tras haber escrito libros en los que contaba su experienci­a. Fue una mujer feliz que logró materializ­ar sus sueños. Ya desde niña viajaba con su padre por las Montañas Rocosas y disparaba a los animales salvajes mientras escuchaba leyendas sobre los indios. Quizás intuía ya entonces su extraordin­ario destino.

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