La utopía del caos
El problema es que quienes tienen que dar la batalla al populismo cada vez más radicalizado, se dejan arrastrar al marco de discusión establecido por los populistas, renunciando a la batalla de las ideas
La organización de la cosa pública siempre ha sido motivo de interés. En el siglo XVI Tomás Moro publicó su ‘Utopía’, en la que describía una sociedad ideal basada en los presupuestos filosóficos y políticos del mundo clásico. Antes San Agustín había compuesto ‘La ciudad de Dios’, tomando como referencia a Platón, y en siglo XIII Santo Tomás de Aquino, a partir de Aristóteles, también reflexiona sobre las características de una sociedad ordenada al bien común.
Damos un salto hasta el siglo XIX en el que A. Tocqueville describe los fundamentos de la democracia y de la igualdad entre individuos, casi al mismo tiempo en que Marx propone alcanzar una sociedad perfecta a partir de la implantación del modelo socialista.
Llegamos al siglo XX en el que Marcuse, uno de los ideólogos de la Revolución de Mayo del 68, publica ‘El Final de la Utopía’. Su tesis es que la sociedad estructurada en torno al capitalismo ya no da más de sí, ha agotado su proyecto; tampoco la izquierda clásica puede dar respuestas. Es necesaria una revolución cultural que permita construir una nueva utopía.
Durante los últimos cuarenta años hemos vivido en España una democracia tan imperfecta como todas, aunque habitable; pero de un tiempo a esta parte la confianza en la democracia se está desmoronando. La sociedad civil ha entregado a los partidos políticos la organización y gestión de la sociedad, unos partidos que han perdido su razón de ser, desconectados de la realidad y de sus votantes, autorreferenciales, ocupados en batallas internas.
En esta tesitura hay partidos políticos que han abandonado por completo las reglas de juego de la democracia y se han transformado en organizaciones populistas cuya única finalidad es el logro y mantenimiento del poder. Para ello necesitan, ante todo, construir un relato que configure una nueva realidad, alejada de los valores culturales de la democracia y que exige modelos políticos nuevos, totalitarios.
En la sociedad actual ya se reconocen algunos de los rasgos de ese nuevo modelo: caudillismo, anulación de la separación de poderes, ocupación de las estructuras del Estado, de los medios de comunicación, leyes para la deconstrucción de los fundamentos sociales –familia, libertad, seguridad jurídica-, apelaciones al sentimiento, no a la inteligencia. Todo eso conduce a un dogmatismo binario: o conmigo o contra mí. Dos bandos separados por un muro infranqueable y «al otro lado del muro están todos los fascistas» (Sánchez dixit).
Todas las utopías sociales que se han ido elaborando a lo largo de la Historia de la Cultura parecen ceder ante este nuevo modelo: la Utopía del Caos. Los acontecimientos desencadenados estos días, a raíz de la publicación de una «carta de amor» y su desenlace, han confirmado la paradoja que enunciaba Constant: «Quieren que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre».
El problema es que quienes tienen que dar la batalla a ese populismo cada vez más radicalizado, se dejan arrastrar al marco de discusión establecido por los populistas, renunciando a la batalla de las ideas, asumiendo así una posición de inferioridad moral, al menos aparente, ofreciendo solamente la promesa de una gestión eficaz, sin concretar.
Ante esta dejación de funciones de los partidos políticos urge recuperar el protagonismo de la sociedad civil y reconquistar la libertad y autonomía del pensamiento crítico, estableciendo un marco de discusión propio, alejado de las utopías del caos.
El hombre es sujeto de la historia, que cada día va construyendo en base a sus decisiones libres, no objeto de la misma, un individuo sin capacidad de decisión, arrastrado por la corriente del determinismo. Parece que la sociedad civil comienza a reaccionar, son varias las iniciativas que están surgiendo para reconstruir los fundamentos de una sociedad libre y democrática, aunque por ahora no terminan de conectar con el ciudadano de a pie, y el tiempo apremia.