La bifurcación de la realidad
«La condición digital ha cambiado de manera radical la relación básica con la realidad y, debido a la silenciosa penetración de la digitalidad en todos los ámbitos de la vida humana, no solo se ha visto afectada la intimidad del lector de ficciones, sino que las instituciones y convenciones que rigen la vida en común, que gobiernan la frontera entre verdad y ficción, también se ven constantemente sacudidas por la ruptura de este principio básico de realidad»
LA creación moderna de la ficción se basa en una relación sólida entre ésta y la verdad, de la que depende para tener sentido, de manera que se puede decir que el sistema completo de la realidad lo conforman la verdad y sus ficciones. Esa relación entre verdad y ficción se puede estirar y deformar tanto como permita la habilidad del artista o la imaginación del reformador social, siempre que se respeten los límites entre ambas. El conjunto de reglas, normas y hábitos que describen esos límites constituyen la realidad, que es única, por más que se pueda experimentar de muchas formas distintas.
Por su parte, la digitalización de la condición humana se está llevando a cabo mediante la postulación de múltiples realidades que, como no insinúan límite alguno, se pueden transitar sin fricción ni responsabilidad. Hoy en día podemos elegir vivir parcial o totalmente en la realidad virtual, aumentada, extendida, sintética o exponencial, sin que tengamos muy claro que todos estos adjetivos que nos permiten crear realidades como si fuéramos magos o encantadores se sustentan en un error clásico del pensamiento filosófico conocido como «la bifurcación de la realidad».
Este error del pensamiento fue una de las principales preocupaciones del filósofo británico Alfred N. Whitehead. En las conferencias reunidas en 1920 en el volumen ‘El concepto de naturaleza’, Whitehead protesta contra las teorías de lo que llama la bifurcación de la naturaleza. Esas teorías filosóficas y científicas bifurcan la naturaleza, lo que hay, en dos sistemas de realidad, uno que sería el objeto del conocimiento basado en indicios u observaciones, en conjeturas, y otro propio de una acción secundaria cuyo protagonista sería la mente. Una realidad objetiva, observable y medible y otra subjetiva, mental. Una realidad separada y opaca respecto a la otra.
Además del problema que supone para el filósofo la creación de un método que satisface solo una de las dos realidades –como si la mente fuera lo único que no pertenece a la realidad o viceversa–, la gravedad de practicar la bifurcación de la realidad reside en que, una vez que se comienza, las bifurcaciones se suceden sin control y sin punto de referencia. Sin embargo, diría Whitehead, solo hay una realidad y su reverso, diría yo, es precisamente la ficción.
En nuestra sociedad digitalizada, el método de bifurcación de la realidad se basa en la consideración de la ficción como una nueva realidad que se ha separado de su tronco para desarrollar un mundo independiente. Este método se vale de la ficción para instalarla en el epicentro de la experiencia humana digital, ya desposeída de una noción válida de verdad y, por consiguiente, también de realidad. Después de este primer paso de vaciamiento de la realidad, la ficción se hace plural y se convierte en un conjunto de mundos basados en el aumento, extensión o ‘virtualización’ de esa ficción huérfana. Para tener éxito solo hace falta saber conectarlos y aprender a navegar entre ellos. Y lo que es más importante, llegados a este punto tan difícil, es recuperar la conexión entre la ficción y su realidad como lo es detener la multiplicación de realidades generadas por este procedimiento.
La condición digital ha cambiado de manera radical esta relación básica con la realidad y, debido a la silenciosa penetración de la digitalidad en todos los ámbitos de la vida humana, no solo se ha visto afectada la intimidad del lector de ficciones, sino que las instituciones y convenciones que rigen la vida en común, que gobiernan la frontera entre verdad y ficción, también se ven constantemente sacudidas por la ruptura de este principio básico de realidad. La confusión de la ficción con la realidad sería una consecuencia de los experimentos mentales y sociales que forman parte del acervo creado por algo tan innovador como la ficción. Al fin y al cabo, Sancho Panza cumplió su sueño de ser gobernador de su propia isla y llegó a gobernar con ecuanimidad. El potencial de la ficción para inventar, explorar e imaginar posibilidades personales y colectivas viene a ser, además del placer que produce, la razón misma de su éxito histórico, aunque a veces el precio a pagar por este sea la confusión. Pero incluso cuando se produce y reconoce la confusión entre ficción y realidad, aquella es posible gracias a que no ha perdido sus amarras a la realidad de la que nace.
La digitalización de la vida humana ha provocado la propagación de numerosos hábitos de acción y pensamiento basados en la eliminación de la fricción durante la navegación por las pantallas. Uno de estos hábitos es la hipóstasis de la ficción, en todas sus variantes como realidades adjetivadas, que se ha convertido en el nuevo suelo desde el que construir una sociedad digitalizada. El proceso para hipostasiar la ficción como nueva realidad comienza con el desvanecimiento de las conexiones entre verdad y ficción, de manera que ésta se acaba quedando como el único punto de referencia existente y estable. Pero las ficciones nunca son estables a menos que estén bien ancladas a la realidad a la que pertenecen. Por eso, el usuario digital debe estar poco tiempo en cada una de ellas y aprender a saltar entre sus diferentes versiones. La condición digital de la sociedad empuja a dar el estatus momentáneo de realidad a la ficción, para luego someterla a una serie de transformaciones casi metafísicas por medio de las cuales se convierte sucesivamente en realidad virtual, extendida, aumentada o, cuando todas ellas se conectan entre sí, en el ‘multiverso’ descrito en la película ‘Todo a la vez en todas partes’. Y esta sería la nueva realidad.
La bifurcación de la realidad ha pasado de problema filosófico a mecanismo favorito de la condición digital. Una sociedad digitalizada es una sociedad que se vale de la bifurcación de la realidad para separar la verdad de la ficción y hacer de esta última el germen desde el cual generar constantemente nuevos mundos ficcionales. Para generar esos mundos solo hace falta destreza en la manipulación de las propias representaciones mentales –en este esquema la mente no se rige por las mismas normas que la realidad externa–, que se acabarán convirtiendo en los cimientos de la nueva realidad una vez pasen por el generador de eventos de las redes sociales. Acostumbrados a la facilidad otorgada por la digitalidad para el disfrute de mundos ficticios, lo normal es que intentemos evitar los roces con la antigua realidad y nos entreguemos a los ‘multiversos’ lubricados en los que no existen la fricción ni los obstáculos. Hasta que de nuevo aparecen, como acaba siempre haciéndolo la realidad.
El alejamiento de cualquier ficción de su verdad nunca se puede consumar del todo, precisamente porque la ficción es siempre ficción de su propia realidad. Quizás pensaba en esto Bruno Latour al afirmar que «la realidad es aquello que resiste».
Solo hay una realidad y no se puede bifurcar.