Reinoso, el sevillano ilustrado
Ordenado sacerdote, fue párroco de la iglesia de Santa Cruz, siendo reconocida su labor durante los años de ocupación francesa pues instituyó una Junta de Caridad para atender a los niños desvalidos, además de establecer la vacunación pública y gratuita
PARA muchos Reinoso es el nombre de una calle del barrio de Santa Cruz que, desde hace unos años, los guías turísticos llaman ‘calle del Beso’ porque en cierta ocasión un mexicano la comparó con una calle estrecha de la ciudad de Guanajuato que así la denominan allí pues, según dicen, se besan de balcón a balcón. Algunos sabemos que Félix José Reinoso es un poeta de aquella escuela sevillana que enlaza el neoclasicismo con el espíritu prerromántico; nostálgica de Herrera y los cenáculos renacentistas del Siglo de Oro pero también innovadora en cuanto sus miembros están imbuidos de la ideología de la Ilustración: Alberto Lista, Manuel María del Mármol, José María Blanco White, Justino Matute, casi todos ellos clérigos bajo la tutela de Manuel Arjona y en cuyo grupo destacará la Academia de Letras Humanas, fundada por el propio Reinoso en 1793. En otras palabras, hablamos de la que el profesor Moreno Alonso denominó «Generación de 1808».
Reinoso, el más entusiasta y activo de estos ilustrados sería muy celebrado por su poema ‘La inocencia perdida’, que muchos años después Quintana recordaba de memoria en el exilio. Y en 1804 sería nombrado académico honorario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, probablemente apoyado por su buen amigo Joaquín María Sotelo. Ordenado sacerdote, fue párroco de la iglesia de Santa Cruz, siendo reconocida su labor durante los años de ocupación francesa pues instituyó una Junta de Caridad para atender a los niños desvalidos, además de establecer la vacunación pública y gratuita, que se generalizó en toda Sevilla donde antes había fracasado. Sin embargo, su actividad fue encomiable en el año del hambre de 1812, cuando famélicos ciudadanos morían por las calles, ya que organizó dos hospitales de ambos sexos donde auxilió y curó a más de setecientas personas.
No obstante, la figura del personaje cuya bonhomía contemplamos reflejada en el retrato que le hiciera el pintor José Gutiérrez de la Vega en 1839, no sería completa si no comentáramos su obra ‘ Examen de los delitos de infidelidad a la Patria imputados a los españoles sometidos bajo la dominación francesa’, considerada como la cumbre de la literatura afrancesada y que Menéndez Pelayo llamó «el Corán de los afrancesados». Porque en aquella coyuntura histórica que culminó en la guerra de la Independencia, decir ilustrado fue tanto como decir afrancesado. Y esa apelación tuvieron que sufrir no solo los que se exiliaron sino también los que se sometieron al poder del francés intruso. Antaño aquel grupo de amigos ilustrados -dos de los cuales, Blanco y Mármol habían nacido en el barrio de Santa Cruz- se reunía en casa del gran coleccionista de Murillo, deán López Cepero, en la plaza de Alfaro, muy próxima a la primitiva parroquia que regentaba Reinoso. Sin embargo, su obra publicada en Francia por Alberto Lista, tuvo gran repercusión alcanzando dos ediciones más, la última en Madrid en 1842, el año de fallecimiento de su autor. Consiste en el alegato más veraz de la tragedia de aquel grupo de ilustrados sevillanos cuyo lema era «enseña y da luces» y que entendió que era imposible la resistencia a la dominación francesa, convencidos de que Sevilla habría sucumbido en la destrucción como Zaragoza y Gerona.
La importancia de este grupo poético que aglutinó Reinoso consiste en que pusieron la semilla de la lírica romántica, como demuestra que uno de los primeros poemas de Bécquer esté dedicado a la muerte de Alberto Lista.
Así pues, la antigua calle que el plano de Olavide denomina «calle del Moro muerto» sería rotulada en 1840 con el nombre de Félix José Reinoso, cuyas cenizas reposan en el Panteón de Sevillanos Ilustres de la iglesia de la Anunciacíón, perteneciente a la Universidad de Sevilla. El ‘Nomenclator’ de Álvarez Benavides la denomina como calle «de tercer orden, angosta y de poco tránsito». No obstante, su majestad la reina Isabel II en su visita a nuestra ciudad en 1862 quiso conocer la calle más estrecha del barrio judío y caminó desde su residencia en el Alcázar hasta la calle Reinoso donde se detuvo en el punto en que tiene menos anchura.
Un sencillo y breve rótulo donde figurara la cronología, la profesión y el mérito de los personajes a quienes están dedicadas las calles, como solicitamos al Ayuntamiento anterior a través de la Asociación de Vecinos del Barrio de Santa Cruz, valoraría la historia de este sector de la ciudad tan visitado por el turismo.