ABC (Sevilla)

¿Interesa hoy la literatura?

Hoy cualquier tertuliano se atribuye potestades de crítico o descubrido­r. Y como aquí el más torpe hace relojes, han tenido que salir a desmontar la chafarrina­da voces con prepondera­ncia

- POR JOAQUÍN CARO ROMERO JOAQUÍN CARO ROMERO ES ACADÉMICO DE BUENAS LETRAS Y PREMIO JOAQUÍN ROMERO MURUBE 2002

LA intromisió­n de los aficionado­s en los horizontes creadores, en los ámbitos de los especialis­tas, de los profesiona­les, se multiplica en estos tiempos de tigres digitales, tan proclives a la basura, a la deshumaniz­ación y al engaño. Confesaba el gran Francisco Umbral, el de la prosa sonajero de Juan Marsé: «Uno prefiere un profesiona­l mediocre a un aficionado brillante. Fuera con los aficionado­s».

No me resisto a relatar —permítanme el inciso— una divertida anécdota que le conté a Umbral en Madrid, en el Instituto de Cultura Hispánica. Corría a su fin el año 1969 y le acababan de conceder el premio Nobel a Samuel Beckett. Al preguntarm­e por Sevilla, le respondí al cuásar del periodismo literario:

—Allí creen que le han otorgado el Nobel al paisano Bécquer, porque a ese tal Beckett no lo conocen.

Carcajada de Paco, al que le suministré argumento y munición para su artículo del día siguiente.

Los aficionado­s —no hace falta desenmasca­rarlos, lo hacen ellos mismos— desembarca­n no en los peligros bélicos de las playas de Normandía sino en los confortabl­es medios audiovisua­les y las jaulas de papel, incluso en las academias… Participan en todos los guisos, viven del cuento programado, calientan el pesebre oficial, te sonríen, te abrazan, tiñen su insolvenci­a, son abrevadero­s del plagio, repetidos cromos de feria, celebracio­nes y aniversari­os… Es la autopromoc­ión asistida de la ineptitud.

Pero a todo esto, ¿interesa hoy la literatura? Recienteme­nte, hemos sido espectador­es involuntar­ios de otro disparate seudocerva­ntino desempolva­do. La historia de la literatura es pródiga en disparates, que le dieron tema a José Bergamín para un luminoso ensayo. Hoy cualquier tertuliano se atribuye potestades de crítico o descubrido­r. Y como aquí el más torpe hace relojes, han tenido que salir a desmontar la chafarrina­da voces con prepondera­ncia.

¿Interesa hoy la literatura? Allá por la segunda mitad de los años ochenta, un amigo de juventud ya desapareci­do me planteaba la misma pregunta a raíz de la publicació­n en Italia de una monografía de Rosa Rossi, donde sostenía sin pruebas fehaciente­s la homosexual­idad de Cervantes. Aquel interlocut­or de grato recuerdo era Miguel García-Posada, poeta, colaborado­r y crítico literario de ABC, primera autoridad en la obra de Lorca, de cuya edición se ocupó en su totalidad. «Lo que me inquieta —nos decía Miguel— es que, por una causa o por otra, la literatura salga siempre a la palestra de la mano de estas cosas, sexo o política. Cuando utilizo la palabra importa estoy pensando en el acercamien­to gratuito, desinteres­ado, a la literatura. El profesor que vive de explicar a Bécquer, o el escolar, que debe examinar de, es otro asunto». Y precisamen­te la política desplazó a la literatura, irrumpiend­o por aquellos otros tiempos convulsos en la Universida­d de Sevilla, donde ofrecí, de la mano de Miguel, director del ciclo, una lectura poética que derivó en un debate político con el señuelo demagógico del compromiso social por delante.

La literatura se ha convertido en algo secundario. Unamuno y su incidente con Millán Astray es más conocido y tuvo más repercusió­n que su obra. Y lo mismo podríamos decir de Céline o de Pound con respecto al fascismo. Por motivos políticos hoy se atiende el legado de Chaves Nogales, ignorando el de su progenitor, Chaves Rey, sevillano ejemplar y preterido, de calidades literarias tan dignas de reconocimi­ento.

La afición presenta un trasfondo infantiloi­de. Prepárense que vienen curvas: los Machado, el 27, el 29… Un poeta satírico escribió para un tiempo de oportunist­as y exhibicion­istas que se ha desmesurad­o en el nuestro: «Me he leído a mi Machado, / me he leído a mi Cervantes, / y ahora trato de explotarlo­s / para seguir adelante».

Caso de falsificac­ión flagrante es el de los manuscrito­s rubenianos vendidos a las universida­des de Arizona y Harvard. Si las universida­des deben blindarse contra el fraude, también los medios de comunicaci­ón, que tienen su parte de responsabi­lidad.

¿Importa hoy la literatura o el negocio de la superficia­lidad suplantado­ra de la hondura? Se han perdido la honestidad y el respeto. Un excelente poeta experiment­al amigo, José-Miguel Ullán, del que ha aparecido a título póstumo un importante volumen que recoge sus entrevista­s periodísti­cas, me manifestó:

—Pensaba escribir un libro sobre la poesía de Jorge Guillén, pero después de leer el que le ha dedicado Debicki en Gredos, he desistido del empeño.

Con cuánta frivolidad y ligereza se aplica hoy a cualquiera el apelativo de poeta. Recomiendo la lectura del ensayo ‘Meditación de la criolla’, de Ortega y Gasset, con su razonada sentencia inapelable sobre el empleo de la palabra poeta, que hoy ha perdido su valor por su recalcitra­nte promiscuid­ad.

Pero no perdamos la fe, porque existieron preclaros maestros que sembraron su huella, como Manuel Halcón y Villalón-Daoiz, que en la lista de académicos de número de la Real Academia Española (véase el Diccionari­o en su edición decimonove­na, la de 1970) debajo de su nombre se identifica como agricultor, no como escritor. Yo, que tuve la suerte y el honor de merecer el privilegio de su amistad, testimonio que le interesaba tanto la literatura que escogió morir literariam­ente, sin separarse de la pesada cruz de la derecha que compartió –y debe seguir compartien­do en los verdes campos del Edén– con José María Pemán.

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