El Quema bendice a Triana y Sevilla con el agua que no debe faltar
▸Una legión de almas acompañaba al simpecado trianero en una jornada clave de estas corporaciones ▸Entre los peregrinos, ese bebé recién nacido que entre sus primeras sensaciones atesora ya un camino
Con la mano derecha, su madre se iba agarrando la falda rociera para que no se empapara de agua; con la izquierda, apretaba al pequeño contra su pecho. El bebé, que no llega al medio año de vida, iba envuelto en el fular que servía de mochila para guardarlo como una cuna. Su cabeza sobresalía por encima de la tela y sus ojos, con la mirada cristalina de la inocencia más pura, se clavaban sobre la lámina del vado. Ha tenido suerte el peregrino más pequeño en cruzar el Quema este año porque sin agua el mítico paso no tiene el mismo sabor.
Esa mirada de sorpresa de quien descubre algo la compartió el bebé con la periodista que nunca había viajado a uno de las capillas emocionales de los rocieros sevillanos. El Quema puebla centenares de estribillos, de rimas que proclaman el sentido del camino, pero hay que ir hasta este paraje de Aznalcázar para comprender el porqué de tanta literatura y cuánto de verdad hay en ello. Y con ese propósito arrancaba esta crónica a las claritas de este viernes de romería.
A las seis y media de la mañana, la misa delante del simpecado ponía fin a la primera noche del camino de Triana, cerca del vado. En algunas carriolas se servían cafés y algunos licores para arrancar con fuerza la jornada. Impresionaba la marea humana que poco a poco se iba concentrando para acompañar a la carreta de plata que custodia la devoción de los hermanos. El rezo concluyó y la serpiente de romeros reinició el camino a las 7.20 de la mañana. En el interior de algunos remolques la actividad era frenética porque entre los secretos inconfesables del Rocío está el aspecto inmaculado de muchas de sus rocieras, con las flores adornando sus cabezas como si no hubieran pasado la noche en mitad del campo.
El hermano mayor, Federico Flores, supervisaba desde el caballo el avance
lento pero sin pausa de los romeros, una auténtica legión de almas cuya vanguardia tomaba el vado a las ocho de la mañana. «¿Que si hay mucha gente? Esto es una locura maravillosa», dice contento. Todo está saliendo tal y como estaba previsto. Triana inaugura el último día de paso de hermandades por esta pronunciada vaguada por donde discurre con más o menos caudal el río Guadiamar.
Hay también muchos que se acercan sólo hasta el vado para ver las hermandades más populosas y el viernes es un día clave. Cruzaba Triana, pero también lo hacía Sevilla. El público tomaba pronto la orilla derecha, a los pies del monumento a la Virgen del Rocío que recuerda el resto del año que aquel cruce es un lugar sagrado para los romeros. Enfrente, el gentío se situaba en la parte alta frente al puesto de mando de la Guardia Civil. El nivel del agua impedía estar más abajo. «Este año está lleno, qué alegría. Da gusto cruzar así el Quema», relata Josefa, vecina de San Jacinto con más de medio siglo de Rocío a sus espaldas.
La caballería de Triana no es pequeña y se situó a ambos lados a modo de escolta. Los primeros carros empezaron a atravesar el Quema y algún que otro peregrino a pie hasta que la carreta del simpecado descendió por la cuesta. Había pasado más de media hora; lo que da una idea del tamaño que mueve esta corporación. Y se hizo entonces el silencio, sólo roto por los trinos matutinos de los pájaros.
El rezo de la salve conmovió hasta las piedras. Aquella periodista que presenciaba por primera vez la escena no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. Detrás del estandarte, aún en tierra firme, la madre rezaba con su bebé ya despierto. La quietud del instante se rompió con los vivas que gritó el hermano mayor. El cante por sevillanas fue la plegaria que siguió a la salve. Los caballistas avisaron a los romeros que iban a pie que debían avanzar ya entre las aguas. Los escarpines y las chanclas de plástico sustituyeron los botos de muchos peregrinos.
Rostros conocidos
Las personas anónimas se mezclaron con algún rostro conocido como el exministro y alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, que no quiso perderse ese instante, pero en tierra seca. A unos cuantos metros y detrás del cajón que porta el estandarte cruzaba la madre con su bebé lentamente. Parecía que no quisiera que se agotara ese momento que nunca más volverá y que siempre le recordará a su hijo. La historia de su primer camino.
Con el paso de los últimos peregrinos, el Vado del Quema se quedó solo. Sería por muy poco tiempo porque Sevilla tocaba ya a la puerta siguiendo a la hermandad de Las Cabezas. Fue el otro momento clave del día. Por eso, en la rampa de salida se empezó a concentrar de nuevo público. Los fotógrafos se multiplicaban en la orilla y en los puntos con mejor tiro.
«Venga aprovecha que está el simpe
cado ya aquí». María bajó con su amiga Loreto mientras su marido fijaba el objetivo de la cámara del móvil. Su esposa iba a oficiar el bautizo de una nueva romera, a la que convenció para que se sumara a la reunión e hiciera con ellos el camino. Por su cara emocionada queda constancia que ya nadie le va a tener que señalar en el calendario cuándo es domingo de Pentecostés.
El himno rociero
La salve volvió a silenciar el vado. Sevilla reza cantando e imploró a la Señora salvación. La liturgia se tornó más alegre cuando al término de la plegaria, al unísono las cabezas se desvisten y se empieza a cantar esa suerte de himno para la corporación hispalense: «Quítese usted ese sombrero que Sevilla cruza el Quema, que saluden los romeros al ver su cara morena». Y los brazos empezaron a mecer las alas de los sombreros hacia delante y detrás acompasados con la letra de la sevillana: «Ole, ole mi hermandad; ole, ole qué bonita que hasta me quita el sentío cuando andando voy detrás de Sevilla hasta el Rocío».
Al mediodía, con la última hermandad en pasar, la de Los Palacios, la vaguada sagrada se quedó atrás tras ungir a todos los peregrinos que se dejaron bendecir por su agua. Un agua que tanto se echó en falta en años anteriores.