Isco es el ave fénix
▸ Había tirado la puerta blindada que le habían colocado en la Selección pero todo está escrito en esta parábola del purgatorio
SURCA el Villamarín con la suavidad que lo hace el Río Grande acariciando la ribera, como una marea de miel que va y viene llenando de requiebros aquella tierra sembrada de arte. Tiene en sus botas el pellizco de Andalucía, el compás y la pureza del flamenco, la misma esencia de la que bebió Joaquín, el último que nos levantó del asiento a base de oles. Isco es pura magia, la que trajo la sal del Mediterráneo hasta el Guadalquivir. Pero también es pura fatalidad, que es el sino de los genios. Este talento llegó buscando la redención en el verde esperanza y su propio renacimiento tras haber caído en el más absoluto ostracismo. Y la encontró. Resucitó.
Isco era el ‘golden boy’ europeo, estaba llamado a sentarse en el trono de Iniesta porque es el mejor jugador que ha dado este país desde la generación que tocó el cielo en Sudáfrica. Lo había ganado todo y se erigió en el líder de la Selección en el Mundial de Rusia de 2018. Había alcanzado el cénit, era titular en el mejor Real Madrid de la historia. Pero aquel campeonato se quebró para España antes de empezar y comenzó su declive hasta perder hasta la última chispa de magia. Isco llegó a Heliópolis sin el más mínimo crédito pese a su extraordinaria trayectoria, sumido en una crisis deportiva, física y mental que lo había apartado de la élite, y lo había hecho fracasar en la otra orilla de la ciudad. En Nervión estuvo apenas cuatro meses, en un equipo que se arrastraba en los puestos de descenso y acabó eliminado por la vía rápida en la Champions. Se marchó por la puerta de atrás, humillado y enfrentado con la mayor leyenda del club. La desdicha parecía no tener fin, porque aquel Sevilla que se hundía resurgió en apenas dos meses para ganar la séptima Europa League.
Isco seguía sin equipo. Nadie lo quería y su fichaje se concretó en un cuarto de hora. Le bastaron dos días para formar un lío en Villarreal, con una puesta en escena desgarradora para recuperar la fantasía cuando todos lo daban por muerto. Empezó a coleccionar ‘ MVP’, uno tras otro, llamando de nuevo a la puerta de la Selección, capaz él sólo de sostener un equipo que se fue plagando de lesiones... hasta que llegó la suya.
Y de nuevo se hizo de noche. Pero otra vez renació, y el Villamarín terminó de enamorarse de su fútbol hasta encumbrarlo en el olimpo de los más grandes artistas que ha dado el balompié en este lado de la ciudad. Su calidad se ha visto por aquí muy pocas veces: quizá con Cardeñosa, quizá con Alfonso, quizá con Joaquín... y a destellos con Fekir. Isco se señalaba el escudo y había tirado la puerta blindada que le habían colocado en la Selección, era un clamor su vuelta para jugar, paradójicamente, su primera Eurocopa. Pero todo está escrito en esta parábola del purgatorio. Tras aquella patada involuntaria de Coco el jueves (no es casualidad el nombre) todo se fundió al negro. Lo rompió e incluso le pitaron falta en su contra. Comenzó a llover. Entonces se confirmó la leyenda del genio que vive entre el cielo y el infierno, que es también la fábula del ave fénix. Porque Isco, de nuevo, resucitará para surcar el verde esperanza... como la tierra que baña el Guadalquivir.
Resucitó Este talento llegó buscando la redención en el verde esperanza y su propio renacimiento