ABC (Sevilla)

La vida cañón

He de confesar que, por dentro, soy solo un hombre atrapado por una canción del grupo Alcalá Norte

- JOSÉ F. PELÁEZ Verbolario POR RODRIGO CORTÉS Derrochar, v.tr. Dejarse la felicidad abierta.

Me llega a través de Pelayo Moreno, que es el capitán de la sub-21 de columnismo. Se llama ‘La vida cañón’ y es un temazo como la copa de un pino. Ahora mismo, mientras escribo estas palabras con una aparente sensación de normalidad exterior, he de confesar que, por dentro, soy solo un hombre atrapado por una canción. Se pega como la sonrisa de la cajera del Día, una sonrisa que bloquea mis receptores y me somete cada mañana en una hoguera de neuronas espejo y pestañas postizas. Intento engañarme a mí mismo para liberarme de ese runrún obsesivo y hago cosas que no suelo hacer, qué sé yo, un sudoku, media maratón, un caldo gallego. Pero es inútil: solo puedo pensar en ‘La vida cañón’. El grupo se llama Alcalá Norte, que es a la vez nombre de grada de animación, de salida de autopista y de centro comercial. Se han soltado un disco debut sorprenden­te, un extraño afterpunk de los primeros 80 pero en pleno 2024, algo a medio camino entre The Cure y Pegamoides, entre Bauhaus y Aviador Dro. La canción está inspirada en un reportaje de ‘Mundo gráfico’, una de las revistas más populares del primer tercio del siglo XX. En su número 1.260 –del 25 de diciembre de 1935– hay un reportaje que se llama ‘La vida cañón’ del que me entero a través de una entrevista que les hace Antonio Vicente en ‘Las mañanas’ de Radio Nacional. Cuenta que en esa revista se preguntaba a unos vecinos de una corrala de Lavapiés acerca de lo que harían si les tocara el Gordo. Y hay un señor que cuenta que «lo que haría sería darme una ‘vida cañón’. Se acabo el ir de ‘clac’ a los teatros y el ver los toros desde la andanada del seis. Mi butaquita, mi tendidito y además viajar: iría a Burgos, de donde era mi padre y a Soria, de donde era mi madre. Me compraría un gramófono y a la parienta un mantón. ¡Que no se yo gastarme el dinero como los buenos!».

Poco más se puede aportar para mejorar esa maravilla de declaracio­nes. Nos llevan a una España que se fue, la de la pobreza, la miseria y el hambre; la de la incultura, la falta de oportunida­des y el atraso. Permítanme insistir que estamos hablando del año 1935, así que lo peor aún estaba por llegar. No tengo ni idea de dónde acabaría tras la guerra ese hombre cuyo sueño era sentarse en blando en el teatro, ir a ver a Marcial Lalanda a un tendido y que su mujer llevara un mantón nuevo. Pero entiendo la canción como un doble homenaje: al pasado y al barrio. Hay ingenuidad en esas palabras, pero también mucha belleza, una belleza poco evidente que nos une con nuestra esencia, nos agarra de las solapas y nos pega una bofetada de dignidad en la cara.

Un gramófono para poner discos, un puro para los toros, ver a tu mujer bonita: poco más se puede pedir a la vida si nos tocara el Gordo. La canción es una escena de costumbris­mo en sí misma, una copla tragicómic­a, una epopeya cañí. Parece el guion de una película que casi podemos llegar a intuir. Y hoy, que los chavales tienen toda la música universal a su disposició­n en el móvil, que tienen acceso a todos los musicales, teatros y cines de Gran Vía y que la última moda está al alcance de todos, solo vemos caras tristes, frustradas y lánguidas como merluzas hervidas. ‘El Gordo’ de 1935 es nuestro día a día. Su diez es nuestro cero.

No debemos caer en la fantasía melancólic­a: aquella España era peor que esta. Se fue y no queremos que vuelva. Del mismo modo, hoy sigue habiendo muchos problemas. Pero conviene mirar aquello y mirarnos ahora. Y después reflexiona­r y volver a aspirar a vivir ‘la vida cañón’, el casticismo de Urrutia viendo a Antoñete antes del Rockola, planear un viaje a Burgos y a Soria como expectativ­a vital, como sueño de conexión con nuestros padres, ir del brazo con tu chica por el paseo del Prado soñando con mantón nuevo, con una peineta y un clavel reventón sintiendo que sí, que hemos tocado techo. Es la inmensa dignidad de los sueños humildes. Lo cuentan unos chavales de barrio, macarras y geniales. Me han atrapado y me entrego por entero a su apuesta: la vida cañón.

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// ABC Una imagen de la banda pospunk Alcalá Norte
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