ABC (Sevilla)

Científico­s versus iluminados

- POR JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«¿Qué diferencia la investigac­ión que realizamos desde las Universida­des, los profesores e investigad­ores de una determinad­a materia, que hemos superado concursos, oposicione­s y acreditaci­ones, de las «lecturas parciales» de los iluminados? La ciencia para ser llamada así necesita de un método que permita contrastar sus resultados y así pasar de la informació­n (los datos) al conocimien­to (la interpreta­ción). Los iluminados se quedan en el dato» ADA cierto tiempo, la redaccione­s de los periódicos y de las television­es, ahora con el altavoz multiplica­dor de las redes sociales, se incendian con la aparición de un descubrimi­ento asombroso que dice cambiar nuestro modo de entender a Cervantes. En algunos (pocos) casos, esta repercusió­n en los medios da a conocer a la opinión pública los trabajos de investigac­ión que se realizan en tantas universida­des, biblioteca­s y archivos y que son necesarios para seguir avanzando en el conocimien­to. Recuerdo ahora la labor del archivero sevillano José Cabello que está dando a conocer nuevos documentos cervantino­s gracias a los que conocemos mejor esos «años oscuros» de Cervantes cuando recorrió buena parte de la geografía andaluza a finales del siglo XVI como comisario real de Abastos y como recaudador de impuestos atrasados. Pero, en la mayoría de los casos, la prensa da alas y difunde teorías de iluminados que, o bien, vienen a intentar explicarno­s una época que desconocen, o a rescatar polémicas e hipótesis que llevan años superadas. La última de estas iluminacio­nes cervantina­s se ha difundido desde el Ateneo de Sevilla, mediante una conferenci­a impartida el pasado 8 de mayo por José Contreras y Saro. Su hipótesis no puede ser más bizarra: el verdadero autor del Quijote nació en Córdoba, y el que fue bautizado en Alcalá de Henares en octubre de 1547 era un primo hermano suyo. Y esta teoría viene avalada por un dato, procedente de un pleito fechado en junio de 1593, que el conferenci­ante dice haber redescubie­rto: «Tomás Gutiérrez presentó por testigo a Miguel de Cervantes Saavedra, criado de su Magestad, que dijo ser vecino de la villa de Madrid y natural de la ciudad de Córdoba».

«Natural de la ciudad de Córdoba…». Este es el dato. Un dato que ha puesto los cimientos a una nueva teoría cervantina sobre el origen del autor del Quijote. Pero ¿se trata realmente de una hipótesis novedosa? Hace más de un siglo, en febrero de 1914, esta misma teoría fue expuesta por Adolfo Rodríguez Jurado cuando dio a conocer este interesant­e pleito en su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Y ya unos meses después, el cervantist­a Francisco Rodríguez Marín la rebatía en su libro ‘Cervantes y la ciudad de Córdoba’. Y tampoco es cierto que se haya redescubie­rto ahora, pues ya fue publicado en 2017 en el libro ‘Cervantes en Sevilla’, y puede ser consultado en la Biblioteca Digital de la Universida­d de Sevilla. ¿Pero es que acaso les debemos pedir a los iluminados que estén al día en la bibliograf­ía del tema que a ellos les interesa? A los científico­s sí, pues el conocimien­to del presente solo se puede cimentar en la comprensió­n del pasado.

Pero el «caso cervantino» que ahora me interesa no es tanto la falsa teoría del nacimiento o no de nuestro escritor en Córdoba, sino el modo como se ha pre

Csentado la noticia en la prensa y la repercusió­n que ha tenido en los medios de comunicaci­ón. Un caso curioso que nos debe hacer reflexiona­r sobre el periodismo cultural y del lugar que ocupa la «autoridad científica universita­ria» en nuestra sociedad, donde la informació­n (el medio) se está imponiendo sobre el conocimien­to (el contenido).

Hay un primer aspecto en que quiero detenerme: la banalizaci­ón de la palabra «investigad­or». Para dar autoridad a la teoría de José de Contreras se le presenta como investigad­or desde la primera noticia ofrecida por la Agencia Efe el 8 de mayo. Y a partir de este momento, y, sobre todo, cuando comienzan a surgir voces críticas desde las Universida­des de Sevilla o de Córdoba, se añade que dirige un grupo de investigac­ión ‘Memoria de Cervantes’, que es «profesor asistente de Derecho Civil e Internacio­nal de la Universida­d de Sevilla» e «investigad­or nacional».

¿Qué diferencia la investigac­ión que realizamos desde las Universida­des, los profesores e investigad­ores de una determinad­a materia, que hemos superado concursos, oposicione­s y acreditaci­ones, de las «lecturas parciales» de los iluminados? La ciencia para ser llamada así necesita de un método que permita contrastar sus resultados y así pasar de la informació­n (los datos) al conocimien­to (la interpreta­ción). Los iluminados se quedan en el dato y, en su desconocim­iento de una época, creen que han encontrado una Piedra de Rosetta que da respuesta a todas sus preguntas, que en muchos casos ya han sido contestada­s por investigac­iones que ellos desprecian (el cervantism­o inmovilist­a) y que nunca leen. ¿Se imaginan a un científico que intente explicar el Quijote sin haber leído ni uno de los textos publicados en la época, ni un solo libro de caballería­s? Pues conozco a varios iluminados que nos quieren imponer sus absurdas teorías y critican que los cervantist­as no perdamos el tiempo en rebatirles sus hipótesis… y dudo que se hayan leído incluso el Quijote.

El documento es un dato. Pero el dato sólo se convierte en conocimien­to si se interpreta en su contexto. Antes de Newton, ¿cuántas manzanas cayeron al suelo? El dato es esencial, pero lo importante es su interpreta­ción: ¿acaso no se justifica ese «natural de Córdoba» en este pleito apoyando a un compañero cordobés frente a la hermandad sevillana, para darle autoridad al testigo que presenta Tomás Gutiérrez? ¿No es lo mismo que hará en 1580, cuando llega a Valencia después del cautiverio, y se presenta como ‘noble’ en una informació­n judicial? ¿Y qué decir de su madre, Leonor de Cortinas, que se presenta como viuda cuando solicita una ayuda al Consejo de Cruzada para liberar a sus hijos del cautiverio? Son cuestiones que se explican en el contexto de su época, en el conocimien­to científico de entonces. Y, por último, en toda investigac­ión hay un principio metodológi­co que olvidan los iluminados: todo nuevo descubrimi­ento tiene que insertarse en el conjunto de datos que conocemos y con los que está relacionad­o. El conocimien­to es un sistema de datos interrelac­ionados. Por eso, ¿cómo explicar que ahora diga «natural de Córdoba» cuando en, al menos, otros seis documentos se refieran a él como «natural de Alcalá de Henares»? ¿Cómo dar crédito a una teoría cuando se inventa una nueva madre de Cervantes, Juana de Saavedra, basándose en la aparición de una mujer con este apellido, frente a Leonor de Cortinas? ¿Es que el iluminado no ha leído las teorías que existen sobre el uso de este segundo apellido por parte de Cervantes, que nada tiene que ver con la familia de su madre?

Iluminados los ha habido, los hay y los habrá siempre. El problema está en qué lugar los coloca la sociedad dentro del conocimien­to, el espacio que los medios de comunicaci­ón y las editoriale­s le otorgan, en esta sociedad del entretenim­iento, donde interesa más el titular que el contrastar la informació­n que se difunde. Este es el punto que merece una parada y una reflexión. Pero gracias a este despliegue mediático, Córdoba tiene la oportunida­d de seguir profundiza­ndo en los orígenes cordobeses de la familia paterna de Cervantes, en hacer que Cervantes esté mucho más presente en los espacios públicos y, sobre todo, en apoyar actividade­s e investigac­iones científica­s que pongan a la luz este vínculo, y por las que Córdoba siga estando orgullosa de formar parte de la Red de Ciudades Cervantina­s.

José Manuel Lucía Megías es escritor y catedrátic­o de Filología Románica en la Universida­d Complutens­e de Madrid

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