ABC (Sevilla)

La inventiva de Roca y la belleza de Ortega atenúan el descalabro

▸El torero peruano se las ingenia para hacerse con el mejor lote, o convertirl­o en el mejor lote, y poner la nota positiva de la incendiari­a corrida de Domingo Hernández

- JESÚS BAYORT FERIA DE CÓRDOBA

Un traicioner­o esguince sacó a Manzanares del cartel postrero de la Feria de la Salud de Córdoba para conjuntame­nte sacar a Morante del cajón de sastre en el que lo habían encerrado la tarde anterior. Regresaba el maestro a modo de sustituto dentro de una nueva encerrona, ahora envuelta sobre un formato más ceremonios­o y animado por un ambiente desbordado y sugestivo en los tendidos. Era ésta una nueva encerrona por la apariencia de Tifón, el primero de Domingo Hernández, sin cuello, chato y con expresión camarguesa. Aunque de esta ganadería nadie espera un conjunto plenamente armónico, convenía un mínimo de pudor en el equilibrio de su presentaci­ón por tratarse, aunque algunos parecen haberlo olvidado, de una plaza de primera categoría. Exceptuand­o el hierro, ¿qué tenían en común ese primer toro –feo y pobre de cara– con el quinto –bien hecho y descarado–? Sirvan como ejemplo ambos animales, abiertos en lotes distintos, para ilustrar la despareja presentaci­ón de la corrida, sublimado el sainete con el abyecto sobrero, digno de Priego o de Cabra.

A la misma hora de la despoblada imagen cenital del día anterior, el Coso de los Califas ya ofrecía un aspecto más esperanzad­or, cubierta la sombra y relleno el sol (de gente y de la tramposa lona). Al compás de los toreros saltaba al ruedo el alcalde Bellido para conceder el Trofeo Manolete al Rey Roca –en ese orden– por su triunfal mañana del 2023. Podría el regidor haber convocado nuevamente para el 2025 al ídolo peruano porque entre los extraños inventos de este escueto serial y las corridas encontrada­s entre

COSO DE LOS CALIFAS.

Domingo, 19 de mayo de 2024. Tercer y último festejo del abono. Dos horas y treinta minutos de festejo. Tres cuartos de un aforo de 14.000 personas. Presidió Jesús Coca. Se lidiaron toros de Domingo Hernández, dos de ellos cinqueños –el quinto iba camino de los seis años–. 1º, noble y sin empuje; 2º, manso; 3º, falto de empuje aunque crecido sobre su mansedumbr­e inicial; 4º, devuelto entre esmeros; 4º (bis), impresenta­ble al que no se vio; 5º (hierro de Garcigrand­e), dulce y sin poder; 6º, mejor rematado, con poder y franqueza.

de gris plomo y oro. Bajonazo (ovación); estocada defectuosa (bronca).

de verde botella y plata. Estocada (ovación); pinchazo y pinchazo hondo (ovación).

de caldero y plata. Estocada (oreja); aviso antes de estocada algo caída (dos orejas).

MORANTE DE LA PUEBLA, JUAN ORTEGA, ROCA REY,

ofertas de liquidació­n sólo uno de los cuatro matadores que han cumpliment­ado el ciclo ha tenido opción de triunfo. Mejor dicho, sólo uno de los cuatro matadores que ha cumpliment­ado el ciclo ha tenido el acierto de hacer embestir a sus toros. Tiene Roca Rey, indiscutib­le Rey Roca del momento, la capacidad de hacer un oasis de un erial.

Al peruano, que reeditó una faena que ya le hemos visto en innumerabl­es ocasiones, hay que reconocerl­e su capacidad para salvar los muebles en las tardes más plomizas. Fue su capacidad inventiva, seguida de la belleza hipnotizan­te de Juan Ortega, las que salvaron al ganadero y al empresario de que los corrieran a gorrazos. La saña fue volcada entera sobre el empeño de Morante de mandar nuevamente a los corrales al blandengue cuarto, para encontrars­e con el impresenta­ble – aún más– sobrero.

Una sardina moldeada en homenaje a las calles del Albaicín era el empinado Estrusco, aculado en tablas tras el enorme boquete que le había producido la puya. Visiblemen­te afligido, quiso fluir ante la dispuesta –y más despejada– muleta de Rey Roca, que pedía demasiadas revolucion­es para el motor diésel de este tercero. Una mirada desafiante bastó para levantar a los suyos, también eufóricos tras su lenta y corta estocada. Vino ahí su primera oreja, gracias al aguante del comedido y sensato presidente, al que con muchísima fuerza le demandaron la segunda. Sí cayeron los dos pañuelos en última instancia con Abad, el rematado sexto –más que sus hermanos–, que mientras se trastabill­aba sobre la arenosa montaña del tercio mostraba indicios de querer humillar en su salida.

La euforia ya era total: ovacionado­s el par caído, la pasada en falso y hasta el brindis en los medios con media plaza en pie. No escatimó en su apuesta Roca, pronto en los medios sobre la mano izquierda, por donde fluyó la primera y mejor serie; más tropezado tras una racha de viento y el cambio a menos del animal. Aviso durante el arrimón, estocada y dos orejas.

No se acopló Juan Ortega con el capote a las poco enceladas embestidas de Pedrusco, el becerrote acapachado tercero –impresenta­ble aunque proporcion­ado– al que atacó con demasiado mando en su salida con la muleta, tremolada después bajo el viento, cuando rápido se encogió el animal. Sin acople, hubo gestos de agradecer: su muleta empieza a quedarse colocada en la cara, donde el toreo únicamente alcanza la gloria.

Morante se atasca

Los pitos que no se llevaron ni el toro ni el torero cayeron para la banda de música, desatinada en cada momento elegido para tocar. Si no la cambian, que al menos sienten a un asesor junto al director, que mandó a tocar cuando este tercero se aculó en tablas. Bordada fue la suerte de matar, tanto que algunos partidario­s le pidieron la oreja. Era esto algo de lo que quería hablar: mientras que Roca aporta gentío a los tendidos, Ortega trae partidario­s. Se saludaban los cabales aficionado­s orteguista­s por la Avenida de la Libertad, algunos recién desembarca­dos del AVE.

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