ABC (Sevilla)

Air de fango

Estos días, para llevarse un recuerdo del aroma español no hay que comprar su aire, basta con un par de portadas de periódicos

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

EN 1919, Marcel Duchamp compró una ampolla de suero fisiológic­o, la vació y la volvió a cerrar. La llamó ‘Air de Paris’. En principio, era un regalo para uno de sus amigos que ya tenía de todo. Así que, inicialmen­te, Duchamp no vendió aire. O sí, se pregunta el Pompidou, donde se expone una de estas ampollas. Hay otra en el Museo de Arte de Filadelfia. Tampoco está claro si el aire era realmente de París. En cualquier caso, la historia ha juzgado los frasquitos como obras de arte.

Acuérdese de Duchamp cuando en algún aeropuerto se tope con una lata que ha envasado ‘Aire de…’ Sí, también lo venden. De Mallorca, de Roma… Un souvenir de aire, que es gratis –de momento–, pero el envase hay que pagarlo. La próxima vez, traiga el recipiente de casa.

Más que por la estrategia empresaria­l –nunca sabe una donde está el negocio– siempre me pregunto si esos tarros huelen a algo. Sería capaz de comprar uno sólo para averiguarl­o. ¿Se puede atrapar el olor de una ciudad? ¿De un país? En ese caso, ¿a qué huele España? Y si huele a algo, ¿qué lo produce?, ¿quién o qué lo esparce?

Al contrario que con la vista, con el olfato no cabe el «para gustos, colores». En el Pantone olfativo, no hay una clara división entre pestilente­s y agradables. Es una frontera movible. Sospechamo­s que hay un cierto consenso sobre cuáles son los buenos y cuáles los malos, pero no: todo el mundo detesta algún perfume o ambientado­r.

Insisto en utilizar olor como vocablo porque es más plano. De aroma a tufo, el resto de sustantivo­s para nombrar las impresione­s del olfato poseen carga subjetiva. Hay olores particular­es que a unas narices enamoran y a otras desagradan, como el de las bodegas o las gasolinera­s. Desatan pasiones u odios: «A mí me encanta». «A mí me marea». «No lo soporto». Eso sí, todo el mundo los capta. Porque, guste o no, son olores embriagado­res. No se puede escapar de ellos. Quienes trabajan en esos lugares, simplement­e se acostumbra­n y responden menos al estímulo, como anestesiad­os, pero no pueden negar que el olor existe.

Ocurre lo mismo con el ‘Air de fango’ que nos invade estos días, estas semanas, estos meses. Sorprenden­temente, las casas perfumeras que lo pulverizan sólo detectan el olor ajeno. Ése es el que les parece pestilente. Y cómo les molesta. Anestesiad­os, son incapaces de percibir su propio tufo. Será porque están todo el día con el ‘flus flus’. Así está el ambiente. Tan cargado que hasta al extranjero se le pega al cuerpo.

Estos días, para llevarse un recuerdo del aroma español no hay que comprar su aire, basta con un par de portadas de periódicos. Sirve como souvenir. Y como tal habrá quien le vea la gracia y el arte, como a Duchamp. Pero a los de aquí empieza a asfixiarno­s.

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