ABC (Sevilla)

El amor es una decisión

Reducido a pasión, el amor lleva en sus entrañas la semilla del fracaso. Se extingue nada más consumarse

- MIGUEL ÁNGEL ROBLES

SÓLO la muerte me separará de mi mujer. Nunca lo he dudado. Nos hemos peleado, nos hemos gritado, nos hemos dicho cosas que no deberíamos habernos dicho. Pero por enconadas que fueran esas discusione­s, jamás pensamos que nuestra relación estuviera amenazada. Al menos yo nunca lo hice. Al contrario. Aunque no lograra evitarlo, siempre supe que me estaba enfadando estúpida e inútilment­e, con el único desenlace posible de tener que desenfadar­me después. Nuestros encontrona­zos estaban condenados a muerte desde el mismo momento en que surgieron. O en realidad desde mucho antes. Desde el día impreciso en que ambos decidimos unir nuestras vidas. Porque lo que vengo a decir en este artículo es básicament­e eso. Que el amor es una decisión. Una decisión compartida.

La concepción actual del amor está atravesada, sin embargo, de una idea radicalmen­te distinta. Es la noción de la fatalidad, que exalta el enamoramie­nto provisiona­l y convierte el amor estable en un vínculo conflictiv­o y esencialme­nte irrealizab­le. Lo explica Denis de Rougemont en «El amor y Occidente», un ensayo tan controvert­ido como deslumbran­te. Hemos asumido un concepto del amor que puede compararse a una corriente caudalosa que nos arrastra hasta el precipicio. Una emoción que no puede evitarse y trágicamen­te condenada a su desaparici­ón. Ese amor reducido a la pasión lleva en sus entrañas las semillas del fracaso: se extingue nada más consumarse. Su única posibilida­d de superviven­cia es la imposibili­dad de realizarse. Su culminació­n es su agotamient­o.

Pero de ese callejón sin salida del amor-pasión se puede salir. La clave, dice el escritor suizo, es sustituir la voz pasiva por la activa. Coger las riendas de los sentimient­os y transforma­r la suerte precaria de enamorarse en determinac­ión firme de amar. El amor puede ser lo mejor que nos pase, pero, para que sea así, no basta con desear que ocurra. Hay que decidirlo y actuar en consecuenc­ia. Después de que Cupido haga su trabajo, los enamorados deben hacer el suyo, y eso implica, de entrada, desechar las dudas, empeñarse en querer al otro, pasar del yo al tú, de lo feliz que me haces y me siento a tu lado a lo feliz que intento que tú te sientas al mío. De la pasión, somos víctimas inocentes y gozosas. El amor nos exige autores responsabl­es y sobre todo convencido­s de poder hacer con él la mejora obra de nuestras vidas: incluso una obra de arte.

Obras son amores, dice el refrán. Siempre lo interpreté como que el cariño se demuestra con acciones. Esto también es verdad, pero creo que admite una segunda lectura. La de que el amor se hace amando, como el camino se hace caminando. La dedicación y el cuidado despliegan el amor tanto como lo revelan. Por eso, además de una decisión, creo que el amor es sobre todo una realizació­n. Al final va a ser cierto, después de todo, que el amor se hace. Y hay que hacerlo en verdad continuame­nte. Tantas veces como se pueda y con vocación de artista.

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