El amor es una decisión
Reducido a pasión, el amor lleva en sus entrañas la semilla del fracaso. Se extingue nada más consumarse
SÓLO la muerte me separará de mi mujer. Nunca lo he dudado. Nos hemos peleado, nos hemos gritado, nos hemos dicho cosas que no deberíamos habernos dicho. Pero por enconadas que fueran esas discusiones, jamás pensamos que nuestra relación estuviera amenazada. Al menos yo nunca lo hice. Al contrario. Aunque no lograra evitarlo, siempre supe que me estaba enfadando estúpida e inútilmente, con el único desenlace posible de tener que desenfadarme después. Nuestros encontronazos estaban condenados a muerte desde el mismo momento en que surgieron. O en realidad desde mucho antes. Desde el día impreciso en que ambos decidimos unir nuestras vidas. Porque lo que vengo a decir en este artículo es básicamente eso. Que el amor es una decisión. Una decisión compartida.
La concepción actual del amor está atravesada, sin embargo, de una idea radicalmente distinta. Es la noción de la fatalidad, que exalta el enamoramiento provisional y convierte el amor estable en un vínculo conflictivo y esencialmente irrealizable. Lo explica Denis de Rougemont en «El amor y Occidente», un ensayo tan controvertido como deslumbrante. Hemos asumido un concepto del amor que puede compararse a una corriente caudalosa que nos arrastra hasta el precipicio. Una emoción que no puede evitarse y trágicamente condenada a su desaparición. Ese amor reducido a la pasión lleva en sus entrañas las semillas del fracaso: se extingue nada más consumarse. Su única posibilidad de supervivencia es la imposibilidad de realizarse. Su culminación es su agotamiento.
Pero de ese callejón sin salida del amor-pasión se puede salir. La clave, dice el escritor suizo, es sustituir la voz pasiva por la activa. Coger las riendas de los sentimientos y transformar la suerte precaria de enamorarse en determinación firme de amar. El amor puede ser lo mejor que nos pase, pero, para que sea así, no basta con desear que ocurra. Hay que decidirlo y actuar en consecuencia. Después de que Cupido haga su trabajo, los enamorados deben hacer el suyo, y eso implica, de entrada, desechar las dudas, empeñarse en querer al otro, pasar del yo al tú, de lo feliz que me haces y me siento a tu lado a lo feliz que intento que tú te sientas al mío. De la pasión, somos víctimas inocentes y gozosas. El amor nos exige autores responsables y sobre todo convencidos de poder hacer con él la mejora obra de nuestras vidas: incluso una obra de arte.
Obras son amores, dice el refrán. Siempre lo interpreté como que el cariño se demuestra con acciones. Esto también es verdad, pero creo que admite una segunda lectura. La de que el amor se hace amando, como el camino se hace caminando. La dedicación y el cuidado despliegan el amor tanto como lo revelan. Por eso, además de una decisión, creo que el amor es sobre todo una realización. Al final va a ser cierto, después de todo, que el amor se hace. Y hay que hacerlo en verdad continuamente. Tantas veces como se pueda y con vocación de artista.