Ana Blandiana, la poeta que retó a Ceaucescu
▸La autora rumana, una de las voces más destacadas contra la dictadura, recibe el galardón de las Letras por una obra «indómita» y «profunda»
La mejor manera con la que podemos definir la personalidad de Ana Blandiana, que acaba de ser galardonada con el premio Princesa de Asturias de las Letras, es que puso dos ángeles encima de la mesa de la dictadura comunista. A pesar de la censura y la prohibición de su obra, a pesar del silencio y ese estar rozando siempre la muerte civil, la escritura de Blandiana se mantuvo firme en una convicción: preparar a los lectores para la experiencia de la sencillez y hacer de la sencillez la experiencia espiritual del misterio. Esos fueron los ángeles que tanto incomodaron a los comisarios políticos y a la policía y que andaban, sin embargo, de bolsillo en bolsillo, copiados a mano en pequeños papeles entre la juventud de Rumanía.
Conviene darse cuenta de la dimensión ética de Blandiana para no olvidar que forma parte de su dimensión poética. Nunca se exilió, se quedó encerrada en la Rumanía del telón de acero, y desde allí construyó esa manera de intensificar lo que el Partido Comunista no podía tocar: lo inaprensible, los puntos de fuga de las cosas, la vida imaginaria de los poemas. No se exilió porque no podía exiliarse de su madre, de algunos paisajes amados, de algunos amigos y de una lengua que se quedaría atrás representada por el Régimen. No se exilió porque, como ella misma dijo, no deseaba dejar toda la representación de su tierra al dictador Ceaucescu.
Había nacido en Timisoara en 1942 con el nombre de Otilia Valeria Coman y estuvo marcada por una desgracia familiar que la convirtió para siempre en una exiliada interior: su padre, que ejercía como profesor, que profesaba como sacerdote ortodoxo fue detenido y murió después que le dieran la libertad por las secuelas de su tiempo de prisión. Como en alguno de sus relatos, ella y el resto de su familia se convirtieron en unos proscritos, en unos apestados para la oficialidad de Rumanía. No se la admitió durante un tiempo en la universidad y, como tantos, tuvo que crearse una formación más allá de los estrechos cauces académicos, más allá del aislamiento en que vivía su país. Se licenció finalmente en la Facultad de Filología de Cluj, se casó con el pensador y escritor Romulus Rusan y se estableció en Bucarest.
Blandiana, como le ocurrió a su generación, empezó a escribir poesía en medio de una tierra de nadie. Al no poder estar conectada con la poesía europea de su tiempo, tuvo que crearse una tradición, su propia tradición desde la que buscar su voz poética. Se sumergió en la gran poesía de entreguerras, la de los años 30, hizo de Rilke el modelo en quien confiar, se dejó seducir por la sencillez de cierta poesía popular y acabó entregada a aquellos escritores fundamentalmente intensos, trágicos y que intentaban ver que la realidad solo era un camino hacia los mundos interiores y los extraños mundos de la imaginación, de Dostoievsky a Poe, de Hoffman