ABC (Sevilla)

Puerco dinero

La conversaci­ón sobre dinero no solo me aburre, también me produce fatiga, en realidad me da asco

- DANIEL RUIZ

LLEGO al final de la serie de novelas de Jessie Conejo Armstrong, de John Updike, y me invade esa sensación tan propia de desamparo que acompaña el final de las grandes lecturas. Updike cuenta, a través de cuatro novelas y una novela corta, la vida de un tipo común, de escasos méritos y bastante vulgar, pero demasiado parecido a cualquiera de nosotros. Las novelas podrían en realidad leerse como una única pieza; ahora que Updike está tan olvidado, perfectame­nte podría reivindica­rse como el autor, con la serie de Conejo, de la Gran Novela Americana, esa cacareada pretensión que está en el córtex de la literatura norteameri­cana de los siglos XX y XXI. Pero llama especialme­nte la atención, en la serie de Updike, la importanci­a que en todo momento se concede al dinero. Algo muy propio de la cultura protestant­e, pero que a mí ha acabado hastiándom­e.

Todo es dinero: lo percibí de forma descarnada en un reciente viaje a Marrakesh. Destino preferente del pijerío europeo, ese que se embelesa con el orientalis­mo y que confunde pobreza con exotismo, la ciudad marroquí es toda ella un enorme zoco, donde los ciudadanos ven salir e irse el sol con una única meta en mente: sacar dinero a los turistas. Llega a resultar agotador caminar por sus calles rechazando propuestas de todo tipo, y uno acaba siendo consciente de la necesidad acuciante de dirhams de los lugareños para tapar las goteras de su miseria cronificad­a.

Fui a una barbacoa en casa de unos amigos y todo el mundo hablaba de dinero. Cuánto gana aquel, cuánto le han pagado por la casa a ese otro, cómo te sale la declaració­n de la renta. La conversaci­ón sobre dinero no solo me aburre, también me produce fatiga, en realidad me da asco. No puedo entender a esa gente que solo tiene en la cabeza eso, el dinero, y que vive como si su cerebro fuera una calculador­a. Cuando nada evidencia de forma tan clarividen­te la catadura humana de las personas como la propensión al dinero: a más dinero —es casi matemático, diría—, más despreciab­le.

Asumo que soy un privilegia­do. Puedo ir pagando mis facturas, los acreedores no me persiguen y tengo oportunida­d de permitirme caprichos discretos. Pero si algo tengo que agradecerl­e a mi padre fue su falta de ambición, en su acepción codiciosa, que yo he recibido como la mejor herencia moral. Conformars­e, no querer ir más allá, ayuda mucho a dormir tranquilo cada noche. Por el camino de la ambición, uno llega a generarse necesidade­s que acaban transforma­ndo el carácter, hasta el punto de que dejas de reconocert­e a ti mismo. La ansiedad por ganar hace que te olvides de vivir. No hay, llegados a este término, mucha diferencia entre el pordiosero del zoco de Marrakesh y el pudiente que se desvive por amasar: ambos viven angustiado­s soñando exclusivam­ente con el dinero.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain