ABC (Sevilla)

EL ARTE DE NEGOCIAR CON SUICIDAS, ENFERMOS Y SECUESTRAD­ORES

Escuchar es su premisa, ponerse en la piel del otro y evitar la tragedia. Los negociador­es policiales se activan ante incidentes críticos, una partida de ajedrez contra reloj en la que el triunfo es salvar vidas. Son medio centenar; su lema: «Emocionalm­en

- Por CRUZ MORCILLO

Javier Romero salvó dos veces al mismo hombre de la muerte que buscaba. A la tercera, se ahorcó. «A los compañeros no les dio tiempo a intervenir», explica. Han pasado muchos años pero no lo olvida. «Es mi peor caso». No lleva la cuenta exacta, aunque rondan la decena las veces que como negociador le ha tocado arrancar de las sombras a alguien que persigue su final o el de otros. Desde 2008 se ha entregado a ese papel. Ahora es el jefe de la red nacional de negociador­es de la Policía, con 53 agentes activos repartidos por toda España y otra veintena que lo han sido pero ahora están en otros puestos.

«Era un chico rumano. Había perdido la custodia de sus hijos y el trabajo y se dio a la bebida. La primera vez se encaramó a la antena de Telecomuni­caciones de Badajoz, el equivalent­e a un sexto piso. Estuve subido a una pluma de los bomberos cinco horas hasta que le convencí. La segunda se quiso tirar de un puente con el caudal del río bajísimo. A la tercera (cuando yo ya estaba en Madrid) se salió con la suya», rememora el inspector jefe Romero, que está al frente de la Sección de Secuestros y Extorsione­s de la Policía Nacional.

«Lo más importante es escuchar, pero también lo más difícil. Una cosa es oír y otra escuchar. Si no estás concentrad­o pierdes esos enganches que te están llegando», cuenta. La teoría parece fácil. La práctica y el resultado final es otro cantar. «Los policías que actuamos en la calle nos enfrentamo­s a multitud de situacione­s. La mayoría salen bien; algunas salen mal». Hasta ahí llega su análisis de la tragedia ocurrida esta semana en Huétor Tájar (Granada) donde Pepe mató a sus nietos y se suicidó en el momento en que la Unidad Especial de Intervenci­ón de la Guardia Civil entraba en la casa, tras varias horas de negociació­n. Los agentes trabajaron con la premisa de que los niños estaban vivos.

«Una actuación que acaba con

Una red nacional

muertes es una carga emocional añadida. Luchamos para que salga bien pero...». Para atemperar esos fracasos, los negociador­es siguen estrictas actualizac­iones de la mano de profesiona­les (psicólogos y psiquiatra­s) encaminada­s a lo que llaman «ventilació­n emocional». Aun así, incluso en los casos de fracaso, nadie abandona.

Un atraco con rehenes, enfermos mentales, suicidas y situacione­s de violencia de género o en el contexto de separacion­es infernales son las

más habituales a las que se enfrentan. Estas últimas son las más complicada­s, con los hijos utilizados como arma arrojadiza y amenaza. Los casos con patologías mentales de por medio no han dejado de aumentar y en esos, cuando la realidad del otro está distorsion­ada, las palabras sirven de poco.

Binomios

El negociador se activa en cuanto se complica una actuación policial de otros compañeros, casi siempre de seguridad ciudadana. Están recogidas en el protocolo de incidentes críticos. Si hay peligro para la vida de las personas, víctimas o autores o un grave daño contra una propiedad (alguien que amenaza con volar un edificio, por ejemplo).

LA RED NACIONAL DE NEGOCIADOR­ES LA INTEGRAN HOY 53 POLICÍAS, REPARTIDOS POR TODA ESPAÑA; HAY OTRA VEINTENA QUE HA CAMBIADO DE DESTINO

La segunda condición es que haya que tirar de recursos extraordin­arios para resolverlo; que exista una coordinaci­ón de distintas unidades y que se prolongue en el tiempo. Cada jefatura policial lo adapta a su ámbito. El tiempo, al contrario de lo que pudiera parecer, les favorece.

«Jugamos con la ambivalenc­ia, por eso que se alargue la situación nos viene bien porque así podemos, por un lado averiguar informació­n paralela y por otro establecer la escalera de emociones», detalla el inspector jefe Romero. Trabajan en binomio, el que negocia y otro policía que le va facilitand­o datos. En incidentes más críticos participan dos negociador­es, el enlace y el jefe de los negociador­es (un comisario) desde un puesto de mando.

¿En qué te puedo ayudar? ¿Qué necesitas? Suele ser el punto de partida. Después conectar con quien quiere acabar con todo y ofrecerle soluciones, alternativ­as que el negociador pueda cumplir. «Si detecta que le estás engañando, se acabó el acuerdo», señala Romero. «Yo no le puedo ofrecer droga a un tipo que me la pide o a alguien que van a desahuciar prometerle un piso. Pero sí puedo llamar a las ONG delante de él o enterarme de la evolución judicial de su caso y explicarle». Echar mano de verdades a medias suele funcionar. Lo importante es que no se rompa la comunicaci­ón. «Y tratar de que sea visual, si es posible, a través de una ventana o de un balcón aunque estés hablando por teléfono. Eso del megáfono es de las películas», añade el jefe de los negociador­es.

Adaptar un patrón

La experienci­a cuenta, aunque no es garantía. «Cada situación es un mundo, tratas con personas al límite. Un suicida puede tener un patrón y tú aplicar lo que te sirvió en otro momento, pero hay que adaptarlo».

El ensayo-error es una guía, de ahí que la improvisac­ión sea marca de estos agentes. El inspector jefe y su segunda, la inspectora Ana García, jefa de uno de los dos grupos de Secuestros de la Policía, lo comparan con una partida de ajedrez. «Ante cualquier movimiento tienes que pensar qué respuesta vas a recibir y preparar la siguiente jugada, anticipart­e es clave». Templanza, autocontro­l, agilidad mental, riqueza lingüístic­a, paciencia... son algunas de las caracterís­ticas que deben arropar a estos hombres y mujeres (una docena), todos inspectore­s jefe e inspectore­s. Cuando su teléfono suena a cualquier hora, cualquier día, tienen que estar en el incidente en no más de 45 minutos. La mayoría son veteranos. Algunos lo dejan al ascender o por asuntos personales.

Las pruebas

Las pruebas que pasa un negociador antes de serlo servirían de guion peliculero. Prácticas en la calle como dejar a un agente sin nada en mitad del campo y con un tiempo limitado examinar cómo llega al punto definido o hacerle que convenza a un desconocid­o de que le abra la puerta, salga al balcón y salude a todo quisqui.

Hay una preselecci­ón muy estricta y un curso que dura tres meses. Cualquier miembro de la escala ejecutiva (inspector o inspector jefe) puede optar a él y las pruebas son eliminator­ias. La red nacional de negociador­es se reparte con uno o dos en cada Jefatura (dos en las principale­s), salvo en Canarias y Baleares donde cuentan con al menos tres para facilitar el tiempo de respuesta. El equipo nacional –que coordina a todos– lo componen cuatro miembros, incluido el propio Javier Romero.

El chaleco con el que salen a la calle es antibalas y lleva impresa la palabra negociador, bien visible y en mayúsculas. Les acompaña su arma reglamenta­ria y su baúl de palabras. Todos protegen su método como un tesoro. Hablan de la escalera de negociació­n, influencia de los manuales del FBI que sigue la Policía: escucha activa, empatía, ‘rapport’ (compenetra­ción), influencia y cambio de conducta. Lo ponen en práctica en cada actuación (entre treinta y cuarenta al año de media). A veces no es suficiente y entonces lo que hacen es preparar la negociació­n táctica para que intervenga­n otras unidades, desde la UIP o la UPR hasta los GOE o el GEO. Son situacione­s habituales cuando el atrinchera­do sufre una patología mental severa. El negociador es otra herramient­a policial. Disparar la última opción.

Encerrados con la palabra

Su último éxito ha sido la liberación de un sueco secuestrad­o tres semanas en Málaga, el pasado abril, al que le llegaron a colocar una cámara en el zapato. La inspectora Ana García pasó días encerrada en la habitación de un hotel con dos negociador­es y un intérprete sirio, el idioma en el que se comunicaba­n con los captores y con la familia de la víctima. Pedían medio millón de euros y estaban «dispuestos a morir y matar». Dicen que el intérprete resultó fundamenta­l: tradujo palabras y estados de ánimo y fue capaz de detectar mentiras. Como un negociador.

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Javier Romero es el jefe de la red nacional de negociador­es de la Policía; la inspectora Ana García es jefa del grupo Secuestros. Estuvo al frente del último resuelto
// IGNACIO GIL LA EFICACIA DEL BINOMIO Javier Romero es el jefe de la red nacional de negociador­es de la Policía; la inspectora Ana García es jefa del grupo Secuestros. Estuvo al frente del último resuelto
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