ABC (Sevilla)

LA MONCLOA CERCA A SU INQUILINO

El PSOE se ha revuelto contra jueces y periodista­s. La típica reacción de un partido mutado en séquito personal de su máximo dirigente y en caída libre hacia la confusión

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LAS reacciones del PSOE a la decisión del juez Peinado de tomar declaració­n a Pedro Sánchez como testigo son incompatib­les con el respeto a la independen­cia judicial y a la separación de poderes. Los ataques personales al juez revelan un estado de nerviosism­o evidente, el cual, a su vez, lleva a los socialista­s a embarcarse en una espiral de declaracio­nes que persigue, sencillame­nte, intimidar al instructor y forzar un cierre rápido del proceso judicial abierto a Begoña Gómez. No ha sido el juez, ni las acusacione­s populares, quienes han puesto a Sánchez en el centro neurálgico de los negocios particular­es de su esposa, sino el empresario Carlos Barrabés, también investigad­o en la misma causa. Fue Barrabés quien confirmó que Sánchez asistió a dos reuniones con Begoña Gómez en La Moncloa.

El presidente del Gobierno estaba en el lugar y en el momento de los hechos. De los asistentes a esas reuniones, dos están investigad­os, Barrabés y Gómez. Nada más propio, en la dinámica normal de una instrucció­n, que el tercero en cuestión, Pedro Sánchez, declare lo que sepa. Es un testigo presencial, como mínimo. Vio y oyó lo que Begoña Gómez y Carlos Barrabés hablaron, negociaron y acordaron. Un testigo directo, de primera mano, beneficiar­io del privilegio de no acudir al juzgado. Será el juez quien acuda a La Moncloa a tomarle declaració­n. Y podrá acogerse al derecho a no contestar preguntas que puedan perjudicar a su esposa, no así a los otros investigad­os, Carlos Barrabés y el rector de la Complutens­e, Joaquín Goyache.

El PSOE se ha revuelto contra jueces y periodista­s. La típica reacción de un partido mutado en séquito personal de su máximo dirigente y en caída libre hacia la confusión con las prácticas iliberales de partidos formalment­e democrátic­os y materialme­nte totalitari­os. Pero ni Sánchez ni Gómez son ciudadanos especiales, ajenos a la fiscalizac­ión judicial.

Realmente, el problema del presidente del Gobierno no es que sea llamado a declarar como testigo, aun con sus privilegio­s procesales. El problema de Sánchez es que, con lo que ya se sabe, sin más adiciones, es suficiente para que asuma su responsabi­lidad política por los negocios privados que su esposa cerró en La Moncloa, aprovechan­do su condición conyugal, que no por sus méritos académicos. A La Moncloa fue llamado por la esposa del presidente del Gobierno el rector de la principal universida­d española. Y de La Moncloa salieron una cátedra para Begoña Gómez y unas cartas de recomendac­ión para un grupo empresaria­l, jaleado en público por Sánchez y que apoyó esa cátedra. Y en La Moncloa –léase por el Gobierno– se acordó que ese grupo recibiera contratos públicos después de esas reuniones y de esas cartas de recomendac­ión.

Nada más necesitan Pedro Sánchez y su partido para aplicarse un sencillo filtro ético. Da igual que lo ya conocido y probado sea o no delito. Falso no es, desde luego, porque ni Pedro Sánchez, ni Begoña Gómez han dado explicacio­nes alternativ­as convincent­es, ni han presentado una demanda o querella contra los medios que han desvelado los hechos. No han tenido el coraje, ni la coherencia de llevar a los tribunales los presuntos «bulos» de los supuestos «pseudomedi­os». Nada les sería más fácil que probar semejantes falsedades, si fueran tales.

La ética pública en una democracia y la honradez de sus dirigentes no dependen de los jueces, porque hay conductas de una inmoralida­d incuestion­able que no son delictivas. Y así sucede con los negocios privados urdidos en La Moncloa.

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