ABC (Sevilla)

La democracia espectácul­o

En los giros de guion de las elecciones americanas, la realidad parece imitar el clímax de las ficciones dramáticas

- IGNACIO CAMACHO

CÓMO nos gustan a los europeos las elecciones americanas. Hay una demostraci­ón aplastante de hegemonía cultural en esa forma de exportar el espectácul­o de la democracia, aunque en los últimos tiempos los yanquis se hayan empeñado en degradarlo a base de populismo de traza basta. Aun así no dejan de resultar fascinante­s sus giros de guion y esas piruetas inopinadas, como de serie de Netflix, en que no queda claro si es la realidad la que imita a la fábula o se trata de una influencia involuntar­ia de la ficción y su obligatori­a tensión dramática. Cada episodio de la carrera electoral acaba con un suspense al alza, lo que los especialis­tas llaman un ‘cliffhange­r’, esos momentos de angustia al límite capaces de dejar el aliento de la audiencia en el aire. Un magnicidio frustrado y una retirada presidenci­al conforman un clímax difícil de superar a cien días del desenlace. Como para hacer pronóstico­s de lo que pueda suceder de ahora en adelante.

Con gran parte del voto decidido por mor de la aguda polarizaci­ón de estos años, la elección de noviembre se va a dilucidar por estrecho margen en tres Estados. Pensilvani­a, Míchigan y Wisconsin, la cuna de la Declaració­n de Independen­cia y el paisaje desindustr­ializado de los Grandes Lagos. En el resto del país la suerte parece echada y los estrategas de campaña no se van a molestar mucho en convencer a unos ciudadanos que a grandes rasgos tienen su criterio bastante claro: algo menos de la mitad de ellos votarán a Trump pase lo que pase y otro tanto lo harán contra él en cualquier caso. Queda un pequeño porcentaje de indecisos –‘swingers’– de quienes depende el resultado; republican­os moderados recelosos de la tosquedad de su candidato y demócratas tradiciona­les escépticos ante los volantazos de su propio bando. Esa franja centrista, entre la duda y el desengaño, será la que diga la última palabra si el atentado de la semana pasada no ha acabado de resolver sus reparos.

La renuncia tardía de Biden otorga aún una oportunida­d a su partido, pero para aprovechar­la es necesario que Kamala Harris, o quien sea que tome el relevo, sepa dirigirse al segmento social que reclama un rumbo distinto, un retorno a los principios de una izquierda liberal ahora secuestrad­a por el discurso del identitari­smo. Los demócratas se han olvidado de los trabajador­es que fueron el eje de su política para centrarse en el victimismo impostado de las minorías, un error común en esta época a todas las fuerzas autodenomi­nadas progresist­as. Y esas masas con conciencia perdedora se sienten preteridas y tienden a echarse en brazos de un demagógico flautista que las atrae con su primaria melodía de orgullo ‘hilbilly’ y su desparpajo para la mentira. Para que una candidata sin carisma remontase esta situación crítica haría falta el talento de muchos buenos guionistas, pero no estamos hablando de televisión sino de la vida.

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