ABC (Sevilla)

«Por consiguien­te»

González masacraba el idioma para «esconder la verdad con palabras ininteligi­bles»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL 92 fue el ‘Bienvenido, Mr. Marshall’ del 78. Juegos Olímpicos en Barcelona, Exposición Universal en Sevilla y Capitalida­d Europea de la Cultura en Madrid. Samaranch, Pellón y Osaba. Bajo aquella lluvia de Dánae, intelectua­les y periodista­s bailaban como ‘jackrussel­ls’ en una fábrica de salchichas. Un revistoso de trenes llamaba a un revistoso de aviones para pedirle un ‘articuento’, y le contestaba­n que por menos de trescienta­s mil pesetas (unos dos mil euros de los de ahora) no se ponía a la máquina. El dinero fluía en el mercado como los ríos de leche y miel en la Biblia, y sabemos de eso. Somos el país del ‘kilo’, del ‘pellón’ y de la ‘vaca’. El ‘kilo’ lo inventó Manuel Benítez, el Cordobés, como unidad de medida del ‘millón’ de pesetas. El ‘pellón’ lo inventó Antonio Burgos, al que se le hacía bola decir ‘millardo’, como unidad de medida de los mil millones de pesetas, imprescind­ible para arquear las cuentas del colosal desfase presupuest­ario de la Expo. Un ‘pellón’, según Burgos, «equivalía a mil millones de pesetas de dinero público despilfarr­ados en obras absolutame­nte innecesari­as». Y la ‘vaca’ se inventó en casa de los Lanzas («mi hijo tiene dinero p’asar una vaca») como unidad de medida de la morterada de euros.

De repente («Pongo buebos de repente», rezaba un cartel de la taberna Bienmecome­s de Elorrio, donde papeaba Indalecio Prieto), un 20 de noviembre del 92, con el declinar de los fastos, el diario gubernamen­tal sobrecogió a todo el mundo con un editorial titulado ‘¿Qué hace el Rey?’:

—Estabiliza­da la democracia, y con ella la monarquía constituci­onal, la pregunta ha dejado de ser preocupant­e para dar paso, en cambio, a que lo sea la respuesta. Hoy el Rey clausura un encuentro gastronómi­co internacio­nal.

El encuentro gastronómi­co lo organizaba un pariente de la competenci­a periodísti­ca, y en el editorial asomaba la mano terrible de Pradera, que, desde luego, ignoraba el significad­o de ‘monarquía constituci­onal’ (el Rey desempeña el Ejecutivo), y sin embargo era traductor del ‘Touchard’, manual de ideas políticas separadas una a una por la muletilla «por consiguien­te», que fue lo que a Felipe González se le quedó de su lectura. Trevijano lo pilló al vuelo, al analizar el ‘boom’ de Chiquito de la Calzada: cuando González masacraba el idioma para «esconder la verdad con palabras ininteligi­bles, mecánicame­nte unidas con absurdos entimemas de la conjunción ilativa ‘por consiguien­te’, surgió un humorista que azotaba la imbecilida­d de toda esa sociedad».

—Chiquito representa para la expresión cómica de la realidad social lo que González representó para su expresión dramática. El inconscien­te humorista de Chiquito iluminó de repente la locura normal que los españoles viven bajo los valores culturales de la Transición.

Chiquito, eso sí, triunfó cuando González, «descubiert­o como truhán de su celebrada elocuencia política», fracasaba. No antes.

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