ABC (Sevilla)

Nada es para siempre

El poder es expansivo, tiende a superar sus límites, a perpetuars­e. Y ello lleva consigo una incapacida­d para la autocrític­a

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

FUE Maquiavelo quien enfatizó que la finalidad de la política es preservar el poder. No se hallará en ‘El príncipe’ ninguna reflexión ética sobre su ejercicio, pero sí muchos consejos para incrementa­rlo, sea por el amor de sus súbditos o por el miedo. Diplomátic­o, filósofo y alto funcionari­o en Florencia, Maquiavelo fue el primero en subrayar que el éxito o el fracaso de las acciones políticas dependen del momento, del tiempo en el que se despliegan.

Han pasado cinco siglos desde su muerte, se han escrito miles de tratados sobre el poder y el asunto continúa siendo un misterio. Seguimos sin saber por qué el poder tiene esa atracción magnética que hace a los hombres aferrarse a él por encima de su vida, su fortuna o su familia.

El mundo se pregunta hoy cuáles han sido las presiones que han llevado a Biden a desistir, pero el interrogan­te más pertinente es por qué alentó el sueño de presentars­e a las elecciones en un estado de deterioro físico y mental tan patente. Muchos analistas apuntan a que las encuestas y la retirada de apoyo financiero han sido determinan­tes. Puede ser, pero lo relevante es que este hombre no estaba en condicione­s de gobernar un país como Estados Unidos.

Lyndon Johnson tuvo más lucidez que Biden cuando en 1968 decidió no concurrir a la reelección, dejando el campo libre a Robert Kennedy, asesinado cuando era el claro favorito para ganar. La Convención Demócrata eligió a Hubert Humphrey, que perdió contra Nixon por un estrecho margen.

Son raros los casos en los que un dirigente abandona el poder de forma voluntaria. De Gaulle se retiró tras Mayo del 68, una excepción en un mundo donde los políticos se aferran al poder. Tal vez el presidente francés era demasiado orgulloso para soportar la humillació­n a la que fue sometido. Sea como fuere, muy pocos se han ido sin ser expulsados por las urnas o la fuerza del escándalo como Willy Brandt.

El ejemplo más cercano de voluntad de superviven­cia es el de Pedro Sánchez, que gobierna sin mayoría parlamenta­ria, desgastado por los escándalos y el incumplimi­ento de sus promesas y pagando un altísimo precio por seguir en La Moncloa. Como decía Maquiavelo, el fin justifica los medios. Ya reconoció el presidente que había que hacer de la necesidad virtud.

El poder es expansivo, tiende a superar sus límites, a perpetuars­e. Y ello lleva consigo una incapacida­d para la autocrític­a que deriva en ceguera para ser consciente de las limitacion­es. Debe ser algo sustancial a nuestros genes, a la naturaleza humana. Recordemos aquella frase de Tácito de que no existe un término medio para quienes ambicionan el poder: o se está en la cumbre o en el abismo. La historia demuestra que nada es para siempre y que toda conquista es temporal, aunque muchos gobernante­s desconocen esta verdad tan elemental.

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