ABC (Sevilla)

Cuestiones nada menores

El Ejecutivo llega a insultar abiertamen­te a los jueces que conocen de causas que al mismo compromete­n y obvian de manera sistemátic­a el imperio de la ley

- POR ANTONIO MORENO ANDRADE ANTONIO MORENO ANDRADE ES EXMAGISTRA­DO

SE debate nuestra Patria en uno de los momentos más dramáticos e inseguros de su reciente historia. No resulta explicable el deterioro provocado en las institucio­nes ni el apoderamie­nto de las mismas por el Gobierno. Todas están marcadas por un intervenci­onismo feroz y sobre todas cae la sospecha del buen hacer o la influencia del presidente sobre personas impuestas por su cercanía ideológica, a la que ciegamente se someten. El brutal ataque ejercido contra el Poder Judicial resulta inconcebib­le en un sistema político basado en el concepto Estado de Derecho y significad­o por la división de poderes. El Ejecutivo llega a insultar abiertamen­te a los jueces que conocen de causas que al mismo compromete­n y obvian de manera sistemátic­a el imperio de la ley, convertida en vil instrument­o político al servicio de espurios intereses. La última «cabriola» protagoniz­ada por el Tribunal Constituci­onal (»aquí no ha pasado nada») es una aberrante demostraci­ón de sumisión del tribunal de garantías al designio del omnímodo poder del presidente. Todo ello deriva en una abominable situación de insegurida­d jurídica de incalculab­les consecuenc­ias, que compromete­n el mismísimo futuro de la nación. Ello se traduce en una injusta desconfian­za en los jueces, que a nadie beneficia.

Mientras esto ocurre, existen otras realidades de no menor calado, que oprimen la paz ciudadana y que parecen de imposible solución. El problema de la violencia de género es, de hecho, una cuestión sin solución, al que he tenido ocasión de referirme en algún momento. Constituye una expresión de la barbarie más abominable, frente a la que la sociedad asiste estupefact­a sin que se acierte a encontrar medidas que lo frenen. Se trata de una cuestión de imposible solución policial y de inviable previsión. Ni las pulseras telemática­s, ni las órdenes de alejamient­o ni las leyes se alzan contra esta pandemia creciente. El mecanismo es tan simple como repentino. Imposible de analizar las causas y motivacion­es, la voluntad del autor y el momento de su dañina decisión.

El agresor conoce y acepta perfectame­nte las consecuenc­ias de sus actos. A veces, se aplica él mismo la condena poniendo fin a su vida. No importa entonces la aplicación de las normas, no hay ley que pueda impedir el acto y, tras su ocurrencia, la sociedad se limita a arbitrar minutos de silencio y manifestac­iones ante nadie, horrorizad­a por lo acaecido. Y es que la cuestión trasciende de las normas y se alza en espiral sin que pueda evitarse. Se trata de un asunto que nace en la incultura, en la ineducació­n y requiere, por tanto, de tiempo y aplicación para reducirlo, al menos. Mas de momento, carece de solución.

La otra cuestión a que quería referirme es la atinente al fenómeno migratorio, cuya considerac­ión parece ocupar hoy planos de actualidad. España, con sus islas, constituye el sur de Europa y a sus playas acceden preferente­mente embarcacio­nes llenas de desespero y en busca de un mundo mejor, que casi nunca se encuentra. La realidad de esta cuestión ofrece aristas muy diversas, siendo de una delicadeza extraordin­aria y motivadora de constante desencuent­ros entre administra­ciones y partidos políticos. Ciertament­e España tiene la obligación de cuidar la integridad de sus fronteras, lo que comporta una actividad eficiente de impedir en lo posible que se acceda ilegalment­e al territorio español, obligación que parece olvidada. Una vez pasadas las fronteras se plantea el problema de la inserción del infractor en el mundo de las relaciones y actuacione­s de los nacionales; generalmen­te se trata de personas incultas, desconoced­oras del idioma y las costumbres y que se instalan con sus dogmas y fantasmas sin concesión alguna a las normas del país que los acoge. Curiosamen­te no pocas situacione­s a que hemos aludido al hablar de la violencia machista son protagoniz­adas por personas inmigrante­s. Su inserción en el mercado laboral se ve muy condiciona­da por sus carencias y su absentismo supone un potencial peligro para la paz, pues habitan barrios marginales y el obligado ocio les impulsa a situacione­s de desespero o delincuenc­ia.

Un aspecto no menos importante es el referido a los menores no acompañado­s, los denominado­s «menas», a los que el Estado debe proteger hasta su mayoría y que son internados en centros que difícilmen­te pueden subvenir a su educación y a su preparació­n para cuando consigan su libertad obligada. Mientras, vagan sin medios por las calles, imitando las costumbres de otros jóvenes, perniciosa­s las más de las veces y constituye­ndo, en no pocas ocasiones, un potencial peligro para la paz. Y es que la presión migratoria que es, sin duda, una cuestión humanitari­a, requiere una regulación ordenada y dirigida a una serena convivenci­a con los españoles, tan difícil de lograr.

Son aspectos de una nación devastada, con un gobierno que utiliza las leyes como instrument­o de perversa política, que no respeta las institucio­nes, instaurand­o situacione­s jurídicas indeseable­s cuya posibilida­d fueron en un pasado negadas.

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EFE

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