«Somos importantes, somos los payasos de la sociedad»
La cómica rumana llegó a España como inmigrante ilegal, vivió hasta en la calle. Ahora es la reina del humor salvaje
▸
Bianca Kovacs es una humorista inusual. Da miedo. Su estilo es contraintuitivo, porque acoquina y hace reír a la vez. Y con acento del este. Llegó a España con 18 años desde Timisoara (Rumanía) con su novio, y durmió en la calle varias semanas. De inmigrante ilegal a no tener techo en lo suyo, ha presentado ‘El Club de la Comedia’ y ahora tiene varios estrenos pendientes, también de actriz dramática. La entrevistamos antes de saltar a actuar al Festival Río Babel: «Aquí es salir a matar. Hay gente que se levanta, se va a por bebida… Eso no pasa en el teatro, donde me meto con ellos: ‘¿Vas al baño? Yo tengo ganas de mear y no me voy’». Por eso sobrevivió.
—Hace poco un nazi le pegó una torta a un cómico, y el nazi ha duplicado los seguidores en Twitter y el humorista se ha quedado igual. ¿Hay alguna moraleja aquí?
—Se ha quedado peor porque hay bolos que le han quitado. Hay sitios donde ya no va a actuar de momento. Es muy peligroso lo que está pasando. La Fiscalía tenía que haber intervenido. Todo el mundo: «Es que él no ha denunciado». Tiene miedo de denunciar. Yo no soy tan buena como Jaime, yo muero matando. Cuando le vi ahí arrinconado me dio bastante pena. Igualmente un cómico en el escenario delante del público es vulnerable, es como si yo fuera a tu trabajo en una oficina delante de 50 personas. Incluso si te atreves, a lo mejor no quieres devolver la hostia para que no te vean de esa manera. Dice mucho de cómo está el mundo, de que alguien sea un héroe. Nada de eso se justifica por un mal chiste o comentario… Yo no me estoy peleando por Twitter, no pierdo el tiempo. Peleo cara a cara si hace falta, pero no está justificado pegar palizas. ¿Adónde vamos a llegar?
«
— Soy la Rosalía de los rumanos. Mamá, quiero montar una empresa de desalojar okupas. Mamá, primer aviso . Lo dice extremadamente seria y la gente se parte. ¿Se le da bien dar miedo?
—Sí, sin pretenderlo. Por eso cuando hablaba de lo de Jaime, decía: «Si me llega a pasar...» y los compañeros: «No te va a pasar». Una vez en Leganés se subió un tío al escenario. Mi padre es entrenador de jiu jitsu y de shotokan budokan y nadie se me puede poner cerca para hablarme, porque pienso que me va a dar con lo cual le voy a dar yo primero por si acaso. Entonces, cogí el micro... Menos mal que intervino el dueño del bar porque le iba a dar. No puedes subirte cuando te dé le gana, interrumpir y ponerte a dos milímetros. Obviamente me intimida. Entonces te voy a pegar un cabezazo. Era una persona que estaba drogada. Soy cero conflictiva, pero no me quedo de brazos cruzados. Si pasa algo, me defiendo. Vengo de vivir en la calle. He sobrevivido un poco por cómo soy.
—¿Cómo...?
»
—Literal. Ahora es mi marido, pero antes era mi novio, y hemos vivido en la calle tres semanas y media cuando llegamos a España. Desarrollas un espíritu de supervivencia porque si no te comen. A las 3 de la mañana en Puerta de Sol en 2002 se liaba bastante gorda. Hago una broma en mi show que es que cuando dormía en la calle soñaba con que alguien me estaba zarandeando para robarme. Y cuando abría los ojos... efectivamente: los sueños en la calle se hacen realidad. Pero lo de la calle fue rebeldía mía. También sabía que si volvía a mi casa estaba castigada de por vida. Pero hogar sí tenía en Rumanía. Me escapé de mi casa porque era una cabra loca y estaba harta de los castigos de mi padre. Fue una decisión propia, diferente de quien vive en la calle cuatro años sin recursos.
—¿La risa y el miedo pueden hacer migas?
—Sí, sobre todo si los chistes que aparentemente dan miedo, intento que tengan cierta inteligencia, que no sea gratuito, que se entienda que una buena persona está haciendo comedia. Pero mi estilo es muy agresivo. Por eso en los primeros 15 minutos de mi show me meto conmigo: el físico, todo lo que he tenido que vivir, cómo me ven… y luego ya puedo ir repartiendo, me da igual que sea mi madre o quién sea. Mi padre me dijo: «Te puedes ahorrar mi chiste». Le llamo Franco, porque digo que es como Franco, enano y cabrón. No se va a librar nadie, ni mi marido. Si yo me río de mí antes me da igual que me digas luego que los rumanos roban cobre... Ya te digo yo que he estado en la calle que he robado, así es cómo comía.
No me he puesto a robar bolsos, pero he robado comida. Ni siquiera pensaba que era robar, porque siempre he pensado que la comida es de todo el mundo. Me hago mis propias leyes a veces... Procuraba que el supermercado fuera grande, porque le haces una putada a uno de barrio. Entonces si vienes a decir que los rumanos tal, pues a lo mejor vosotros cuando os habéis ido a Suiza o no sé dónde a emigrar alguno habrá robado algo. Digo yo.
—Su pódcast con Carmen Romero se llama: ‘Odio a la gente’. Y apenas sonríe al actuar. —Estoy más cómoda. Me di cuenta de que podía ser cómica porque hablaba en serio y la gente se reía y decía: «Es que eres muy graciosa». Y yo decía: «Si estoy hablando en serio». «Pero es cómo la cuentas». Cuando no conozco a la gente soy seria. Y luego los rasgos y el acento hace que parezca el doble, de ‘ay, qué miedo’.
—Un poco Eugenio, de seria.
—Me gustaba mucho. Antes de conocerle, tuve que ir a buscarle a Google porque me decían: «Solo tienes que encenderte un cigarro y pareces Eugenio». Solo que él era de un humor más blanco, el mío es más bestia. —Es de Rumania pero de padres ruso y húngara. —Mi padre es mitad ruso y mi madre es húngara. Me fui de Rumania a los 18 y pico, estudiaba Turismo y tenía ganas de pirarme. Pedí permiso, no me dejaron y me fui. Esto fue en 2002. Sabía muy poco español, pero había un canal de telenovelas sin doblaje y me sonaban las palabras.
—¿Cómo llega al humor?
—Mi padre trabajaba en un cine en Timisoara, en Transilvania, y me decía: «¿Te está gustando?». Y yo: «No, prefiero estar en la pantalla». Eso lo tuve claro. Lo que pasa es que cuando vine a España, lo que pretendía era comer. Así que cuando ya me vi con los papeles arreglados, más estable, dejé el trabajo para dedicarme a ello. Empecé a formarme de actriz. Y había gente que pensaba que era graciosa pero yo no. Y Juan Ibáñez (‘El Hormiguero’) me sacó a un escenario y yo solo contestaba, no pretendía ser graciosa. Me dijo: «Tienes que hacer comedia». Tardé un tiempo, pero me puse en serio.
Inmunidad diplomática «Si me río de mí antes, me da igual que me digas luego que los rumanos roban cobre» Humor salvaje «Cuando dormía en la calle soñaba que me zarandeaban para robarme. Abría los ojos y sí: los sueños, en la calle, se cumplen»
—¿Por qué nos reímos con sus bromas de rumanos?
—Se han gastado bromas sobre rumanos desde hace 25 años. Y ahora llega una rumana y le da la vuelta, utiliza el sarcasmo e incluso reconozco cosas. Eso les peta la cabe
za. La gente se ríe porque lo ha pensado. En mi número ahora digo que era rumana pero me he quitado. Entonces, hay un momento que digo que me he ido con mi marido a cenar en plan romántico y de repente empiezo a hablar así y me dice: «¿Por qué gritas?». «No grito, soy española». ¿Por qué se ríe la gente? La gente se ríe porque es la verdad.
—¿El humor no inteligente que hace reír no es inteligente de una forma más pura?
—Para mí, aunque me lo curre dos años para hacer un texto inteligente, si no se ríen no sirve. No es una charla, no vas a dar la chapa. Una amiga me dijo: «Mi monólogo es un poco de que sonrían y reflexionen». Yo creo que vienen a reír, para mí es superimportante. Comedia es comedia. O puedes hacer un drama. O una charla en un Ayuntamiento. A mí algunas veces me llaman, nos gustaría que nos hablaras. Yo no soy activista. Hago comedia, igual mírate los vídeos porque a lo mejor no es lo que estás buscando. Porque se piensa que voy a dar pena y es todo lo contrario, no va nada conmigo. Imagínate, he presentado ‘El Club de la Comedia’ dos años y medio. Pagas 22 euros a las 11 de la noche un viernes después de la cena con tus dos copitas y yo empiezo a dar una charla de activismo. De hecho, me meto con los rumanos también. Hay uno de mis chistes que vienen y dicen: «Qué guay, has vivido en la calle. Eres un referente para mí. Te veo en la tele. Cuando te veo pienso que todo es posible». Y yo: «A lo mejor lo tuyo no».
—Decía Ortega que sí haces reír al objeto de la burla, el cómico está salvado.
—Cuando es algo brillante, tienes que reconocerlo. Deja mal si te lo tomas a lo personal. Y creo que somos importantes, somos los payasos de la sociedad. Tenemos que respetar a las demás profesiones pero nos deben un respeto: estamos intentando hacer reír. Si no te gusta algo, me puedes denunciar antes de pegarme.
—Miguel Noguera me contó que ser la figura de aquel que hace reír le parece una condena. ¿Le ocurre?
—Yo tengo una broma: «Si no te hacen gracia mis chistes es porque eres racista». O no se han reído, y digo: «Esto es bueno, hijos de puta, me lo he currado». Queda fatal decirlo, pero ¿qué persona que cree que hace una mierda se sube delante de mil personas? Pensamos que es brillante, otra cosa es que el público opine lo mismo.