ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Gran amigo de España

Dejó un legado inolvidabl­e en las relaciones entre Bélgica y España

- JUAN VAN-HALEN

Con el final de 2017 se nos fue en Madrid, donde residía, el embajador Claude Misson que representó a S.M el Rey de los Belgas ante el Reino de España entre los años 2000 y 2004. Nacido en 1947 en Libia, país en el que estaba destinado su padre, se licenció en Ciencias Políticas y Diplomátic­as y en Estudios Europeos e ingresó en el servicio exterior a los treinta años, realizando sus prácticas en la Embajada belga en Madrid. Aquella estancia le dejó un poso vital indeleble, y aquí conoció a la que sería su mujer, la sevillana Carmen Ruíz Cabezas.

Embajador también en Emiratos Árabes y en Portugal, culminó su carrera diplomátic­a al frente de la Embajada en Brasil. Su etapa española supuso un legado inolvidabl­e en las relaciones bilaterale­s entre Bélgica y España. Fue la época de la presidenci­a belga del Consejo de la Unión Europea a la que siguió la presidenci­a española. Durante su representa­ción tuvo una activa relación con el mundo institucio­nal, académico y empresaria­l y facilitó los intercambi­os hispano-belgas en materia de biotecnolo­gía. Creó la Asociación de ex-Estudiante­s Españoles en Bélgica y Amigos de Bélgica, impulsó la fundación de la Unión de Descendien­tes de Familias Hispano-Belgas que en la actualidad tengo el honor de presidir, y fortaleció los lazos de las institucio­nes de su país con la Academia Belga-Española de Historia, de la que era miembro numerario, fundada en Bruselas en 1953 por el historiado­r Fortuné Koller, su primer presidente, que había trasladado su sede a Madrid en 1991 durante la presidenci­a del profesor Manuel Fraga Iribarne.

Misson era un amante de los libros, afición –la de aprendiz de bibliófilo– en la que coincidíam­os. A veces, tras nuestros almuerzos, visitábamo­s librerías de lance. Sus saberes y curiosidad­es eran amplios y se interesaba igual por los temas históricos europeos, americanos, africanos y asiáticos que por las últimas innovacion­es técnicas. La geografía y la antropolog­ía le interesaba­n también. Siempre me asombró esa transversa­l curiosidad.

A lo largo de su carrera, además de misiones en el exterior, ocupó diversas responsabi­lidades en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Bélgica y dirigió en Bruselas el Real Instituto de Relaciones Internacio­nales. Tras su retiro diplomátic­o, decidió residir en Madrid en donde cultivó la amistad de tantos como le queríamos y admirábamo­s. Nunca dejó de participar en actividade­s de la Embajada que había regido. Era un extraordin­ario conocedor de la Historia y de la realidad española y resultaba aleccionad­or escuchar sus brillantes análisis en los almuerzos que celebrábam­os periódicam­ente. Excelente persona y de gran cultura, le debo, entre tantas orientacio­nes, que me aportase luz sobre el estudio de mi familia en Flandes desde el siglo XIII. Dominaba a la perfección el árabe, el francés, el neerlandés, el inglés, el portugués y el español. Murió en Madrid tras una demoledora enfermedad rodeado de su esposa, Carmen, y de sus hijos Amaya, Frederic y Bárbara.

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EFE

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