ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, ADIÓS

Woody Allen ya está acabado, no hace falta sentencia judicial

- LUIS VENTOSO

EN una de las películas de Woody Allen, no recuerdo en cuál, pues rueda una al año, el protagonis­ta está sopesando suicidarse. Pero de repente ve en la tele una añeja película de los hermanos Marx, que le dibuja una sonrisa en la cara y lo ata a la vida. Para muchos aficionado­s al cine, la obra de Allen, pese a sus altibajos, aporta similares efectos terapéutic­os. Personalme­nte me gustan todas sus películas, incluso las malas (y me estoy acordando de aquel truño titulado «Vicky Cristina Barcelona, o de cuando pretende plagiar a Bergman y le sale un bostezo). Siempre hay alguna pepita de oro... ¡y cuándo acierta de pleno! Ahí estarán para siempre «Manhattan», o en su vertiente dramática, ese mecanismo de alta relojería sobre el trepismo y el adulterio llamado «Match Point».

Pero a Woody Allen, de 82 años y con una carrera única, van a marcarlo en su país con el cuño de apestado. Su honra ha quedado arruinada y la profesión ya comienza a hacerle el vacío, con actores y actrices biempensan­tes que se niegan a volver a trabajar con él. En EE.UU. le costará financiar más rodajes. Lo notable es que será tachado sin que se haya abierto una causa judicial contra él o se haya probado acusación alguna.

Ayer Dylan Farrow, de 35 años, hija del director y de la actriz Mia Farrow, de la que Allen se divorció en 1992, acusó al cineasta en una entrevista televisiva de haber abusado sexualment­e de ella cuando tenía siete años. En 2014 la chica ya había formulado idéntica acusación en un periódico. Ahora la repite al calor del movimiento #MeToo. La acusadora se refiere a unos presuntos hechos que ocurrieron hace 25 años, cuando ella era una niña de corta edad. El caso saltó durante el crudo proceso de divorcio de Allen y Farrow, que llegó después de que el director iniciase una relación con su hijastra Soon-Yi, con la que se casó en 1977 y con la que sigue. En aquel momento la Clínica de Abusos Sexuales Infantiles de Yale y las autoridade­s de protección de la infancia de Nueva York investigar­on exhaustiva­mente y no hallaron prueba alguna de que Allen hubiese abusado de Dylan. Tampoco se presentó denuncia. El director sostiene que la niña fue aleccionad­a por su madre para acusarlo, en medio de una agria ruptura conyugal, lo que ratifica el hijo mayor de la pareja.

Puede que Dylan diga la verdad en su testimonio contra su padre. Woody Allen sería entonces un ser humano asqueroso, que merecería el mayor desprecio y castigo. Pero el problema es que no se puede aniquilar la honra de la gente sin pruebas ni sentencias, apelando al coro visceral de las redes sociales y aprovechan­do los vientos de la galerna #MeToo. Pisotear la presunción de inocencia, una de las conquistas de la humanidad, es una salvajada, aunque la abanderen Oprah Winfrey, Meryl Streep o toda la crema de Hollywood junta. Iré a ver la próxima de Allen. Si es que la nueva inquisició­n le permite volver a empuñar la cámara.

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