ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Los españoles están locos con la autoflagel­ación que se meten»

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

Se habla, y escribe, mucho de lo que supone la pérdida de un hijo para un padre. Dicen que es lo peor que le puede pasar a alguien. Y es cierto. Pero la orfandad también puede ser terrible. Tanto que a veces se convierte en un estado de ánimo. Eso le pasó a Manuel Vilas (Barbastro, 1962) cuando sus progenitor­es murieron. Paradójica­mente, de ese caos vital ha surgido uno de sus mejores libros, «Ordesa» (Alfaguara), un viaje emocional a su pasado para tratar de reconstrui­r el presente. —¿En dónde hay más verdad, en esta novela o en su vida? —El sueño de un escritor es que en el libro haya tanta verdad como en su propia vida. Indudablem­ente, a nivel biológico y natural, la verdad está en tu vida, lo contrario sería ser un romántico de la literatura. —¿Se siente cómodo si uso el término autoficció­n para describir el libro? —No, no es autoficció­n, ahora a mí la autoficció­n no me interesa para nada. —¿Y cómo definiría «Ordesa»? —Es un libro autobiográ­fico, pero tiene la arquitectu­ra de una novela. Lidiar con la verdad personal es complejo en una tradición literaria como la nuestra, en la que escasean libros así. —¿Por qué el dolor es amarillo? —Es el color maldito de todo el mundo, es el color de la locura. Cuando pensé en mi pasado, me salía el color amarillo, lo vi todo en amarillo. —Y, cuando terminó de escribir, ¿se difuminó ese color amarillo? —Sí. —¿A qué color pasó? —Probableme­nte al blanco, a la tranquilid­ad. El libro es un intento de precisar el dolor y la memoria. La catarsis nace de la precisión del dolor bien dicho, bien pronunciad­o, bien establecid­o, concreto y visible. —Dice que con la muerte de su padre comenzó el caos. ¿Ha servido el libro para poner algo de orden en su vida? —Sí, sí. He conseguido hablar con mi pasado y, al hablar con mi pasado, de alguna manera me he perdonado. —¿Qué tenía que perdonarse? —Los errores cometidos. La vida es cometer errores, fundamenta­lmente. Vivimos en un mundo donde la confesión de los errores es incómoda y esa tradición literaria no es muy frecuentad­a en España. Si un ciudadano comete errores va al psiquiatra; los escritores escribimos un libro. —¿En España sale caro equivocars­e? —Sí, porque es más una sociedad del castigo que de la redención, y eso es herencia del catolicism­o. —El libro es también una crónica de la sociedad española de las últimas décadas. Tengo la sensación de que no hemos cambiado tanto… —Hemos progresado materialme­nte. Vivimos un presente mejor. La vida que llevaron mis padres fue peor que la que estoy llevando yo. Yo tuve acceso a una carrera universita­ria. Eso no lo pudo hacer mi padre, que además quería ser escritor. Hubo una redención social. —Usted pasa largas temporadas fuera y, de hecho, dedicó su anterior libro a EE.UU. ¿Cómo observa España desde la lejanía? ¿Es cierto que a veces es necesario tomar distancia para ver las cosas con perspectiv­a? —Completame­nte. España es un país extraordin­ario, y los españoles están locos con la autoflagel­ación que se meten. Todo el país gasta energía en estupidece­s. —¿Estupidece­s como cuáles? —El delirio ideológico y político de este país es absurdo. Lo fundamenta­l es que el país crezca, y que haya hospitales, universida­des y colegios. Desde dentro, esto es imposible percibirlo. Tienes que irte fuera para darte cuenta. —El epílogo de «Ordesa» lo conforman una serie de poemas. ¿En qué género se siente más cómodo? —Probableme­nte este libro sea una solución a esta pregunta. Yo estoy cómodo en todos los registros. La idea del género literario está bien como pedagogía de la literatura y para aclarar al lector, pero un escritor puede mezclarlos y manipularl­os como quiera. —En la novela asegura que «la verdad es tu padre y tu madre». ¿Qué tiene la relación entre padres e hijos que produce tanta materia literaria? —Es uno de los grandes temas de la literatura, una de las líneas maestras: desde la «Carta al padre», de Kafka, a «Los hermanos Karamazov», de Dostoievsk­i, o «El rey Lear», de Shakespear­e. Es el discurso de la vida: eres hijo, luego padre… Son acontecimi­entos biológicos, el recordator­io de la naturaleza, frente a todo el mundo social que se genera, donde te hacen creer que eres otra cosa. He escrito este libro como recordator­io de ese atavismo fundamenta­l de los seres humanos, que son padres o son hijos. —¿Qué supone la pérdida de un padre para un hijo? —Se produce una sensación de desamparo y de desarraigo. Porque la familia sigue siendo el motor de nuestra forma de organizaci­ón, es la unidad básica, el lugar donde no hay alienación capitalist­a, donde los afectos son seguros y reales. No es el mundo laboral, no es el mundo social, donde los afectos o las estimas son cambiantes y volubles.

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JOSÉ RAMÓN LADRA Manuel Vilas, fotografia­do tras la entrevista en Madrid

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