ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El preludio del Watergate

- PEDRO RODRÍGUEZ

Mucho antes que WikiLeaks, Snowden, Panamá, Paradise o incluso Watergate, la era de las filtracion­es arrancó con la saga de los papeles del Pentágono. Daniel Ellsberg –etiquetado como «el hombre más peligroso en América» por Kissinger– divulgó una enciclopéd­ica cantidad de documentos secretos sobre la gradual y nefasta implicació­n de EE.UU. en Vietnam

a partir de 1945.

Conocida como los papeles del Pentágono, esa historia interna del Departamen­to de Defensa era la prueba fehaciente sobre hasta qué punto la tragedia de Vietnam se cimentó en grandes mentiras. De las limitadas copias disponible­s, una colección completa de los Papeles del Pentágono terminó en los archivos de un «think-tank» vinculado a la industria militar: RAND Corporatio­n. En su sede de California trabajaba Daniel Ellsberg como analista. Un día en 1969, de manera casi inopinada, metió el primer volumen en su cartera, salió de la oficina sin que le revisaran y empezó a fotocopiar un total de 7.800 páginas. Ellsberg intentó primero divulgar estos documentos a través del Senado, pero no tuvo respaldo, y optó por recurrir al «New York Times».

El 13 de junio de 1971 apareció en portada del «Times» la primera de una serie de nueve entregas. En 48 horas, la Administra­ción Nixon logró una orden federal para detener la publicació­n. El caso no tardó más de dos semanas en llegar al Supremo. La sentencia ratificó tanto el derecho del público a ser informado como el derecho de la prensa a divulgar ese conocimien­to.

Ante los impediment­os planteados por la Administra­ción Nixon contra el «New York Times», la reacción de Ellsberg fue facilitar copias adicionale­s al «Washington Post» y otros periódicos. Para desacredit­arle, la Casa Blanca creó una unidad de fontaneros, con la metafórica misión de «taponar· a cualquier coste las filtracion­es de secretos.

En última instancia, los papeles del Pentágono alimentaro­n la visión paranoica de Nixon, que se pensaba rodeado de enemigos dispuestos a hacer todo lo posible para frustrar su presidenci­a. Además de abrir una brecha cada vez mayor en la credibilid­ad política del Gobierno americano.

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Tom Hanks y Meryl Streep (izquierda) dan vida en el filme a Katharine Graham y Ben Bradlee, editora y director del «The Washington Post» (derecha)

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