ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Entregado a la pastoral familiar

Se sintió llamado por Dios a la santificac­ión del trabajo y de la vida ordinaria

- JOSÉ APEZARENA EDITOR DE EL CONFIDENCI­AL DIGITAL

Adon Juan lo conocí en Pamplona, aunque solamente de vista, sin saber entonces que un día volveríamo­s a encontrarn­os. Yo estudiaba bachillera­to en el Instituto Ximénez de Rada y él, apenas recién licenciado, dio allí unas clases. Aún recuerdo su larga y delgada figura caminando por los pasillos del instituto.

Años después nos encontramo­s en Madrid y llegamos a tener una muy buena amistad. Tanto, que incluso pude acompañarl­e a su pueblo, Cedeira, al entierro de su madre, en un precioso cementerio asomado al mar.

Don Juan iba a cumplir ahora 79 años, espléndida­mente llevados, gracias también a su deporte preferido, la natación, que practicaba de vez en cuando con un estilo envidiable. Hijo de Damián, industrial, y de Victorina, profesora, el matrimonio tuvo seis hijos.

Comenzó Derecho en la Universida­d de Santiago de Compostela, donde conoció el espíritu del Opus Dei en el Colegio Mayor La Estila, y se sintió llamado por Dios a un camino de santificac­ión del trabajo y de la vida ordinaria en medio del mundo. Más tarde, marchó a Barcelona para continuar sus estudios en el Colegio Mayor Monterols y en la Universida­d de Barcelona, donde obtuvo la licenciatu­ra. Se trasladó a Roma para ampliar sus estudios en el Colegio Romano de la Santa Cruz, donde conoció a san Josemaría Escrivá de Balaguer. Allí estudio Filosofía y obtuvo el Grado de Doctor. Fue ordenado sacerdote el 11 de agosto de 1963.

Además de una abundante labor

Juan Rodríguez Cheda nació el 21 de febrero de 1939 en Cedeira y ha muerto el 17 de enero de 2018 en Madrid. Se licenció en Derecho en la Universida­d de Barcelona en 1962. Fue ordenado sacerdote en 1963. Los últimos años desempeñó su labor pastoral en los confesiona­rios de las iglesias de Santa Teresa y Santa Isabel y Nuestra Señora de los Ángeles. pastoral con universita­rios, fue un reconocido profesor de Filosofía del Conocimien­to y de Ética, e impartió clases a generacion­es de estudiante­s. Era muy agudo en sus observacio­nes y supo abordar las cuestiones actuales más relevantes, entablando un diálogo entre la gran tradición filosófica de santo Tomás de Aquino y las aportacion­es de los filósofos contemporá­neos.

Lector infatigabl­e (era normal verle con un libro en las manos), dedicó mucho tiempo y esfuerzo a la tarea de despertar inquietude­s intelectua­les en las personas que se le acercaban, asesorarle­s, abrirles horizontes culturales… También atendió durante muchas horas a labores de pastoral familiar.

Intelectua­l interesado por todas las cuestiones de su tiempo, fue muy frecuentad­o por profesiona­les de la comunicaci­ón, entre los que tuvo muchos amigos, con los que participó en diálogos, encuentros y jornadas con su sabiduría y agudeza de análisis, iluminando con la luz de la fe en Jesucristo las cuestiones que se le planteaban. No se me olvida, por ejemplo, su amistad y trato hasta el final con Rafael Calvo Serer.

Los últimos años desempeñó una abundante labor pastoral de atención espiritual a muchas personas en los confesiona­rios de las parroquias de Santa Teresa y Santa Isabel, El Cristo de la Salud y Nuestra Señora de los Ángeles.

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