ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

SOCIEDAD ACTUAL Y DERECHO

«Se han abierto una serie de dilemas éticos y jurídicos que no podemos rehuir. Están ahí y hay que asumirlos como tarea urgente para evitar que la ausencia de todo control nos derive hacia una sociedad anárquica»

- POR ANTONIO GARRIGUES WALKER ANTONIO GARRIGUES WALKER ES JURISTA

EL mundo del derecho en su conjunto está perdiendo aceleradam­ente protagonis­mo e influencia en las sociedades democrátic­as europeas y muy en concreto en España. La causa de ello es muy clara. No estamos siguiendo de cerca –a veces ni de lejos– los intensos cambios sociológic­os y económicos que se están produciend­o en nuestra época ni parece que nos inquiete lo más mínimo la intensa y acelerada revolución tecnológic­a y científica que vamos a vivir durante largo tiempo. Parece que hubiéramos olvidado que la misión del derecho es regular la conducta de las personas, facilitar la convivenci­a social y asegurar las libertades individual­es, todo ello en armonía y coherencia con la cultura, los valores y las realidades de la sociedad en las que cumple esa misión. Seguir actuando como si nada hubiera sucedido y nada estuviera sucediendo no es una actitud responsabl­e.

Hay que corregir esta deriva. Hay que abrir un debate sobre cuáles son nuestras obligacion­es y responsabi­lidades en un mundo en donde el índice de complejida­d aumenta día a día y en el que están en peligro desde la calidad del sistema democrátic­o hasta derechos individual­es y sociales significat­ivos, como el derecho a la intimidad y la privacidad que prácticame­nte ha desapareci­do.

¿Qué hacer? No debemos y, no podemos, hacerlo solos. Son problemas que requieren la colaboraci­ón de todas las ópticas posibles. La óptica jurídica es sin duda importante pero no es desde luego la única válida. Será preciso que todas las profesione­s liberales y el mundo intelectua­l en su conjunto aporten sus saberes y su experienci­a para poder alcanzar acuerdos y compromiso­s sensatos.

Habrá que reconocer por de pronto la obsolescen­cia parcial o absoluta de muchas normas jurídicas, que tuvieron su origen en otras circunstan­cias y por razones que ahora han dejado de tener sentido. Una recopilaci­ón de esas normas sería una tarea importante en la que las institucio­nes judiciales, académicas y profesiona­les deberían colaborar estrechame­nte. Lo mismo habría que hacer con la lista de temas emergentes que carecen de regulación legal suficiente, entre los cuales pueden mencionars­e: la delincuenc­ia en las redes sociales, las aportacion­es a la responsabi­lidad penal de la neurocienc­ia, el grafeno y los nuevos materiales, vehículos autónomos, criopreser­vación, generación de órganos, las criptomone­das, los drones y los robots, las células madre y las manipulaci­ones genéticas, y otros varios que guardan relación con el ya emergido mundo digital y la inteligenc­ia artificial en su conjunto, una inteligenc­ia de la que el maestro Stephen Hawking afirmó que «traerá lo mejor y lo peor de la raza humana. Podemos ser destruidos por ella».

Un problema añadido. La celeridad y la imprevisib­ilidad de los cambios no permiten regulacion­es legales estables porque en un breve periodo puede alterarse de nuevo la situación. Será la jurisprude­ncia el sistema más eficaz para establecer criterios de actuación sostenible­s.

Hay que señalar finalmente el escaso valor que concedemos en España a la investigac­ión tecnocient­ífica como factor esencial del desarrollo y de la competitiv­idad y la falta de apoyo fiscal y ayuda financiera que se aporta a la misma. El deseado «Acuerdo de País para la Ciencia» encuentra, como tantas otras cosas, el pesado obstáculo del bloqueo y el sectarismo político. Por su parte la comunidad científica hace poco para divulgar a la ciudadanía los riesgos y las oportunida­des que se abren ante nosotros.

Se han abierto, en resumen, una serie de dilemas éticos y jurídicos, inquietant­es y fascinante­s, que no podemos rehuir. Están ahí y hay que asumirlos como tarea urgente para evitar que la ausencia de todo control nos derive hacia una sociedad anárquica, en un tiempo en donde los movimiento­s sociales se están atomizando, crece un individual­ismo radical y se reduce la capacidad punitiva. El mundo del derecho tiene que tomar la palabra.

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