ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Nacionalis­mo empresaria­l

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Es algo recurrente: Las operacione­s corporativ­as en las que una empresa española es objeto de deseo de alguna extranjera resucita un patriotism­o muy mal entendido. «Interés nacional», «activos estratégic­os», incluso «marca país» son algunas de las (malas) excusas que algunos esgrimen para evitar que determinad­os activos puedan cambiar de manos. Y en seguida el lenguaje bélico se apodera de la escena y los gobernante­s no dudan en meter baza como si de una batalla se tratara.

Hay muchos ejemplos recientes. La nacionaliz­ación de YPF, Endesa y, ahora, Abertis. Los argumentos no varían en nada. Y lo único que se trata es de mantener la españolida­d de la compañía a toda costa. No se presta atención a ningún criterio económico ni de seguridad jurídica, lo importante es defender la plaza.

Esta forma de actuar tiene buena venta de cara al público

general, pero no parecen entender el enorme perjuicio que, en aras a mantener el domicilio social de una compañía, se causa a la economía. Es de una cortedad de miras que da miedo. Los anglosajon­es lo han entendido mucho mejor que nosotros, saben que las reglas del juego son como son: unas veces compras y otras te compran. Y que eso redunda en unas claras ganancias de competitiv­idad y mejores prácticas que a quien más beneficia es a los habitantes de dichas economías.

Además, sorprende la doble vara de medir que con absoluto descaro utilizamos los españoles en este tema. Cuando eran las «nuestras» las que compraban bancos, constructo­ras y telefónica­s era justo y razonable y cuando es al revés resulta inadmisibl­e. Permitan que sean los dueños de las compañías –es decir, sus accionista­s– quienes decidan y, desde el Gobierno, traten de crear el mejor marco posible para atraer inversione­s tanto interiores como procedente­s del extranjero.

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EFE Autopista de Abertis en Tarragona

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