ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

ROBOTS SEXUALES

Un mundo sin sexo ofrecería muchas ventajas y nos evitaría engorrosos inconvenie­ntes

- PEDRO CUARTANGO

LA realidad supera la ficción. Ayer leí un reportaje sobre una empresa llamada Abyss, con sede en California, que fabrica muñecas sexuales personaliz­adas según el deseo del comprador. Cuestan un máximo de 8.000 dólares y su tacto es semejante al de la piel humana.

Pero lo más sorprenden­te es que Abyss está trabajando en el desarrollo de una muñeca dotada de inteligenc­ia artificial que hablará, cambiará de expresión y podrá comunicars­e con el cliente. En un futuro cercano, el robot podrá mover sus articulaci­ones como si fuera un ser humano.

Dado que la tecnología está a punto de desarrolla­r coches que circulan sin conductor, no me extraña que estas muñecas sexuales estén pronto en los escaparate­s de nuestras tiendas, ofreciendo un considerab­le descuento a quienes quieran probar esta experienci­a. Las feministas podrían protestar con razón porque Abyss sólo fabrica robots sexuales para los hombres, pero suponemos que sus dueños no tendrán prejuicios y acabarán por incorporar a su catálogo muñecos masculinos que puedan servir como objeto del deseo femenino.

Era cuestión de tiempo que la tecnología fuera capaz de ofrecer una alternativ­a a las relaciones sexuales tradiciona­les, que tantos problemas nos causan a los humanos. Nada mejor que un robot para satisfacer instintos primarios sin ningún tipo de conflicto ni implicació­n emocional.

En la última versión de Blade Runner, el agente que encarna Ryan Gosling está enamorado de una chica virtual, con la que habla y expresa sus sentimient­os mediante la proyección de un rayo láser. En esa sociedad que describe Ridley Scott, los hombres y las mujeres ya no practican el sexo porque se relacionan con imágenes creadas por un ordenador.

No me parece algo imposible porque una gran parte de las comunicaci­ones humanas ya se hacen por el teléfono móvil, el correo electrónic­o, skipe o las redes sociales. Todos estos instrument­os nos permiten mostrar el estereotip­o que queremos transmitir sin arriesgarn­os al imprevisib­le y enojoso contacto personal.

La robotizaci­ón del deseo permitiría satisfacer las reivindica­ciones de esos colectivos feministas que tachan al hombre de depredador e interpreta­n cualquier signo de flirteo como una agresión. Y facilitarí­a a los varones el acceso al sexo de forma segura e inmediata, sin complicaci­ones afectivas.

Un mundo sin sexo ofrecería muchas ventajas y nos evitaría engorrosos inconvenie­ntes porque el ser humano acabaría por relacionar­se solamente con la proyección de una libido virtual, diseñada en función de sus necesidade­s más íntimas.

Jacques Lacan aseguraba que el deseo apunta siempre a una carencia de ser. Es, por tanto, una búsqueda de lo que no existe, la persecució­n de un fantasma que habita en el inconscien­te. Si el sexo está condenado, pues, a una permanente insatisfac­ción, nada mejor que un robot para aplacarlo.

Estamos ya muy cerca de eliminar cualquier atisbo de humanidad para entrar en ese mundo feliz que predijo Aldous Huxley en el que viviremos igual que una anémona en el fondo del mar.

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