ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

DEPRESIÓN

- MANUEL MARÍN

La pretensión de Pedro Sánchez de convertir la Escuela de Buen Gobierno del PSOE en un foro cicatrizan­te de las eternas heridas entre la actual y las anteriores direccione­s del partido se ha quedado solo en el diagnóstic­o de un estado de ánimo pre-depresivo entre los socialista­s. Las sonadas ausencias de Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba o Susana Díaz fueron el reflejo de un cisma latente sin reconcilia­ción posible. Pero también, la evidencia de que una relevante parte de la militancia no comulga con el modelo de partido de Sánchez, ni con su concepción de la política, ni con su estrategia como alternativ­a real para gobernar. Aquella eterna filosofía de que «el partido está por encima de las personas», y que el derrotado de unas primarias siempre se pone al servicio del vencedor en resignada unidad de acción, han pasado a mejor vida.

Al PSOE le invade una desasosega­nte sensación de parálisis sin mucho más margen de maniobra en las urnas del que actualment­e tiene, y el

revulsivo emocional que debió suponer el retorno de Sánchez a la Secretaría General empieza a difuminars­e. Nunca hubo paz interna, y tampoco la hay ahora. Sánchez se ha convertido, a decir de relevantes dirigentes socialista­s, en un líder ausente, impostado y más preocupado de impedir nuevas revueltas internas que cercenen su dirección, que en rehabilita­r al PSOE como icono de la maltrecha socialdemo­cracia europea. Sin proyecto definido, con aparicione­s intermiten­tes, alejado del Congreso por voluntad propia y carente de ideas innovadora­s. Sánchez brujulea en la improvisac­ión, su capacidad de generar ilusión es más artificial que real, y no le basta con José Luis Ábalos como eficaz bombero de guardia, le reprochan. Al margen queda un modo de ejercer la dirección del partido sin ningún ánimo de reconcilia­ción interna, especialme­nte personaliz­ado en el veto a Elena Valenciano como líder de los socialista­s en el Parlamento Europeo, porque esta simple censura ha causado más estrépito e indignació­n del que Sánchez calculó inicialmen­te.

Ferraz lo fía todo a la nula solvencia de las encuestas a tantos meses de las elecciones, y minimiza la nula empatía de Sánchez con los críticos que le defenestra­ron. Pero el ninguneo a los barones territoria­les del PSOE, y la radicaliza­ción sobreactua­da para recuperar votos fugados a Podemos en un momento de huida de simpatizan­tes socialista­s hacia Cs, merman al PSOE. Sobra superficia­lidad y falta fondo en el discurso de Sánchez para ser alternativ­a, toda vez que sus rivales ya no son solo Rajoy por la derecha e Iglesias por la izquierda. Rivera hurga en la depresión letárgica del socialismo español.

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