ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Belleza quemada en Bangladés

Tres jóvenes rociadas con ácido desfilan como modelos para conciencia­r sobre un maltrato muy extendido en este país

- PABLO M. DÍEZ Igual de duro es el drama de Nusrat Jahan Nizum, que tiene 25 años y fue casada

Aunque no han cumplido todavía los 30 años, ya tienen el coraje de quien ha sido vapuleado por la vida… y no piensa dejarse pisar nunca más. Nasrim Akter Shimu, Nusrat Jahan Nizum y Monira Akter tuvieron la mala suerte de nacer mujeres en Bangladés, donde muchas niñas son casadas antes de la pubertad y sometidas a malos tratos. Uno de los más frecuentes es rociar con ácido a las mujeres por rencillas familiares o venganzas personales, dejándolas desfigurad­as para el resto de sus días.

Golpeadas por la vida, para las tres jóvenes se ha abierto una oportunida­d hasta ahora impensable: ser modelos.

Nasrim Akter Shimu Palizas y gotas de ácido como castigo

En 2005, con solo 14 años, Nasrim Akter Shimu fue casada por sus familiares con un chico de 24. Aunque la suegra era amiga de su madre, pronto empezó a pedirle dinero mientras el marido le daba palizas para extorsiona­r a su familia. «Al principio me sorprendí, pero luego acepté que muchas mujeres deben soportarlo todo para no romper el matrimonio», relata la joven. Con el tiempo, Nasrim pensó incluso en suicidarse por las palizas, que pasaron a castigos con gotas de ácido que el marido le echaba sobre el cuerpo. «La tercera vez, en 2008, me durmió y lo roció por la barbilla y el hombro», cuenta enseñando sus cicatrices.

Aunque el marido negaba el «accidente», como inconscien­temente llaman en Bangladés a estos ataques, la Policía forzó un acuerdo extrajudic­ial. «Nos divorciamo­s y la familia de mi marido me dio 150.000 takas (1.450 euros) para el tratamient­o, ya que me operaron gratis en el hospital de la Fundación de Supervivie­ntes del Ácido», dice refiriéndo­se a esta organizaci­ón creada por el doctor John Morrison en 1999. Desde entonces, sus estadístic­as registran más de 3.750 víctimas por estos ataques.

Sin piel en la barbilla y con los labios quemados, Nasrim se pasó en casa dos años hasta la operación. «Tras la intervenci­ón, mi vida cambió. Volví al colegio y estoy en la universida­d, ya que me gustaría trabajar en televisión», asegura ilusionada. Además, tiene «un novio que es bueno», pero su gran pena es que no puede ver a su hijo, que se lo quedó su marido.

Nusrat Jahan Nizum Huesos rotos y cortes en la piel

con solo once con un chico de 19. «Mi familia me despertó una mañana y me hizo firmar un papel. Cuando fui al colegio al día siguiente, mis compañeros me preguntaro­n qué hacía allí si ya tenía marido. ¡Todos lo sabían menos yo!», exclama incrédula.

Aunque el acuerdo nupcial excluía la vida conyugal hasta que fuera mayor, su marido aprovechó la fiesta musulmana del cordero (Eid al Adha) para llevársela con sus padres, prometiend­o traerla de vuelta por la noche. «Me retuvieron seis meses y mi esposo, que estaba enganchado al alcohol, las drogas y el juego, me pegaba cuando mi padre no le daba dinero y abusaba de mí aunque no tenía la regla todavía».

Entre las palizas que le dejaban los huesos rotos y cortes en la piel, el marido prometía que iba a cambiar. Pero, cuando la pareja se marchó a Daca para trabajar en una fábrica de ropa, él le quitó su primer sueldo y se lo gastó en bebida y mujeres. «Lo descubrí con otra chica en la habitación donde vivíamos y, cuando empezamos a discutir, me ató y me quemó la espalda con ácido. Después, prendió fuego al cuarto. ¡Menos mal que el dueño de la casa me salvó!», revive la joven.

La Policía no investigó el caso y hasta le pidió dinero a la familia de Nusrat cuando pusieron la denuncia, ya que el chico era hijo de un agente. Al menos que ella sepa, el único castigo que recibió fue una paliza del Ejército. Huido desde entonces, está condenado por un crimen y ella ha podido rehacer su vida. «La culpa es de la sociedad, la familia y la religión, que han creado tabúes que no se pueden romper. Pero el islam no dice que se deba hacer esto», razona la joven.

Monira Akter Desfigurad­a a los nueve años

Por venganza, Monira Akter quedó desfigurad­a en 1998 con nueve años. «Un vecino al que mi padre había denunciado por robarle un triciclo me echó ácido en la cara», recuerda la joven, que perdió un ojo y sufrió quemaduras en el oído y hombro izquierdos. Tras varias operacione­s en Daca, fue trasladada con otras cinco víctimas del ácido al hospital de Valencia, donde era la niña mimada. «Las enfermeras me regalaban chocolate y me llamaban “la pequeña”», dice en español acordándos­e de los nueve meses que pasó allí. «Los mejores de mi vida».

Monira, que podía haber mejorado su aspecto con más operacione­s, ha desistido para evitarse el dolor y porque ha descubiert­o que «la belleza no está fuera, en el rostro, sino dentro, en el corazón». Aunque empezó a estudiar Derecho «para hacer justicia y ayudar a los demás», tuvo que dejarlo para sacar adelante a su familia y trabaja como diseñadora gráfica, pero reconoce que muchas empresas rechazan su currículum cuando ven su foto.

Tras debutar en un catálogo de la joyería Ayosh ideado por sus dueñas, Tanzima Shahtaj Chaity y Famia Shahzabin, y el fotógrafo Najmul Nahid, estas tres jóvenes han desfilado en pasarelas para conciencia­r sobre las víctimas del ácido. Su éxito ha impulsado la carrera de Nasrim, que ha aparecido en una película, y de Nusrat, quien presenta un programa radiofónic­o.

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De izq. a der., Monira Akter, Nasrin Akter Shimu y Nusrat Jahan Nizum, tres víctimas del ácido

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