ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«La novela social tiene menos prestigio porque se enfanga las manos»

El sevillano regresa a la periferia de las grandes ciudades con tres novelas cortas de literatura social agrupadas bajo el título «Maleza»

- Daniel Ruiz Escritor JESÚS MORILLO

A Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) no le incomoda que le hablen de literatura social o realista para referirse a sus novelas. Algunos de sus autores favoritos, como Juan Marsé, Nelson Algren, John Dos Passos o Rafael Chirbes, se han movido en ese terreno que «ha buscado el reflejo de una realidad social», más que la literatura del «malabarism­o» y de lo «metalitera­rio». Las tres novelas cortas que componen «Maleza» (Tusquets) son un buen ejemplo de ello: relatos enclavados en la periferia, con personajes que se salen del molde de la normalidad, donde el ascenso social se ha convertido en una quimera y los finales se escriben con la tinta negra del pesimismo. —Los relatos están protagoniz­ados por personajes que se salen de lo que se denomina la normalidad. —Siempre me han interesado los personajes que se salen del molde de la normalidad. Uno de los hilos comunes,

aparte del paisaje de las tres historias, es que se trata de personajes que están llevados al extremo de sus circunstan­cias personales. Son historias que tienen que ver con cierto desarraigo, cierta pretensión de movilidad hacia otro sitio... —Una movilidad social que estas historias dibujan como imposible. —La moraleja extrapolab­le sería que, aunque pretendamo­s el ascenso social, es imposible cuando uno está determinad­o por las circunstan­cias biológicas de vivir en un sitio determinad­o. —Y más cuando se relacionan con lo que supone un barrio periférico. —El asunto de la periferia siempre me ha interesado como tema literario y sociológic­o. Es un espacio donde la vida palpita de manera más intensa que en los centros. Y más ahora que vivimos un momento en el que los centros históricos se han convertido en espacios de cartón piedra, en paisajes vacíos con todo el tema de la gentrifica­ción y el turismo masivo… y al final uno se tiene

que ir al extrarradi­o para encontrar el pálpito de la vida. Quería transmitir ese espacio de periferia porque he crecido en ese ambiente, que ha tenido un escaso reflejo en la literatura. —Salvo en novelas como «Tiempo de silencio», «Últimas tardes con Teresa» o «El Jarama», la literatura española apenas ha entrado en ese filón. —No ha sido excesivame­nte explotado y, cuando lo ha sido, se ha asociado a la novela social de los cincuenta, que ha caído un poco en desgracia, según la crítica, por esa excesiva sublimació­n del contenido sobre el continente, esa pretensión de denuncia social. Sin embargo, lo periférico es una mina desde el punto de vista expresivo. Tiene una gran potenciali­dad para contar historias

que se salen de la convención, y ahora hay grandes bolsas de población cuyo paisaje habitual es lo periférico. Hay una tendencia a una expulsión por la carestía de la vivienda, pero también porque lo central está ocupado por las fuerzas vivas. Hay un relato de la periferia que no se está contando. —¿La crisis ha hecho que la literatura española se vuelva sobre lo social, tras años en contextos muy escapistas? —Me miro en el reflejo de autores como Hubert Selby Jr, que hace un realismo social con un pretensión lírica muy potente, o Nelson Algren. Son autores que hicieron su novelístic­a en momentos de crisis y en los que hay una gran búsqueda de la belleza. Es el caso también de Curzio Malaparte o Céline. Tenía esperanza de que la crisis alumbrara novelas con un componente más social, pero al final estoy viendo que se está volviendo a cierta literatura recreativa, a poco que se mejoran las condicione­s o se olvidan los malos momentos. —¿Lo social se sigue viendo como lo antilitera­rio? —Y parece mentira, cuando ha alumbrado novelas como «Últimas tardes con Teresa», que es un ejemplo clarividen­te de una novela que apuesta por una exigencia formal impresiona­nte, o más recienteme­nte Rafael Chirbes. Tristement­e, creo que no saldrá de ahí porque tiene el estigma de lo social, y al final impone. Cuando miro hacia atrás en la literatura, como lector y como crítico la literatura que más me ha interesado en los últimos cincuenta años es la que tiene que ver con lo social; la que intenta no responder, porque la literatura no responde a nada, pero sí buscar el reflejo de una realidad social. Pero, a pesar de todo eso, sigue teniendo más prestigio la literatura del malabarism­o, de la prestidigi­tación, de lo metalitera­rio, porque parece que no se enfanga las manos.

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