VIERNES DE PALABRAS

Discurso elocuente el que podemos revivir en Semana Santa, todo un parlamento de silencios

En el principio fue el Verbo, Palabra que se hizo carne; para que tengamos vida se hizo como nosotros. Cuántos recorremos en este día ese discurso elocuente de quien se hizo todo en todos. Encadenando siete palabras, al límite de las fuerzas en su recorrido hacia el Gólgota, Jesús transmite su propuesta definitiva, la del proyecto de Dios para todo hombre. Nada hay en este mundo que sea absolutamente para todos sin exclusión como esa propuesta-testamento que trazó quien aceptó su condena por amor.

Cada palabra de este discurso abarcador se refiere a nuestra condición humana y encarna una propuesta abierta a la trascendencia. Hay una palabra de «perdón» porque por encima de la responsabilidad inherente a nuestra libertad está la «acogida» del Padre en el abrazo que borra la culpa, y lleva al «paraíso» a quien ha podido causar tanto mal. Presente está la «Madre» para todos, stabat Mater, la que al llevarlo en su seno se convertía en progenitora de nuestra redención, ese misterio en el que bucear siempre desde nuestra condición humana. Cómo no lamentar el «abandono» cuando la noche se hace totalmente oscura, cómo no interpelar al Padre desde el sufrimiento sin límites; ahí lo tenemos sufriente, como fielmente han reflejado desde su corazón nuestros imagineros los que supieron esculpir la «sed» del crucificado que hoy contemplamos en toda España. Es un recorrido que construye una vida, que configura a quien puede finalmente decir «todo lo he consumado»; desde el proyecto del amor incondicional, para llegar a la meta: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Discurso elocuente en verdad, el que podemos vivir y revivir estos días de Semana Santa, todo un parlamento plagado de silencios, de entre los que pueden brotar estas palabras de vida y esperanza.

Las que cada cual puede encarnar. El crucificado se entrega del todo; redentor, redención para el hombre. Para todo el que humildemente descubra que «lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil» (Benedicto XVI).

DE SAN BERNARDO