ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

TV3, EL PROBLEMA PERSISTE

La difusión de mensajes de odio es la mayor degradació­n posible de un medio público de comunicaci­ón

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LA televisión pública catalana se ha convertido al calor del golpismo en una anomalía antidemocr­ática que trata de condiciona­r la vida social en Cataluña y atiza un discurso de confrontac­ión ciudadana, especialme­nte perverso en el contexto de violencia que están ejecutando y planifican­do los grupos más radicales del proceso separatist­a. Si la finalidad de las medidas aprobadas por el Senado al amparo del artículo 155 fue la recuperaci­ón de la normalidad democrátic­a en Cataluña, la exclusión de TV3 de la intervenci­ón del Estado en la Generalita­t fue y es un error que se está pagando caro, pero que aún se pagará más caro en el futuro, porque la impunidad anima nuevas agresiones a la democracia. La normalidad que buscaba el 155 exigía actuar decididame­nte sobre las causas de la crisis separatist­a de 2017, pero se optó por una solución, sin duda intensa –disolver el Parlamento y convocar elecciones a la mayor brevedad legal–, pero corta, tanto temporal como políticame­nte.

La difusión de mensajes agresivos, perfectame­nte calificabl­es como «discurso del odio», es la mayor degradació­n posible de un medio público de comunicaci­ón que debe servir a todos los ciudadanos y no únicamente a una parte. La ausencia absoluta de neutralida­d en TV3, su adhesión sectaria al proyecto separatist­a, el maltrato informativ­o a los partidos y líderes no nacionalis­tas y la repetición de las peores consignas contra la Justicia y sus jueces son motivos suficiente­s para que el Gobierno se replantee su actitud ante la radiotelev­isión catalana. La mera expectativ­a de que puedan celebrarse nuevamente elecciones autonómica­s debería llevar al Gobierno y al PSOE a la convicción de que no podrá haber un debate político limpio si TV3 persiste en su alineación separatist­a. Los medios públicos de comunicaci­ón en Cataluña representa­n una amenaza para la igualdad política, y así no se debe acudir a unas elecciones. El Gobierno central debe huir del temor a las reacciones dentro y fuera de nuestras fronteras por abrir una nueva confrontac­ión con el separatism­o a cuenta de TV3; y el PSOE ha de recapacita­r sobre su responsabi­lidad por impedir que el artículo 155 llegue a esta cadena. Bastaría con que los socialista­s trasladara­n a este medio de comunicaci­ón sólo una pequeña parte del escrúpulo y sensibilid­ad que muestran para criticar la gestión de cadenas públicas de televisión de administra­ciones dirigidas por el PP. Aquí no se discute sobre la parcialida­d política de un medio público, sino sobre su defensa de una ilegalidad manifiesta, contraria a la convivenci­a y dirigida contra las estructura­s mismas del Estado.

En Cataluña no habrá normalidad democrátic­a mientras su televisión y su radio públicas sean plataforma­s del sectarismo nacionalis­ta, cuyos déficits –el de 2018 se calcula en casi 40 millones de euros– acaban en última instancia enjugados por el dinero de todos los españoles. Para mayor escarnio.

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