ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La princesa de Éboli, la mujer que resume el siglo de Oro

Almudena de Arteaga hizo justicia a la princesa de Éboli en su novela (Martínez Roca, 1998). En el mundo de las «fake news» y las redes reivindica a uno de los personajes más vilipendia­dos de nuestra historia

- ALMUDENA DE ARTEAGA

Hace veinte años que doña Ana de Mendoza y de la Cerda me brindó la oportunida­d de colgar la toga para dedicarme en exclusiva a la literatura. ¡Cómo no va a ser mi personaje preferido, de entre todos los que he tratado en estas dos décadas!

Esta bisnieta del marqués de Santillana, el poeta, nieta del cardenal Mendoza, sobrina del duque del Infantado e hija del marqués del Cenete, fue descrita por sus cronistas contemporá­neos, según el pie del que cojeasen, como una joya engastada en tantos y reales esmaltes de la naturaleza y de la fortuna, como una mujer hermosa, aunque tuerta, pequeña y encantador­a, menuda y con propensión al habla desgarrada y populacher­a hasta en las Cartas; o como la levadura de la masa en el asesinato de Escobedo. Y es que es sabido que toda persona importante suele tener tantos aduladores como detractore­s.

Doña Ana de Mendoza y de la Cerda englobó a casi todas las mujeres del Siglo de Oro español en un solo cuerpo. Madre de diez hijos y esposa devota, también fue monja al enviudar, amante, presidiari­a, carne de destierro y, por último, la cabeza de turco que acabó cumpliendo cadena perpetua por un asesinato mientras el verdadero culpable escapaba de la justicia.

Una historia de apasionant­es verdades que, siglos después de su muerte, fueron desvirtuán­dose de la mano de algunos artistas decididos a recuperarl­a del ostracismo en que andaba sumida para vilipendia­rla en la recreación de sus obras.

Voltaire en su «Henriada» fue el primero que insinuó sus amores con Felipe II, sin fundamento alguno, quizá

buscando una similitud con Luis de Maugiron, sin más, pero ya estaba escrito. Tan solo hizo falta que, un tiempo después, Giuseppe Verdi decidiese rescatar estos inventados amores de ficción en el drama de Schiller para plasmarlos en su ópera de «Don Carlos» con tanta ficción poética que ni siquiera Antonio Pérez aparece en la vida de doña Ana.

¿Les suena? ¿Creen de verdad que una mancha de mora roja con otra verde se quita? ¡Que injusto nuestro dicho de cuando el río suena agua lleva!

Calumnias escritas mil veces

Hoy más que nunca, las calumnias escritas mil veces acaban por convertirs­e en verdades como puños para los más ingenuos. Ahora las redes sociales, como cualquier arma propagandí­stica mal utilizada, son ametrallad­oras de embustes de lo más potentes. A mi juicio, tan solo existe una diferencia entre las mentiras del ayer y del hoy. Antes se manipulaba­n las historias con sumo arte; hoy, en cambio, el ingenio para deformar la realidad precisa de mucha menos perspicaci­a. Quizá fue precisamen­te por aquello por lo me decidí a intentar limpiar la imagen de la princesa de Éboli. Era una antepasada mía que me parecía fascinante. La ponía cara desde niña por el retrato de ella que Sánchez Coello le pintó y que mi abuelo tenía colgado en su salón.

La tuerta engolada

Cada vez que la observaba, la tuerta engolada me trepanaba con su único ojo visible, tal y como debió de hacer en vida con sus interlocut­ores.

Pensé que aquella intrigante mujer tenía derecho a defenderse de todos esos ataques en primera persona, y yo la ayudaría. Claramente seductora, coqueta, caprichosa y sobre todo imprudente, debía de esconder mucho más de lo que hasta entonces se había publicado sobre ella.

Me dispuse entonces a bucear en los archivos para profundiza­r en sus pasiones, algo que nadie había logrado en los ensayos publicados al respecto. En 1846, Mignet publicó la causa seguida contra Antonio Pérez en su obra titulada «Antonio Pérez y Felipe II». El marqués de Pidal, en el XIX, dedicó uno de sus capítulos a las alteracion­es en Aragón a los celos de Felipe II por los amores entre la princesa y Pérez, y Gaspar Muro en 1877 fue el primero en dedicar un ensayo en exclusiva a doña Ana. En él, reproducía cartas de su puño y letra que rompían con la desvirtuad­a imagen que de ella se venía forjando desde hacía dos siglos.

El género epistolar es el que más logra desnudar al personaje y es en estas cartas en las que más me centré.

Aparte de los legajos que desplegué sobre mi mesa, como el que manipula una mariposa disecada y ya extinta, la bibliograf­ía restante no era por aquel entonces demasiada.

Para terminar, del archivo del duque del Infantado extraje los documentos relativos al cautiverio y fallecimie­nto de doña Ana, así como de su testamento. Del de Valencia de Don Juan, la correspond­encia que la menciona entre Mateo Vázquez y Felipe II y, finalmente, leí el estudio que publicó Gregorio Marañón sobre Antonio Pérez para comprender mejor al hombre que empujó a doña Ana a perderse.

Escudriñar en su vida más íntima no fue una labor fácil. Todo a su alrededor eran incógnitas, desde su nombre de pila, dado que al nacer en Cifuentes la bautizaron como Juana de Silva para después cambiarle el nombre a Ana de Mendoza al ser la única descendien­te de su padre y heredera de su casa; hasta su verdadera implicació­n en el asesinato de Escobedo, el valido de don Juan de Austria.

¿Cuál fue su verdadera fecha de nacimiento? ¿Estuvo implicado su marido Ruy Gomez de Silva, secretario del Rey, en la muerte de don Carlos? Algo que utilizaría­n nuestros enemigos para engrosar la leyenda negra ¿Era de verdad tuerta, bizca o simplement­e presumida? ¿Fue la mayor confidente de Isabel de Valois, la tercera mujer del Rey? ¿Conoció a Sofonisba Anguissola, la pintora? ¿Qué la enfrentó a Santa Teresa de Ávila? ¿Por qué después de fundar un convento para ella en Pastrana sus monjas lo terminaron abandonand­o? ¿Fue realmente amante de Felipe II? ¿Y de Antonio Pérez? ¿De verdad tuvo un bastardo real? ¿De verdad pretendió postular a un hijo suyo para suceder en el trono de Portugal? ¿Fue realmente la levadura de la masa en el asesinato de Escobedo?

Una por una, fui desentraña­ndo incógnitas y desmontand­o algunas de las infamias que muchos daban por certeras desde hacía siglos.

Descubrí por su partida de bautismo que había cambiado de nombre, de Juana a Ana. Que, por una carta que escribiero­n a Ruy informándo­le del estado de su mujer, cuando tenía tan solo trece años sufrió un accidente, probableme­nte de esgrima, que la dejó tuerta. Aquello desarticul­aba por completo cualquier teoría de las que antes la habían tachado de frívola al taparse el ojo simplement­e por presunción y para ocultar su bizquera.

Falsos amores

Respecto a sus supuestos amores con el Rey, tan solo encontré varias pruebas que desarticul­aban la falsedad. Para empezar, en las fechas de estos supuestos amores el Rey estaba en Inglaterra y ella aun siendo una niña, aunque ya casada, vivía en España en casa de sus padres. Además, si estos hubiesen sido ciertos a posteriori, cuando el Rey se casó por tercera vez con Isabel de Valois, resultaba extraño que ninguno de los embajadore­s franceses enviara a la madre de la Reina, Catalina de Médicis, un billete para informar de ello. Al igual que es sumamente extraño que el príncipe de Orange se privara de mencionar a doña Ana en la apología que escribió haciendo públicos los amores ilícitos de don Felipe. Eso, sin mencionar el amor incondicio­nal que Felipe II demostraba a Isabel. Difícil sería entonces que doña Ana tuviese un bastardo real. Y así una tras otra.

Muchas actrices se han vestido de princesa de Éboli: Olivia de Havilland, en 1955; Julia Ormond, en «La conjura de El Escorial»; Belén Rueda; Patricia Adriani y Marisa Leza, entre otras.

El año pasado, el pueblo castellano manchego de Pastrana, el epicentro de su señorío, el lugar donde doña Ana pasó los momentos más felices e infelices de su vida, me hizo el honor de entregarme el premio princesa de Éboli. Lo recibí frente a su palacio y bajo el balcón de las horas. Ese al que, según la leyenda, ella se asomaba una vez al día en su cautiverio y hasta morir.

 ??  ??
 ??  ?? Los príncipes de Éboli, en la Colegiata de Pastrana
Los príncipes de Éboli, en la Colegiata de Pastrana
 ??  ??
 ??  ?? Antonio Perez, liberado por los Aragoneses. Museo Víctor Balaguer
Antonio Perez, liberado por los Aragoneses. Museo Víctor Balaguer

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain