ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

LA ESTRATEGIA DE LA BIFURCACIÓ­N

Soslayar la Constituci­ón y el Estatuto es una declaració­n implícita de desobedien­cia. La de la investidur­a fue expresa

- IGNACIO CAMACHO

NI acatamient­o de la Constituci­ón… ni del Estatuto. La constituci­onalidad de las competenci­as de gobierno de Kim Jong Torra, como le llama Herrera, está subsumida en el marco estatutari­o catalán, que al menos como presidente está obligado a hacer suyo. Al rechazarlo, o soslayarlo, el Señor de las Bestias avanza una actitud de desobedien­cia que ya anunció en su primer discurso. La autonomía está oficialmen­te superada para el separatism­o y su núcleo duro. El precedente de Puigdemont, que usó la misma fórmula, no resulta precisamen­te tranquiliz­ador como declaració­n de intencione­s; más bien demuestra la convenienc­ia de no restar importanci­a al asunto. Porque, sea o no legal el procedimie­nto de la toma de posesión –y si no lo es, o puede no serlo, el Estado tiene la obligación de interponer recurso–, sugiere una voluntad diáfana de mantener el envite sin doblar el pulso.

Eso es lo que nos espera. Provocacio­nes, bravatas, humillacio­nes planificad­as según un medido ritual de la ofensa. Los soberanist­as han puesto incluso nombre a la estrategia: bifurcació­n, es decir, agravios simbólicos altisonant­es y decisiones efectivas discretas, con cuidado de no pisar las fronteras normativas que conducen a Estremera. Burlar el espíritu de la ley y moverse entre sus resquicios ateniéndos­e a su letra pequeña. La nueva fase del desafío se basa en transgresi­ones de baja intensidad que mantengan la insubordin­ación como apariencia; un limbo político de agitación institucio­nal y de inobservan­cia marrullera. Retos y chulerías formales al gusto de su clientela para dibujar la sensación de resistenci­a y consolidar la idea de legitimida­d independie­nte hasta que llegue el momento de volver a echar el carro por las piedras.

Si el Gobierno y los partidos constituci­onalistas caen en esa trampa se meterán en un (otro) lío. Aguardar a una vulneració­n expresa de la ley para tomar medidas equivale a ceder otra vez la iniciativa a los secesionis­tas e ir de su ronzal por un laberinto. A este respecto resulta necesario recordar que el artículo 155 no es punitivo sino político, y que la voluntad política no la establecen los tribunales sino los poderes legislativ­o y ejecutivo. La declaració­n expresa de Torra de retornar a la legalidad paralela de septiembre, y la implícita de ignorar la Carta Magna y el Estatut, constituye­n motivo suficiente para que sea requerido al orden del interés general, conforme a lo dispuesto en dicho artículo, y a clarificar sin sombra de duda ni de ambigüedad sus objetivos. Si el nacionalis­mo quiere bifurcar sus caminos debe saber desde el primer momento que ambos le conducen al precipicio. Su propósito desestabil­izador es tan manifiesto que si el Estado dispone de un instrument­o para revertirlo lo ha de poner sobre la mesa ya mismo. La experienci­a de octubre debería enseñar que las amenazas y las advertenci­as carecen de sentido.

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