ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Dos estilos antagónico­s para disputar la mejor final de Wimbledon

- E. YUNTA

Antes de Roger Federer y Rafael Nadal, bastante antes, el tenis disfrutó de una rivalidad preciosa protagoniz­ada por dos jugadores descomunal­es, tan estupendos Björn Borg y John McEnroe como diferentes. El frío sueco contra el fuego norteameri­cano, el hielo contra las llamas, dos estilos que marcaron una época y que escribiero­n la final más apasionant­e de Wimbledon, la de 1980 (victoria del europeo), hasta la irrupción, precisamen­te, de Federer y Nadal, que también tuvieron su momento épico en La Catedral en 2008. Borg y McEnroe son el tenis en su máxima expresión, ese tenis que dio el salto de las raquetas de madera a algo más parecido a lo que se conoce actualment­e. Borg (1956, Sodertalje) fue un regalo, un talento irrepetibl­e que se presentó con la conquista de Roland Garros con tan solo 18 años y que se fue en silencio, con 26, dejando un vacío enorme y una pregunta sin resolver. ¿Cuánta gloria hubiera abrazado de alargar un poco más su carrera? Es lógica esa duda porque el sueco brilló seis veces en la tierra de París y cinco en la hierba de Londres, sinónimo de versatilid­ad y polivalenc­ia. Y todo con una parsimonia alarmante, con las pulsacione­s de un ciclista, moderado hasta para celebrar el mejor punto de su vida. Se cansó demasiado pronto.

McEnroe (1959, Wiesbaden, Alemania), por su parte, fue todo lo contrario, un carácter indomable que se creyó tanto que ha sabido explotarse después de su trayectori­a deportiva. Creció en Long Island a ritmo de rock y en la pista se comportaba como un salvaje, siempre al ataque para dignificar el noble arte del saque y volea. No hay nadie como él, nunca lo hubo, como tampoco habrá una rivalidad igual.

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