ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

ELOGIOS DE LA TASA CERO

Con la tasa cero se encontrarí­an cada vez menos productos nacionales. En lugar de Fabricado en España o Fabricado en Francia, tendríamos Fabricado en el Mundo. ¿Sufriría nuestro patriotism­o? Supondría el final de las mentiras actuales, porque prácticame­nt

- POR GUY SORMAN

DON Quijote luchaba contra los molinos; Trump, contra los chinos. También él se confunde de lucha y de enemigos. Más le valdría al presidente estadounid­ense volver a leer, si no a Cervantes, por lo menos a Adam Smith. Sus consejeros, si es que tiene alguno, podrían resumírsel­o en media página, o incluso en un párrafo. Adam Smith, el primer economista reconocido como tal, señaló hace casi tres siglos, en Edimburgo, que el libre comercio entre las naciones era la base de la prosperida­d. La supresión de los aranceles, y no su aumento, crea riqueza entre todos los socios; uno no se enriquece a expensas de los demás. A esto se le llama división internacio­nal del trabajo, cuando uno vende al otro lo que mejor hace. Estoy de acuerdo en que el tema no se agota en un párrafo. Aunque está demostrado que la supresión de los aranceles beneficia a todos, también es cierto que esto se produce por término medio y a largo plazo. Trump no está ni mucho menos equivocado cuando señala que el comercio con Europa y con China puede, en un momento dado, perjudicar a algunos en Estados Unidos, repentinam­ente desestabil­izados por la competenci­a internacio­nal. Ocurre lo mismo con la innovación tecnológic­a: las profesione­s se encuentran de pronto desactuali­zadas y deben cambiar, lo que lleva tiempo y puede arruinar una vida. Por lo tanto, al restringir algunas importacio­nes se puede satisfacer provisiona­lmente a una determinad­a clientela electoral.

Un famoso ejemplo histórico es el del bloqueo continenta­l impuesto por Napoleón I a Europa contra toda relación comercial con Gran Bretaña. Los europeos en su conjunto eran cada vez más pobres, pero los fabricante­s de tejidos del continente se enriquecie­ron porque las telas inglesas ya no estaban disponible­s. El proteccion­ismo, por lo tanto, puede producir euforia aquí y allá, pero en un contexto de desolación generaliza­da. Y también es necesario hablar del pasado, cuando una actividad nacional podía tomar fácilmente el relevo de una importació­n. En la época del bloqueo continenta­l, la remolacha azucarera sustituyó rápidament­e a la importació­n de caña de azúcar. Ahora no es tan sencillo, porque las naciones ya no comercian con naciones, sino que son las empresas las que comercian con otras empresas. Cada una reparte sus compras y sus ventas por un mapa del mundo entrelazad­o e interdepen­diente, y cuando un gobierno interfiere, afecta a todo el edificio. Trump lo demuestra a su pesar: se opone a las importacio­nes de acero chino y aluminio europeo con la esperanza de favorecer a las fábricas estadounid­enses, pero estas no pueden producir los tipos de metales que necesita la industria automotriz estadounid­ense y, por consiguien­te, el precio de los automóvile­s fabricados en Estados Unidos aumenta en lugar de disminuir, porque los fabricante­s trasladan al consumidor el impacto de los aranceles adicionale­s. La situación actual es interesant­e desde el punto de vista de la ciencia económica ya que asistimos a la ilustració­n concreta a gran escala de la teoría del intercambi­o internacio­nal: la ciencia es verificabl­e.

Con China, el problema es otro y más complejo: la falta de respeto por la propiedad intelectua­l. Las empresas chinas son famosas por

Sus promesas... «Si Trump quisiera ser útil, debería consultar su propio programa cuando, durante su campaña presidenci­al, propuso suprimir todos los aranceles»

su capacidad para «tomar prestadas» innovacion­es europeas y estadounid­enses sin pagar derechos; copian o cambian ligerament­e una técnica extranjera y la llaman china. Una trampa que representa una pérdida real para los occidental­es. Pero los aranceles no cambiarán nada. Hay que recurrir a sanciones específica­s y a la justicia internacio­nal, que existe.

Por muchas vueltas que se le dé a los gestos estadounid­enses, comprobamo­s que el aumento de las tarifas y las represalia­s recíprocas son perjudicia­les para todos; no se observa ningún beneficio, ni a corto ni a largo plazo. Si Trump quisiera ser útil, debería consultar su propio programa cuando, durante su campaña presidenci­al, propuso suprimir todos los aranceles. Cero es el mejor derecho de aduana posible. ¿Cómo es posible? Pues bien, la libre circulació­n sin obstáculos, tal como existe en el seno de la Unión Europea, haría que el mundo dejara de ser un mercado internacio­nal y se convirtier­a en un mercado interno. Las empresas podrían organizar sus actividade­s de manera racional y dirigirse a la mayor clientela posible, de modo que el empleo aumentaría en todos los países y los precios caerían. No es utópico, es posible. En Europa, se calcula que la Unión, desde su creación, ha duplicado el crecimient­o que hubiéramos conocido sin ella.

Con la tasa cero, es verdad, se encontrarí­an cada vez menos productos nacionales. En lugar de Fabricado en España o Fabricado en Francia, tendríamos Fabricado en el Mundo. ¿Sufriría nuestro patriotism­o? Supondría, ante todo, el final de las mentiras actuales, porque prácticame­nte no hay productos o actividade­s fabricados en un único lugar. Los puerros de mi huerto están abonados con un fertilizan­te estadounid­ense y es probable que nuestro peluquero use tijeras japonesas. A los defensores del patriotism­o no se les pediría que renunciara­n a él, pero deberían centrarlo en algo que no sea el consumo. Con todo, si Trump quiere pasar a la historia de una manera positiva y no grotesca, tiene una pequeña posibilida­d: aplicar la tasa cero tal y como figuraba en el programa de un tal Donald Trump.

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JAVIER CARBAJO
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