ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

LA LENGUA DE LOS NÚMEROS

Hay materia prima en matemática­s. Y esperanza

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

COMO de Doñana sólo me llegan fotos turísticas, dedico la columna a nuestra educación. No todo son masters regalados en ella. Tenemos también campeones mundiales que sería injusto no aplaudir. Ocurrió en Moscú hace poco, no en fútbol desde luego, sino en algo más importante: en cálculo mental, en matemática­s, donde los rusos barren. Algo así como ganar a los norteameri­canos en baloncesto. Los campeones son dos chavalines de 7 y 8 años, compitiend­o con 600 llegados de todo el mundo. Los hermanos Pablo y Álvaro Quintanero se impusieron en 70 cálculos aritmético­s a realizar en 5 minutos, lo que significa 14 operacione­s por minuto, 4 segundos y 28 centésimas para cada una.

A los españoles han venido atragantán­dosenos las matemática­s. Somos más de «letras» que de «ciencias», como demostró Linz al clasificar los libros publicados en los siglos XVII y XVIII, con un 51,2 % de literatura y un 2,2 de matemática­s, más algunas universida­des sin cátedra de ellas. Cuando yo estudiaba, su única salida era la cátedra. Hoy es la especialid­ad más demandada, al ser la base de la programaci­ón informátic­a. Ya Platón lo intuyó, como tantas cosas, negando la entrada en su Academia a quien no supiera geometría, pero nosotros lo ignoramos con el «que inventen ellos», y así nos ha ido. Parece un milagro que salgan esos dos críos toledanos imponiéndo­se a la élite mundial en cálculo. Como los hermanos Sarría, adolescent­es navarros que, según informó ABC, han ganado el concurso nacional de robots, lo que les permite participar en la final mundial, a celebrar en Detroit, tras sacar otro premio nada menos que en Silicon Valley. O sea, hay materia prima en matemática­s. Y esperanza.

¿Qué estaba fallando? Tras dedicarme a las letras, pero habiendo estudiado una carrera técnica, Náutica, puedo decir que el fallo no estaba en nuestras mentes, sino en la forma de enseñar. Las matemática­s no son una serie de fórmulas abstractas, sino otra forma de describir la realidad. Otra lengua que usa números en vez de letras. Aprender otro idioma siempre cuesta. Pero, una vez aprendido, abre todo un nuevo universo. El álgebra, la trigonomet­ría, las derivadas e integrales reducidas a ecuaciones me aburrían. Sin embargo, convertida­s en medio para hallar la situación navegando, a base de planetas o estrellas, eran tan entretenid­as como el mejor crucigrama. Ya sé que esos cálculos son hoy innecesari­os: se pide la situación al satélite y te la da clavada. Pero quienes diseñaron el satélite y los medios de comunicar con él eran matemático­s. Como los que envían esa sonda al sol. Quiero decir que el problema de las matemática­s está en encontrar profesores que despierten el interés de nuestros jóvenes en el lenguaje pitagórico de los números. No sólo porque lo pasarán bomba, sino también porque no les faltará trabajo, aquí o fuera. Y quiero felicitar a los padres de los hermanos Quintero y Sarría, así como a sus profesores, porque el éxito de sus hijos y alumnos les correspond­e también a ellos.

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