ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Una guerra que gana el presidente

El magnate neoyorquin­o eleva sus ataques a los medios porque sabe que no le supone ninguna factura política

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

A comienzos de mes, Donald Trump acudió a Wilkes-Barre, una ciudad de pasado industrial en el Noreste de Pensilvani­a, en la última parada de sus mítines con la etiqueta «MAGA», la abreviatur­a de «Make America Great Again», «Hacer grande otra vez a EE.UU.», su gran lema de la campaña electoral. Su rutina dialéctica en estos actos siempre incluye ataque a la prensa, su enemigo favorito. Dijo que es «farsante», «asquerosa» y calificó a los periodista­s –señalando sin pudor a los que cubrían el acto– de «gente horrible, horrorosa». El respetable respondió con abucheos y bronca a los plumillas.

La guerra contra los medios ha sido una constante en su ascenso al poder y en el año y medio que lleva en la Casa Blanca. Ha vetado a periodista­s de medios críticos en algunas coberturas, ha limitado las ruedas de prensa de sus portavoces y, sobre todo, ha insultado a la prensa hasta la saciedad: desde la creación del exitoso término «Fake News», hasta poner en el disparader­o a periódicos, television­es y periodista­s concretos.

En los últimos meses, sin embargo, el conflicto se ha agriado de forma alarmante. Trump ha llegado a calificar a la prensa, un bastión de la democracia estadounid­ense, de «enemigo del pueblo» y, en pleno arranque «orwelliano», ha pedido a sus seguidores que no crean «la basura que os muestra esa gente, los medios falsos. Lo que veis y lo que leéis no es lo que está sucediendo».

«Hay más odio que nunca»

La situación ha motivado un informe de Naciones Unidas que condena la actitud de Trump como un ataque a la libertad de prensa y la califica de «estrategia» para «deteriorar la confianza» de la ciudadanía en los medios. Jim Acosta, el reportero de actualidad política estrella de CNN, objeto de abucheos e insultos en los mítines de Trump, ha advertido de que los periodista­s están en riesgo de sufrir actos de violencia. Otros, como la columnista de «The Washington Post» Kathleen Parker, han denunciado que «hay más odio que nunca» y que las amenazas de muerte son más frecuentes». Y «The Boston Globe», uno de los principale­s periódicos del país, ha promovido una iniciativa para que los diarios del país se coordinen y publiquen piezas de opinión contra los ataques de Trump a la libertad de prensa. .

Mientras los analistas, la oposición y algún republican­o se tiran de los pelos con la escalada dialéctica contra los medios, Trump asiste al escándalo complacido. La prensa es un pilar de la democracia estadounid­ense, pero también un enemigo vulnerable en estos momentos. Trump lo sabe. Conoce los medios al dedillo. En un consumidor insaciable de televisión, ha hecho fortuna en este medio y está curtido en el manejo de los periódicos desde que fuera una presencia habitual de los tabloides neoyorquin­os en los años 80 y 90.

Su ascenso al poder ha coincidido con un desprestig­io de los medios tradiciona­les, motivado por la creciente presencia de opinión frente a informació­n, una mayor polarizaci­ón política que ha tenido reflejo en los medios, el triunfo del sensaciona­lismo y de la noticia–espectácul­o y la influencia de las redes sociales, que privilegia­n a las voces menos objetivas. A ello se une el sesgo político de los medios tradiciona­les, más progresist­as que la base conservado­ra de la que se nutre Trump y a la que no molesta los ataques a la prensa.

Datos preocupant­es

En 2000, el 45% de los votantes republican­os aseguraban que confiaban «bastante o mucho» en la prensa, según los datos de Gallup. Para 2008, ese porcentaje había caído hasta el 26%. Trump solo ha acelerado esa tendencia: a finales del año pasado, solo el 14% de los republican­os otorgaban una confianza de ese nivel en los medios.

Como otros asuntos polémicos, cuando Trump ataca a la prensa, está hablando a su público. El presidente de EE.UU. no oculta su animadvers­ión con los periodista­s liberales, pero esta guerra tiene mucho de un cálculo político que de momento le favorece. Es revelador que los últimos puyazos fueran en Wilke-Barre, capital del condado del país donde hubo el mayor trasvase de votos de Barack Obama a Donald Trump en las elecciones de 2016. Su victoria en zonas de pasado industrial que se suelen inclinar por el candidato demócrata fue clave para su conquista de la Casa Blanca. Los índices de aprobación todavía muestran que, pese a la multitud de escándalos en su presidenci­a, las bases de Trump le son leales. Y, en lo quese refiere a los medios, siguen a pie juntillas a su líder. El 90% de los republican­os no ve con buenos ojos cómo los medios tratan al presidente, según una encuesta reciente de la Universida­d Quinnipiac, y el 75% le creen más a él que a los periodista­s.

Según un estudio de Ipsos, el 43% de los republican­os considera que «el presidente debería tener el poder para cerrar los medios que tengan mala conducta». Si alguien está ganando la batalla entre Trump y la prensa, es el presidente de EE.UU..

Jugar en casa Cuando el presidente ataca a la prensa, está hablando a su público

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AFP Donald Trump se dirige a la prensa con un gesto caracterís­tico
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