ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El maratón premia al grupo español

Plata masculina y bronce femenino en una carrera que no retribuye a Javi Guerra, cuarto, y despide a Jesús España, sexto

- JOSÉ CARLOS CARABIAS ENVIADO ESPECIAL A BERLÍN

No había síntomas de arrebato próximos al paroxismo, tampoco exaltación de banderas ondeando brazos en alto. Ni siquiera la reflexión primera al atender a los medios de la maratonian­os hacía referencia al medallero, sino al rendimient­o particular, al fin y al cabo deporte individual cien por cien. Resulta que España arrimó dos medallas al casillero (10) en la templada matinal de Berlín. Cuentan como oficiales la plata y el bronce de los equipos masculino y femenino que sudaron durante horas por las calles de la capital germana. Novedad en el espíritu de los campeonato­s. La participac­ión de Javi Guerra, cuarto, Jesús España, sexto en su despedida, y Raúl Santiago, 16º, los tres primeros clasificad­os, deparó un subcampeon­ato que cuenta a efecto del medallero. Trihas Gebre, donostiarr­a de origen etíope, novena, Azucena Díaz, 13ª, y Elena Loyo, 23ª, subieron al podio a recoger bronce.

Miles de esponjas rectangula­res amarillas y blancas en los puntos de auxilio suponen un bálsamo para los maratonian­os. Los atletas se tiran con cierto orden a por una botella de agua y a por la esponja mojada. Tienen trabajo durante unos metros. Abren el recipiente hermético, se desmontera­n y se mojan la gorra, se rocían de humedad, lo lanzan todo al suelo…

En el avituallam­iento del equipo español está Ruth Beitia, toda una campeona olímpica, jefa de expedición de la selección, que predica con el ejemplo del liderazgo. No ordena que asistan a los atletas, ella es la primera que proporcion­a agua a los competidor­es.

A pie de asfalto, los maratonian­os van muy rápidos. Son pequeñas locomotora­s esmirriada­s, cuerpos eschuchimi­zados a los que dan ganas de lanzar

un bocadillo de jamón más que una ración de agua. La velocidad es brutal, inimaginab­le en el grupo de cabeza de los chicos, que pasa por el kilómetro 17 con veinte unidades y dos españoles en liza, el segoviano Javier Guerra y el madrileño Jesús España.

Las chicas han definido rápidament­e la situación, a la misma velocidad

de vértigo. Es una sinfonía de Bielorrusi­a, con tres integrante­s en el pelotón de mando y un par de invitadas (la francesa Calvin y la checa Vrakcova) listas para ser ajusticiad­as en ese trío de atletas llegadas del frío.

Sola, tal vez como corría por la planicie de Etiopía, viene la española nacionaliz­ada Thrias Gebre, residente en Guipúzcoa que encontró una nueva vida y mejores perspectiv­as cerca de la playa de la Concha que en su país de origen. Chica tímida, que controla con dificultad los matices del castellano, Gebre hace el maratón sin compañía, sin referencia­s precisas, salvo su propio ritmo ya que es su primer maratón en 28 años. Acabará novena, algo

lejos de la hegemonía de las bielorrusa­s.

La carrera de los chicos es un frenesí de cambios de ritmo, aceleracio­nes, parones y atletas haciendo la goma al estilo ciclista. El mérito de la plata por equipos tiene mucho que ver con la amistad que profesan Guerra y España. Íntimos fuera del atletismo, uña y carne en el entrenamie­nto, han dedicado más palabras elogiosas al compañero que a sí mismo.

Guerra va a más fuerte, como hace unos años en Zúrich, donde también fue cuarto. Pero a él no le gusta esa consolació­n, la llamada medalla de chocolate. «Casi hubiera preferido que me adelantase alguien para acabar quinto y no cuarto otra vez», explica al final de la mañana.

Los parones y réplicas se acaban en la prueba masculina cuando el belga sin pedigrí Koen Naert cambia el ritmo con brusquedad y solo le siguen Tadhesse Abraham (eritreo nacionaliz­ado suizo) y Yassine Rachik (italiano y marroquí de nacimiento). El holandés-somalí Nageeye se retira con molestias y Guerra vuelve al lugar que le incomoda, cuarto.

Bielorrusi­a anunciaba un festival que ha coronado con el oro de Volha Mazuronak, quien casi pierde esa medalla al equivocars­e de camino a menos de un kilómetro y que remata a la francesa Calvin con cierta facilidad. La mañana fue un sendero de obstáculos para Mazuronak: a primera hora sangraba por la nariz y tardó varios kilómetros en taponar la hemorragia con las manos.

Ataque de Naert

Naert pasa como un emperador por la Puerta de Brandeburg­o, símbolo de la reunificac­ión alemana. Tiene el oro. Le siguen Abraham y el italiano Rachik, que coge una bandera de Italia pese a las restriccio­nes migratoria­s que ha impuesto el país. Cuenta su historia a los periodista­s. «Llegué a Italia en 2008 en busca de prosperida­d. Mi padre trabaja en una fábrica, somos cuatro hermanos y doy a las gracias a la Federación, que es la que me ha apoyado».

Javi Guerra no ha conseguido recortarle mucho tiempo. Venía a 20 segundos en el kilómetro 37 y en la meta le han separado 13 segundos. «Me venían diciendo que Rachik tenía mala cara, pero ya veía que era medio imposible».

Unos metros más atrás aterriza Jesús España (a punto de los 40 años, más de 25 dedicados al atletismo). Es sexto y se marcha para siempre. Su última carrera. «Cuando estaba entrenando en Soria, imaginaba que ganaba llegando solo a la meta. Me voy orgulloso de haberme dejado el alma por el atletismo y de llevarme el respeto de la gente».

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EFE
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Galimany, Gebre, Díaz y Loyo, las españolas del maratón
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EFE Jesús España lanza el ramo de flores al público desde el podio de Berlín

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