ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Con quien tanto quería

Referente en la Redacción de ABC, fue un periodista sólido y una persona excelente

- MAYTE ALCARAZ

MANOLO Erice, el amigo querido que ayer se me murió en Pamplona, me llamó hace unos días. Tenía en la punta de su voz la pena del adiós. Era mi cumpleaños, y como cada año desde hace catorce me felicitó, esta vez desde Washington, su penúltimo hogar, con los dedos humeantes todavía de sus crónicas como correspons­al de ABC. No sé cuál de las dos gargantas se quedó antes muda. Ni cuándo las lágrimas de dos amigos en la despedida final se hicieron las dueñas. Sé que dio tiempo a un estúpido felicidade­s sin felicidad y a una memoria fugaz del pasado compartido en el periódico que nos unió, entre complicida­des, proyectos de juventud y amor por el oficio, cuando los dos nos conjuramos para extraer el zumo, a veces agraz a veces meloso, de una profesión que nos salió al encuentro hace muchos años. Siglos ya de pena.

Antes de despedirno­s me puso una tarea, a la que quise negarme como cuando me urgía a terminar una crónica atropellad­a por el cierre y a mí me paralizaba la necesidad de contrastar­la con una última fuente. Quise negarme pero no pude. Pude pero no quise. «Escribe mi necrológic­a», me dijo. Le contesté con un llanto infinito de derrota, que no era ni un sí ni un no, ni siquiera un qué va, o un ojalá que no. Supe que me encargaba la labor más dolorosa de mi vida. Que me obligaba a regresarle a aquella primavera de 2004, recién nombrados ambos jefes de Nacional de ABC. Manolo vino de su amada Valladolid, donde era delegado del periódico, con la casa, el ánimo y el señorío a cuestas. No hubo un solo día en que no despachara con su elegante cuna y su nobleza navarra los harapos de la política, los egos inflamados y las ingratitud­es. Quizá porque era la antítesis de todo ello. Cuando la presión y la rutina nos hacían flaquear siempre me repetía, como en una letanía cómplice que me hacía sonreír: «Vamos, Maytechu, que son pocos y cobardes» y yo le creía. Porque era un hombre de palabra, calidad adquirida de sus adorados padres y de su formación humanista en la Universida­d de Navarra, argumento infalible que me espetaba entre risas cuando yo alardeaba de mi paso por la Complutens­e. Eso y nuestras discrepanc­ias por la legitimida­d del fuero navarro, que yo discutía y que él defendía hasta la extenuació­n (la mía, claro), fueron nuestras dos grandes diferencia­s en la vida.

Le quise decir que esa tarea no era para mí. Que me obligaría con esa empresa desgarrado­ra a volver a la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, a recordar con nostalgia su entrega sin horarios como subdirecto­r de ABC, sus desvelos por cuantos proyectos el periódico le encomendó. Que tendría que rememorar cómo defendía con el tesón de un navarro indesmayab­le las delegacion­es territoria­les del periódico, las redaccione­s pequeñas pero llenas de profesiona­les grandes que hoy están huérfanos, de la afilada guadaña de la crisis. Me pidió que redactara su necrológic­a y a punto estuve de decirle que no me hiciera eso, que ya me encargó el 14 de febrero del año pasado la crónica de la presentaci­ón en Madrid de su gran sueño, su libro «Trump, el triunfo del showman», y que su enfermedad, tan cruel que no le permitió ni saborear ese debut literario, me dejó varada con mi bloc de notas y el miedo estrangula­ndo mi garganta.

Fue ese día cuando la vida desatenta abrió una ventana y supe que entraría el viento traicioner­o que se lo llevaría todo, como en el verso de León Felipe: se llevaría las paredes, se llevaría las palabras escritas… y se lo llevaría a él. Sin cumplir los 53 años, sin leer el primer reportaje de su hijo Santi, sin presumir todo lo que le hubiera gustado de los éxitos deportivos de su niña, Marta, ambos sus dos grandes triunfos en la vida, sus crónicas más queridas, que completan la madre de sus hijos, May, y sus tres hermanos, Juan Mari, Santiago y Luis.

No sé si seré capaz de escribir una necrológic­a, me reproché. Tendría que recuperar sus fanfarrona­das por los éxitos del Osasuna; sus pláticas en las tertulias televisiva­s en defensa de sus dos pasiones, España y ABC; nuestra «riña» cuando los últimos caucus americanos, que le devolviero­n a la adolescenc­ia del periodismo, le hurtaron los sanfermine­s. «No tengo solución porque ¿hay algo más productivo que tomar un tinto navarro en el centro de Pamplona un 6 de julio? Solo una cosa: tomarlo el 7 de julio», me escribió socarrón en el whatsapp, poco antes de que nuestras conversaci­ones se tiñeran de batas blancas.

Ya ves, querido Manolo, que a lo más que he llegado con estas letras desesperad­as es a desempolva­r el recuerdo de mi más leal compañero, la huella imborrable de un hermano. A abrir una cajita, ya sellada y guardada para siempre donde nunca habitará el olvido, rebosante de historias menudas de una buena persona y de un periodista humilde y generoso. Recuerdo la pasada Navidad, cuando tu corazón latía aún con fuerza y futuro porque habían ido a verte tus hermanos y tus hijos a Washington, que me preguntast­e –no sé por qué, o quizá sí– si era feliz. «Lo soy», te dije, a sabiendas de que en parte te mentía. Mi felicidad no podía ser completa porque tus horas empezaban a ser minutos. Hasta que los minutos, que aprovechas­te para volar ya muy enfermo a la Pamplona de la paz de tus padres y de tu infancia, se volvieron segundos. Me dejaste escrito que yo era tu compañera de batalla y el hombro en el que apoyarte. Aquí seguirá ese hombro desvalido, querido Manolo, hasta que la artrosis de la vida lo inmovilice. Pero en una cosa no debí creerte. Al final, los malos eran pocos, sí, pero implacable­s. En realidad solo era una: la parca. Eso sí, muy cobarde. En eso acertaste, mi querido y añorado Manolo, con quien tanto quería. In memoriam.

 ??  ?? Manuel Erice Oronoz (Pamplona, 18 de diciembre 1965- 12 de agosto de 2018). En 1992 ingresó en ABC, donde fue delegado de su edición en Castilla y León, redactorje­fe de las secciones de Nacional y de Internacio­nal, subdirecto­r, y desde 2015 correspons­al del diario en Washington, donde escribió en 2017 el libro «Trump, el triunfo del showman». Licenciado en Periodismo por la Universida­d de Navarra, inició su carrera en Radio Pamplona de la Cadena Ser y en El Día de Tenerife. Ha sido además analista político de RTVE, Telecinco, Telemadrid y el canal colombiano NTN24. La Casa del Rey transmitió ayer su pesar con un telegrama a la familia.
Manuel Erice Oronoz (Pamplona, 18 de diciembre 1965- 12 de agosto de 2018). En 1992 ingresó en ABC, donde fue delegado de su edición en Castilla y León, redactorje­fe de las secciones de Nacional y de Internacio­nal, subdirecto­r, y desde 2015 correspons­al del diario en Washington, donde escribió en 2017 el libro «Trump, el triunfo del showman». Licenciado en Periodismo por la Universida­d de Navarra, inició su carrera en Radio Pamplona de la Cadena Ser y en El Día de Tenerife. Ha sido además analista político de RTVE, Telecinco, Telemadrid y el canal colombiano NTN24. La Casa del Rey transmitió ayer su pesar con un telegrama a la familia.

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