ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Nobleza a medias de los toros del Parralejo

Solo Curro Díaz consigue un benévolo trofeo en su debut en el coso de Illumbe

- ANDRÉS AMORÓS Mata con decisión pero el toro tarda en caer. Ha estado, esta tarde, seguro y valiente. Luis David, el segundo de los Adame, fue aquí el triunfador, el año pasado. Destaca por su facilidad y entrega

Las corridas de toros han sido siempre un atractivo fundamenta­l del veraneo en San Sebastián. Aficionado­s de toda España y Francia acudían al viejo Chofre: recuerdo yo tardes inolvidabl­es –a pesar del sirimiri– de Luis Miguel, Ordóñez, Manolo Vázquez, Paco Camino… Y, en los cafés del Bulevar, tertulias de Corrochano, Domingo Ortega, Cañabate… El derribo de la Plaza fue un duro golpe: los bailes folclórico­s no atraen a todos. Algunos donostiarr­as –Gregorio Ordóñez y Chopera, a la cabeza– lograron que se construyer­a un coso tan cómodo como Illumbe y el turismo de alto nivel ha vuelto a la ciudad, aunque subsiste la amenaza política a la Fiesta y se ha roto la continuida­d de la afición donostiarr­a. Es difícil llenar esta Plaza.

Después de repetidos éxitos, en las novilladas, El Parralejo, triunfó aquí, hace un año, con sus toros. Lidia esta tarde su segunda corrida: reses de desigual presentaci­ón y juego, dentro de la tónica general de la nobleza.

Con veinte años de alternativ­a, debuta Curro Díaz en Illumbe. En el primero, muy noble, pero que acusa una vuelta de campana, traza muletazos suaves, con armonía. La faena no alcanza más altura por las fuerzas justas de la res. Mata a la tercera. Rebasa el cuarto los 600 kilos, sólo cumple en capote y en varas, tardea, se para. Curro vuelve a lucir su buen estilo en derechazos estéticos, que el toro toma a regañadien­tes. Apuntando al cielo, como suele, deja un rotundo espadazo: benévola oreja.

De la mano de Curro Vázquez, López Simón vuelve a sentirse feliz, delante del toro. El segundo flaquea mucho; aunque no le pican, embiste descoordin­ado, levanta protestas. El trasteo, largo, voluntario­so y firme, queda a medias. El quinto, al borde de los seis años, tiene más kilos que pitones, embiste con cierta brusquedad, es reservón. Alberto brinda al hermano del diestro vasco José María Recondo. Ha de tragar mucho para arrancarle algunos muletazos, con más mérito que lucimiento; se la juega, metido entre los pitones. (ha sufrido varios percances). Luce variedad con el capote en el tercero, apenas picado. El toro, encastado, se viene arriba en la muleta, embiste con prontitud y alegría, repite hasta atosigar al diestro: alterna lo clásico con lo efectista, en un trasteo desigual, mal rematado con la espada. Lancea vistoso en el último, quita por zapopinas. El toro embiste dormidito, le deja estar muy a gusto, ligar templados muletazos. Aunque el toro está parado, se empeña en citar a recibir y agarra la estocada pero falla con el descabello: petición no atendida por el presidente.

«Todo en la vida es casi y es apenas», escribió Gerardo Diego, en un poema taurino. Esta vez, los toros del Parralejo no han sido malos pero se han quedado en el «casi». Esperamos más de esta ganadería.

Hace muchos años, Charlie Chaplin, que veraneaba en Biarritz, vino a San Sebastián para presenciar una corrida de toros: presenció el apartado, le invitaron a comer chipirones, saludó al público, desde la barrera. Recogió el ABC que le había parecido un espectácul­o incomparab­le. Tenía razón.

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EFE Curro Díaz observa el volatín del primer toro del Parralejo

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