ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La lucha por salvar los cedros de Dios

El cambio climático amenaza una conífera que es más que un árbol, el símbolo e identidad del Líbano

- MIKEL AYESTARÁN JERUSALÉN

El rey Salomón levantó su templo en Jerusalén con madera de Cedrus Libani, la variedad de cedro que crece en las montañas libanesas. En el corazón de la Ciudad Santa donde ahora se ven la mezquita de Al Aqsa, el Domo de la Roca o el Muro de los Lamentos, se alzaba en el 960 a.C. este templo en el que Salomón «recubrió las paredes interiores del edificio con planchas de cedro, desde el pavimento del templo hasta las vigas del techo, revistiend­o así de madera todo el interior (…) (Libro de los Reyes, capítulo 6). En aquella época este tipo de árbol cubría buena parte de lo que ahora es Líbano y se extendía por Siria y el sur de Turquía… más de medio millón de hectáreas que servían para proporcion­ar madera a templos y palacios de fenicios, egipcios, asirios, babilonios… y hasta al sistema de ferrocarri­l del Imperio Otomano. Una tala masiva con la que empezó el declive de esta conífera que hoy se enfrenta a los efectos del cambio climático.

Mencionado en decenas de ocasiones en la Biblia, además de madera para la construcci­ón, este árbol también aportó aceite (Cedri Succus) para los procesos de momificaci­ón en Egipto.

En el siglo XXI la madera no llega a Jerusalén, no solo porque la frontera entre Israel y Líbano está cerrada a cal y canto por los problemas políticos, sino porque es una especie protegida que apenas ocupa 17 kilómetros cuadrados diseminado­s en nueve arboledas, situadas sobre todo en la parte norte. El cedro libanés crece en zonas montañosas y necesita nieve y lluvia para sobrevivir, un clima frío. El calentamie­nto global hace que los inviernos sean cada vez más cortos y menos duros en Líbano, lo que provoca también nuevas enfermedad­es a las que esta especie no se había enfrentado hasta ahora y que amenazan su superviven­cia.

Insectos como el cephalcia tannourine­nsis, una avispa de la madera que apareció a finales de los 90 en la Reserva de Tannourin, la más grande del país, se han convertido en una pesadilla para los encargados de velar por la superviven­cia de esta especie. «El cambio climático hace que algunos insectos sean más activos y debilitan al cedro haciéndolo más vulnerable a nuevas enfermedad­es. El hecho de que cada vez el periodo de nieve sea más corto y el verano menos húmedo han convertido al cephalcia tannourine­nsis en un serio defoliador del cedro», según declaracio­nes del doctor Nabil Nemer, de la Universida­d Espíritu Santo de Kaslik, al diario The Guardian.

El área más conocida de cedros en Líbano es el Bosque de los Cedros de Dios (Horsh Arz el-Rab), situado en pleno valle de Kadisha e incluido por la Unesco en 1998 en la lista de patrimonio de la humanidad. «En este bosque hay 2.500 cedros, de los cuales 150 superan los 1.500 años», informa Charbel Tawk, agrónomo y secretario del Comité de Amigos del Bosque de Cedros. Los problemas para sobrevivir de esta especie que aparece en la bandera nacional, en los billetes de la libra libanesa y hasta en los aviones de Middle East, la aerolínea nacional, llevaron a la creación de comités como este que surgió en 1985 y desde entonces «trabajamos en la conservaci­ón del Bosque de los Cedros de Dios, que no es el más grande del país, pero sí el más simbólico, y también en la reforestac­ión de toda la zona», explica Tawk, un apasionado de la naturaleza que lleva 15 años como miembro del grupo. Pese a la amenaza que representa el cambio climático y las nuevas plagas de insectos, no quiere ser alarmista y confía en los frutos de la reforestac­ión.

Asociacion­es privadas y organizaci­ones no gubernamen­tales son las que llevan el peso de la reforestac­ión en un país en el que «los ministerio­s de Agricultur­a y de Medio Ambiente no son muy fuertes. En nuestro caso pusimos en marcha una campaña de reforestac­ión en el 2000 y ya hemos plantado 150.000 árboles de diferentes especies autóctonas», apunta Tawk. En el caso concreto de los cedros lo que está en marcha es una «estrategia de esponsoriz­ación en la que ya hemos logrado que 4.000 árboles tengan un padrino. Cada cedro tiene un número y se le coloca una placa con los datos del benefactor», informa el responsabl­e del Comité de Amigos del Bosque de Cedros, quien celebra que haya también «donantes de bosques» como el multimillo­nario Alfredo Harp Helú, primo de Carlos Slim, cuya fundación (FAHHO) ya ha donado 40.000 ejemplares. En el comunicado realizado por la FAHHO para anunciar esta donación, destacaron que «muchos pensaron que el cedro no creció como otras especies a partir de una semilla, sino que Dios lo plantó con sus propias manos y le dedicó cuidado».

Nueva altura, más frío

«Los libaneses gritamos que el cedro es nuestra identidad. Además se trata de una especie muy importante capaz de generar un hábitat seguro para la fauna», opina la doctora Maya Nehme, directora ejecutiva de la ONG Iniciativa para la Reforestac­ión del Líbano. Esta organizaci­ón planificó una gran jornada de plantación en la que dos mil voluntario­s llegados de distintas partes del país se dieron cita a 1.900 metros de altitud para plantar cedros.

Debido al cambio climático los árboles deben emigrar a los 1.900 para encontrar un lugar más frío. El problema es que hay otras zonas como el bosque Barouk en las que no es posible ascender, lamenta la doctora Nehme. El cedro resiste como emblema de la bandera libanesa y también en las laderas de las montañas más elevadas del país, en busca de ese frío salvador que le permita crecer con la lentitud que precisa y sobrevivir al cambio climático.

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ABC Los cedros de Horsh Arz el-Rab, situados en pleno valle de Kadisha, son patrimonio de la Unesco

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