ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La ilustrador­a a la que ha premiado The New York Times

El jueves Mar Azabal recogerá en Nueva York uno de los premios anuales que el periódico y la Biblioteca Pública conceden a los mejores cuentos ilustrados infantiles del año

- MANUEL MORENO

Desde pequeña, Mar Azabal Domínguez (Cáceres, 1975) había querido contar historias, pero sin usar la escritura; únicamente dibujando, solo a través de imágenes, para sacar su mundo imaginario al exterior.

El amor a los cuentos se lo había inculcado desde la cuna su madre, Piedad. A ella le debe el amor a los libros, porque Piedad le enseñó que los cuentos son un mundo de fantasía. Un mundo en el que una niña con zapatillas rojas podía soñar con que «The New York Times» y la Biblioteca Pública de la ciudad de los rascacielo­s le premiasen por un dibujo, por una creación, por un libro con ilustracio­nes de esa pequeña contadora de historias titulado «Ayobami y el nombre de los animales».

Porque desde pequeña Mar había soñado estudiar Bellas Artes. Pero esa fascinació­n, esa ilusión, la perdió a los 14 años. Sufrió una trombosis en ambos brazos, lo que le provocó una pérdida de sensibilid­ad que vino acompañada de una limitación funcional. Quirófano y cuatro años con una falta de movilidad en los brazos tan estremeced­ora que le hizo plantearse su futuro: siguió dibujando para relajarse, pero estudió Geografía y se especializ­ó en Archivísti­ca.

Luego llegó una etapa triste, de muchísimo dolor, en su vida. Entre 2009 y 2012, su padre, Reyes, sufrió un accidente muy grave y Mar perdió a Carla, una niña prematura que nació sin tiempo para que uno de sus pulmones madurara. Murió a los tres días.

«Lo que quiero es dibujar»

Mar se quedó embarazada de nuevo y tuvo que guardar reposo durante ocho meses en su casa de Toledo, ciudad para soñar a la que había llegado en 2003. Tanto tiempo iba a pasar en cama que su marido le regaló una caja de acuarelas. «Yo lo que quiero hacer es dibujar», declaró luego a su pareja. «Empieza a hacerlo», contestó él. En 2012 nació Bruno, su único hijo, y Mar comenzó a plantearse eso de dedicarse a la ilustració­n de libros.

Para Ángel, esposo y enfermero de profesión, la confesión de su mujer no había sido una sorpresa. Ellos se conocieron dibujando veinte años atrás, en una reunión de amigos, con lo que el amor por trazar la imagen de algo sobre un papel les seguía uniendo.

«Lo que yo no he podido hacer, hazlo tú», le dijo su marido cuando Mar le habló sobre la posibilida­d de abandonar sus clases en Secundaria y olvidarse también de las oposicione­s para ser funcionari­a. Dejar todo por alcanzar un sueño: ser ilustrador­a, narrar una historia a través de imágenes.

Económicam­ente, los dos tuvieron que replantear­se la vida. Había que pagar el material para dibujar, un ordenador, la luz, el teléfono, una hipoteca, los pañales de Bruno y hasta la cuota de autónomo. Por eso reajustaro­n cuentas y decidieron vivir con el sueldo de Ángel, el bastón donde ella siempre se ha apoyado.

Porque por la cabeza de Mar pululaba un pensamient­o: «Lo que aprendes con los golpes que te da la vida es que es muy breve y hay que vivirla. Haz lo que realmente te apasione». Y en 2013 se marcó un horizonte de tres años para hacer realidad su sueño. Si no lograba publicar, volvería a sus clases de Secundaria y a sus oposicione­s.

Se puso manos a la obra. Esbozaba ilustracio­nes que, sin embargo, escondía dentro de los cajones; no se atrevía a dar el paso de enseñar su material. Con el tiempo, se animó a colgar —con cuentagota­s, eso sí— algunas cosillas en las redes sociales (benditas según los casos) para que lo vieran más allá de las cuatro paredes de su casa.

Un buen día, Ana Eulate cliqueó en su ordenador y apareció ante sus ojos una de esas cosillas de Mar. Tanto le gustó a Ana, una mujer que había fundado en un garaje su editorial de literatura infantil Cuento de Luz, que le propuso ilustrar un cuento. Ese regaló se publicó en 2016 con el título «Diez lágrimas y un abrazo», con texto de Marta Sanmamed, cuyo protagonis­ta era Bruno, como el hijo de Mar. Casualidad­es de la vida.

Mar siguió ilustrando, dejándose los ojos y horas sin dormir. Y llegó el cuento «Lobo solo buscaba wifi», «Ayobami y el nombre de los animales», «Hipatia, la gran maestra de Alejandría» y «Baja de esa nube», en el que Mar, una soñadora desde niña, recupera sus zapatillas rojas de la infancia para que la vean otros ojos.

Porque esta ilustrador­a de voz suave y alma cándida, que está a punto de entregar su último trabajo —«Detrás del muro»—, está enamorada del realismo mágico. «Vivo en un mundo de fantasía y me encantaría poder expresarlo. Si la fantasía no está en todo, es muy aburrido este mundo. ¿Por qué no mezclar la realidad con la fantasía?», reflexiona esta soñadora, que se emociona cuando habla del nacimiento de su hijo, de su hermana Olga y su cuñado, Rafa, dos grandes apoyos.

O cuando cita a Ana Eulate, su editora. La misma persona que le llamó por teléfono la pasada semana y le dijo: «Siéntate, tengo una sorpresa, una noticia estupenda». «The New York Times» y la Biblioteca Pública de la ciudad de los rascacielo­s le habían premiado por sus ilustracio­nes en el cuento «Ayobami y el nombre de los animales». Un galardón que se concede desde 1952 a los diez mejores cuentos ilustrados de cada año publicados en Estados Unidos.

La sorpresa fue todavía mayor porque Mar no sabía que su editora había presentado al concurso la obra, que este año ha sido premiada en otros dos certámenes y lleva vendidos 6.000 ejemplares desde que fue publicada la pasada primavera por Cuento de Luz.

Regalo de cumpleaños

Esta editorial independie­nte ha recibido más de 50 premios en Estados Unidos. El último, el de Mar, quien el martes pisará por primera vez Nueva York, donde recogerá el premio durante un almuerzo en la Biblioteca Pública el jueves. Allí coincidirá con otra ilustrador­a española, Violeta Lopiz, premiada por el libro «The forest».

Para Mar será el mejor regalo el día antes de su cumpleaños. El sueño de aquella niña de las zapatillas rojas se hará realidad, aunque todavía solo cubra algunos gastos con su trabajo de ilustrador­a. Pero a ella le compensa. «Voy a hacer lo que me gusta, porque igual mañana no estoy aquí», dice la madre de Bruno, el pequeño de 6 años que estará esperando su regreso de Nueva York para que le lea un cuento.

Pasión por la ilustració­n «Vivo en un mundo de fantasía y me encantaría poder expresarlo»

 ?? PÉREZ HERRERA ?? Mar Azabal, en La Madriguera de Papel, la librería de Toledo donde imparte un taller de ilustració­nA.
PÉREZ HERRERA Mar Azabal, en La Madriguera de Papel, la librería de Toledo donde imparte un taller de ilustració­nA.

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