ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
SEPULTUREROS
En España ya se pide a los enterradores que dominen el idioma regional
LOS sepultureros más famosos de la historia nunca existieron. Son la pareja de sagaces rústicos que aparecen afanados sobre la tierra con sus azadas en el acto V de Hamlet. Shakespeare, aquel milagro que compendió todos los tipos y humores humanos, los dota de una ironía cómica, donde late esa sagacidad tan propia de los viejos y desconfiados pueblos labriegos. Ofelia, la infeliz enamorada de Hamlet, se acaba de suicidar ahogándose. Uno de los enterradores, el más quisquilloso, se pregunta «si ha de sepultarse en tierra sagrada a la que deliberadamente ha conspirado contra su propia salvación». El otro, puro sentido común, lo conmina a que se deje de zarandajas: «Yo dígote que sí, así que cava presto el hoyo».
A continuación debaten sobre qué oficio crea obras más consistentes, si será el del albañil, el calafate o el carpintero, y uno de ellos da esta respuesta: «Es el que construye horcas, porque esa construcción sobrevive a mil inquilinos». Pero el otro sale en defensa del oficio de sepulturero: «Pues no. Es el enterrador, porque las casas que construye duran hasta el juicio final». Cavando y cavando, encuentran el cráneo del viejo Yorick, el bufón que hacía reír a Hamlet en su infancia. El atormentado príncipe de Dinamarca, que por allí anda, se estremece y toma la calavera en su mano. Shakespeare muestra entonces su maestría. En un instante el tono zumbón de la escena cambia por completo y llega el monólogo más célebre jamás escrito, el ser o no ser, donde Hamlet medita sobre la vana, efímera, desoladora condición humana.
En Fene, un municipio de once mil habitantes de la ría de Ferrol, han convocado una oposición para ser sepulturero en su cementerio. Aunque la cremación exprés está poniendo el antiquísimo oficio contra las cuerdas, se han presentado treinta aspirantes, de los que solo 17 alcanzaron la prueba teórica, de la que salieron tres finalistas. Por lo visto en la España plural y autonómica ser sepulturero resulta más complejo que en los días de Shakespeare. Primero el ayuntamiento los sometió a un examen práctico (tapiar dos nichos en menos de media hora). El teórico fue todavía más exigente: preguntas sobre la Constitución, el Estatuto de Autonomía de Galicia y cuestiones sobre la vida municipal local. Es lógico. ¿Cómo va a uno a enterrar a los difuntos sin poseer un mínimo conocimiento de la Carta Magna y el Estatuto (de hecho el ayuntamiento se quedó corto y se echan en faltan unas preguntas de Derecho Romano y algo de ingeniería agrónoma, por aquello de la acidez de los suelos). Pero el gran momento llegó cuando los aspirantes a sepultureros tuvieron que acreditar que poseen el título oficial de gallego, no vaya a ser que el fiambre se levante, quiera platicar y el sepulturero no sea ducho en la lengua autóctona. La prensa local recoge que fue entonces cuando uno de los opositores, tal vez de la estirpe de aquellos enterradores humoristas de Shakespeare, reventó y dijo: «También deberían haber pedido otros idiomas, porque igual el difunto se pone a hablar en francés...».
Y así discurre la vida en nuestra sin par España autonómica, plural, diversa y, a veces, manifiestamente tontolaba.
LUIS VENTOSO