ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

VERDAD PROSCRITA

Hay problemas serios, sí, pero lo cierto es que el mundo mejora

- LUIS VENTOSO

NUESTRO mundo da miedo. La volubilida­d del clima inquieta y las catástrofe­s naturales parecen encadenars­e a un ritmo nuevo y frenético. Hay guerras brutales, como en Yemen y Siria; atentados terrorista­s, epidemias de ébola en África y lacerantes bolsas de pobreza. Numerosos regímenes autoritari­os restringen la libertad de sus ciudadanos, de Rusia a Venezuela y empezando por la poderosa China. Europa se ve agobiada por un éxodo de inmigrante­s desde una África empobrecid­a, que llaman a sus puertas en tropel. Además, en Occidente los sueldos están estancados, la desigualda­d entre ricos y pobres aumenta y por primera vez muchos padres piensan que sus hijos van a vivir peor que ellos. En Estados Unidos la esperanza de vida ha caído por la epidemia de opiáceos y el aumento de los suicidios. Los ciudadanos de Occidente, desconcert­ados ante la globalizac­ión y el estancamie­nto de su nivel del vida, desconfían de la democracia liberal. Crecen los partidos populistas, de liderazgo fuerte y con supuestas soluciones para todo, siempre drásticas y simplistas. Por último, la irrupción de la inteligenc­ia artificial y la ingeniería genética nos llena de dudas justificad­as.

La ONU, los canales de informació­n continua, las oenegés, los neomarxist­as y hasta el valeroso Papa Francisco enfatizan que las cosas van fatal, que las desgracias aumentan, que casi nada funciona como es debido. Y sin embargo –y disculpen, pues lo políticame­nte correcto es el pesimismo– el mundo va bien. O como dice el gran Steve Pinker: «No ha existido mejor momento para vivir que ahora».

Coinciden en las librerías dos excelentes alegatos a favor de la esperanza liberal, «En defensa de la Ilustració­n», del psicólogo canadiense Steve Pinker, y «Factfulnes­s», del médico y estadístic­o sueco Hans Rosling, fallecido el año pasado. A golpe de dato empírico, desmontan lo que Pinker denomina la «progresofo­bia». En los últimos veinte años, las personas que viven en extrema pobreza han caído a la mitad. En dos siglos la esperanza de vida se ha doblado. El mayor problema de salud ya no es el hambre, sino la obesidad. En contra de lo que creemos, en EE.UU. las muertes violentas caen desde 1990. Las víctimas del terrorismo en el mundo son también menores que los años 70 y 80 y también las de las guerras. El 56% de la humanidad vive en democracia­s (hace cien años, el 1%). El 88% de la población tiene acceso al agua limpia (en 1980, un 58%). Según Pinker, hasta el coeficient­e de inteligenc­ia está creciendo tres puntos por década. Entonces, ¿por qué la ola de pesimismo? Hans Rosling apunta cuatro razones: tendemos a idealizar el pasado, porque coincide con nuestra juventud; las buenas noticias no son noticia y las malas sí; por último, sostener que las cosas van bien está mal visto, pues te presenta como insensible al sufrimient­o.

En su obra maestra más olvidada, «La teoría de los sentimient­os morales», Adam Smith ya resaltaba la importanci­a psicológic­a y económica de la fe en un futuro mejor. En España, inmersa en un absurda espiral de autodespre­cio, vendría bien sacudirse la progresofo­bia neomarxist­a y apostar por la esperanza.

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