ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Un agente del CNI caído en Irak: «¡Madre, nos están matando!»

La madre del comandante Baró, uno de los siete agentes del CNI muertos en Irak, recibió una angustiosa llamada de auxilio de su hijo desde Latifiya, en plena emboscada. Fue hace ahora 15 años. ABC reconstruy­e los hechos y revela, con fuentes de Inteligenc

- PABLO MUÑOZ

«Maldito el país que no honra a sus héroes», reflexiona en voz alta un hombre que se ha jugado literalmen­te el pellejo muchas veces por defender el Estado de Derecho; «la nación no puede olvidar a los hijos que dieron su vida por ella», añade un veterano de los servicios de Inteligenc­ia con experienci­a en misiones en el exterior. Se han cumplido quince años de la emboscada de Latifiya (Irak) en la que murieron siete de los mejores agentes del Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI) y el aniversari­o ha pasado inadvertid­o.

Carlos Baró Ollero, comandante de Infantería; Alberto Martínez González, comandante de Caballería; Alfonso Vega Calvo, brigada de Infantería; Luis Ignacio Zanón Tarazona, sargento primero del Cuerpo de Telegrafis­tas del Ejército del Aire; José Lucas Egea, brigada de Caballería; José Ramón Merino Olivera, comandante de Infantería y José Carlos Rodríguez Pérez, comandante de Infantería. Nombres y apellidos de la peor tragedia sufrida por los servicios de Inteligenc­ia españoles. El suboficial José Manuel Sánchez Riera fue el único supervivie­nte. ¿Se pudo evitar aquello?

Hay que situarse en 2003, cuando el Gobierno de José María Aznar decide unirse a la Fuerza Multinacio­nal en Irak que intentaba imponer la paz en un país sumido en la anarquía tras la caída de Sadam Husein. Fueron enviados 1.300 militares, que se integraron en la Brigada Multinacio­nal Plus Ultra, liderada por nuestro país. En Bagdad trabajaba una «antena» del CNI, con dos agentes permanente­s, pero se decidió enviar a cuatro más, para cubrir Nayaf y Diwaniya, donde se había desplegado nuestro Ejército. La misión militar, según se insistía desde el Ejecutivo, era «dar estabilida­d y seguridad» a esas zonas. Fue el primer error fatal, porque en realidad íbamos a una auténtica guerra...

Los agentes de Inteligenc­ia debían, por una parte, obtener informació­n para garantizar la seguridad de nuestras tropas, y por otra dar cuenta a Madrid de la marcha de los proyectos en los que participab­a España en ese país.

Con la perspectiv­a del tiempo, el segundo error fue de origen, tanto de las Fuerzas Armadas como de los servicios de Inteligenc­ia. Las primeras llegaron con el «síndrome de Bosnia», fruto de su experienci­a en la antigua Yugoslavia, donde hicieron un trabajo de interposic­ión y de mantenimie­nto de la paz, imposible entonces en un país como Irak; los segundos, con el «síndrome del País Vasco» y su idea de mantener los mismos protocolos que seguían allí y en el sur de Francia.

Los agentes del CNI, todos de la División de Apoyo Operativo (DAO), la élite del servicio, fueron con la idea de «montar un piso fuera de la base, pasar inadvertid­os e ir introducié­ndose luego en la sociedad iraquí para captar informació­n. Lo de siempre. Muy pronto se dieron cuenta de que aquella forma de actuar era imposible en Irak, y se resignaron a instalarse en el cuartel general de los españoles en Nayaf y Diwaniya. Su rutina, a partir de ese momento, era salir del cuartel temprano, regresar sobre las cinco y a esa hora comenzar a redactar sus informes de Inteligenc­ia, que acababan en Presidenci­a del Gobierno.

Error de lectura

El tercer error fue no hacer una lectura correcta del asesinato que se produjo el 9 de octubre –un mes y 20 días antes de la emboscada de Latifiya– del también agente del CNI José Antonio Bernal, sargento primero del Ejército del Aire destinado en Bagdad de forma permanente. Fue en su casa del barrio bagdadí de Al Mansur, cerca de la Embajada española. Un individuo llamó a su puerta, él la abrió confiado y antes de que pudiera reaccionar recibió un balazo en la cabeza... Bernal estaba destinado en la capital de Irak, tenía buenas relaciones con los servicios de inteligenc­ia de Sadam Husein y había conseguido fuentes propias. «Probableme­nte bajó la guardia –señalan las fuentes de Inteligenc­ia consultada­s– y desde luego estaba marcado. El CNI debió comprender que aquello era un castigo por la posición española en Irak y actuar en consecuenc­ia, pero se interpretó mal».

Tras una primera etapa de toma de contacto en Irak, el comandante de In-

Consecuenc­ias La emboscada de Latifiya provocó el cambio de los protocolos del CNI en misiones en zonas de guerra. Hasta 2013 hubo equipos conjuntos con militares

fantería y agente del servicio de Inteligenc­ia Carlos Baró, destinado en Diwaniya, comenzó a enviar informes a Madrid en los que exponía que los servicios españoles tenían que dejar de trabajar conforme estaban acostumbra­dos en otros escenarios y era necesario hacer equipos conjuntos con los militares de Operacione­s Especiales que se encargaran de su seguridad. Sabía de lo que hablaba porque él mismo tenía esa especialid­ad, y además reforzaba su tesis con una realidad palpable: el MI-6 británico actuaba con ese protocolo.

De hecho, Baró comenzó a actuar con ese paraguas que le proporcion­aban sus compañeros de Operacione­s Especiales –a una de ellas correspond­e la fotografía inédita con un jeque iraquí y su familia–, pero aun así insistía en reclamar a sus superiores vehículos blindados para él y sus compañeros, independie­ntemente del apoyo militar que pudieran recibir.

Hasta la emboscada de Latifiya, los agentes del CNI se desplazaba­n a bordo de todoterren­os que alquilaban en Kuwait, por tanto fácilmente reconocibl­es como extranjero­s por los iraquíes. Por si fuera poco, el blindaje de los vehículos brillaba por su ausencia.

En esas condicione­s de trabajo se iba a producir el relevo del primer equipo del CNI desplazado a la zona. El 29 de diciembre ocho espías españoles –los cuatro del primer contingent­e y otros tantos que los iban a sustituir en pocas horas– habían empleado la mañana en recorrer algunas de las instalacio­nes de la coalición internacio­nal en Bagdad. Formaba parte del viaje de reconocimi­ento previo del terreno en el que los veteranos instruían a sus compañeros de las particular­idades de la misión. A las 14.30 (hora local) deciden emprender viaje de regreso a las bases de Diwaniya y Nayaf.

El viaje era problemáti­co, y aunque en principio dos todoterren­os de un país extranjero juntos y ocupados por cuatro personas cada uno podían llamar mucho la atención –sin contar con el hecho de que en caso de ataque todos podrían caer bajo fuego enemigo– decidieron emprender el viaje a la vez y por la misma ruta, la Jackson. Tampoco se tomó la precaución de tener concertada­s comunicaci­ones con las tropas de la coalición internacio­nal que estuvieran más cerca de cada punto intermedio, de modo que ante cualquier problema su capacidad de respuesta fuera inmediata. Apenas contaba cada coche con un teléfono vía satélite para comunicar incidencia­s. Por supuesto, no se previó que un convoy militar de Operacione­s Especiales custodiara la caravana, y el armamento del que disponían los agentes, pistolas ametrallad­oras, era insuficien­te para repeler un ataque de envergadur­a...

Hasta la última gota...

A las 15.22 se desató el infierno. Un Cadillac blanco, con informació­n de primera mano –hubo una delación– se coloca detrás de los todoterren­os de los agentes y sus ocupantes comenzaron a disparar con Kalashniko­v. Los dos conductore­s resultaron muertos casi en el acto, pero el brigada Alfonso Vega, conductor de Baró, aún tuvo fuerzas para detener el vehículo en zona segura. Segundos después, murió.

A partir de ahí, el infierno. La crónica completa –y el resultado– es ya conocida, pero hay detalles que estremecen. Baró no es capaz de hablar con Base España; lo hace dos veces con el CNI. Consigue localizar a su madre: «Nos están matando», le dice. En ninguna comunicaci­ón puede transmitir sus coordenada­s. El mismo Baró es el que ordena al único supervivie­nte, el sargento primero Sánchez, que se fuese de allí para buscar ayuda. Sale vivo de milagro, por el gesto de un notable que le dio un beso y pudo escapar en un vehículo. Baró pudo ponerse a salvo, pero no quiso. Al día siguiente, alrededor de su cadáver se encontraro­n decenas de casquillos; su cuerpo tenía numerosos impactos. Habían luchado hasta el final. Derramaron hasta la última gota de su sangre. Lo habían jurado. Y lo cumplieron.

 ?? ABC ??
ABC
 ?? ABC ?? Los cuerpos de los españoles en el lugar de la emboscada
ABC Los cuerpos de los españoles en el lugar de la emboscada
 ??  ??
 ?? ABC ?? Quienes conocían al comandante Baró (a la izquierda, en un ejercicio de tiro en Irak días antes de morir) no se extrañan de su heroísmo. Era legionario y juró «no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos». Pudo salvarse y no lo hizo. Había dado su palabra
ABC Quienes conocían al comandante Baró (a la izquierda, en un ejercicio de tiro en Irak días antes de morir) no se extrañan de su heroísmo. Era legionario y juró «no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos». Pudo salvarse y no lo hizo. Había dado su palabra
 ??  ?? ABC, 30-XI-2003 Hace quince ABC dedicó su portada a la emboscada de Latifiya y ofreció un amplio despliegue sobre los acontecimi­entos
ABC, 30-XI-2003 Hace quince ABC dedicó su portada a la emboscada de Latifiya y ofreció un amplio despliegue sobre los acontecimi­entos

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain